Alianza sin aliados

Por Serafín Fanjul (ABC, 14/11/06):

La denostada Administración española en América funcionaba tan mal, tan mal, que los altos funcionarios, empezando por los virreyes, al terminar su mandato eran sometidos (amén de las «Visitas» durante el mismo) a lo que se denominaba Juicio de Residencia, y en él se estudiaban y discutían las distintas disposiciones que el investigado había impuesto, recibiendo, en su caso, la punición oportuna. Después vino aquello de ser sólo «responsables ante Dios y ante la Historia», que no parece precisamente un modelo. Pero nuestros actuales dirigentes, dado que en Dios no creen y que desconocen el significado de la palabra Historia, han patentado un lema perfecto, de maestría escapista que para sí hubiera querido el gran Houdini: sólo son responsables ante las urnas. Con lo cual, desaguisados de difícil corrección como el Estatuto catalán, los matrimonios homosexuales o el trágala que nos están preparando en las Vascongadas y Navarra sólo se pagarán perdiendo unos comicios y con los culpables -como sucedió con González- impartiendo jácaras y chistes mundo adelante. Fuerza es reconocer que los políticos de hogaño son mucho más avisados y previsores que los de antaño, pues si no se les pilla con la mano en la alcancía de las criaturas, como literalmente pillaron a Roldán, la verdad es que difícilmente responden de nada.

En este sentido, la Alianza de Civilizaciones no va a ser el menor de los legados que recibiremos en la herencia de Rodríguez. Tomada en principio y en sí misma a chacota, porque para mucho más no da, sin embargo sus secuelas, por ahora poco visibles, sí envenenarán la convivencia dentro de la misma España y condicionarán hasta el nombre de nuestro país en el extranjero, y por añadidura a su imagen y capacidad de acción internacional. A estas alturas ya es irrelevante que sus móviles iniciales fuesen exhibir una fanfarria a bombo y platillo para consumo interno y un simulacro de política exterior alternativa, si no contrapuesta -de boquilla, claro: nadie habla de cerrar las bases americanas, de salirnos de la OTAN o de poner las cosas serias a Inglaterra en Gibraltar- al atlantismo y a la alianza con Estados Unidos, como tampoco importa ya que el consejero áulico que susurró tan genial idea a Rodríguez hubiera copiado hasta la denominación de una propuesta del persa Jatamí en la ONU. Todo eso ya es historia, con rigurosa minúscula.

Desde hace dos años, cuando se anunció la buena nueva, los sucesos acompañantes de los trabajos de la comisión «ad hoc» tranquilizan poco: el terrorismo islámico arrecia; el único país que corre con los gastos es el nuestro, lo cual ilustra el interés real de los suscriptores de la idea; Rodríguez ha buscado -y encontrado, faltaría más- el apoyo de los extremistas musulmanes chiíes de Irán y sunníes de Turquía, además de un río de buenas palabras de la Liga Árabe y cerrados llamamientos a la autocensura para hablar del islam, que suscribió encantado con el propio Erdogan ante la folclórica crisis de las caricaturas. La técnica de fondo, del otro lado, es siempre la misma: recibir y no dar. Y en el ínterin, colmar de improperios a quien se abre sin contrapartida alguna, una escena de zoco muchas veces vista. En los próximos días asistiremos al desaire que el «moderado» primer ministro turco infligirá a Benedicto XVI, so pretexto de que el Papa mencionara a un paleólogo que los turcos prefieren olvidar, no sea que caigamos en el incómodo recuerdo de que Estambul no siempre fue musulmana.

En este encuentro, que, irremisiblemente, nos induce a recordar «La canción del pirata», por lo engolado y cómico del lance («Asia a un lado, al otro Europa/y allá a su frente, Estambul»), está claro qué pretenden los turcos -apoyo para su negociación con la UE, aunque sea el de España-; lo que no aparece tan diáfano son los objetivos de nuestro Rodríguez, imbuido de la idea de que haber ganado unas elecciones, por mayoría simple y del modo como las ganó, le legitima -mientras alguien no le pare- para tomar medidas políticas, sobre todo internas, que seguirán pagando nuestros tataranietos. Así pues, Rodríguez -si no es el humorista de la Cope que tan magistralmente imita su voz- ha dado, por fin, la definición de la Alianza de Civilizaciones que todos aguardábamos; y como lo han registrado mis oídos, lo reproduzco, aclarando que no esperaba nada mejor: «La Alianza de Civilizaciones es la alianza de los hombres y mujeres comunes y corrientes», Rodríguez «dixit». En vez de perder el tiempo explicándole qué es una tautología, debemos grabar a fuego y oro tan notable sentencia en el frontispicio de honor de Amigos de Pero Grullo, junto a aquella otra, también magistral, de «patriotismo es hacer lo que la gente quiere». Y un largo etcétera de ocurrencias.

Ha habido analistas serios que han intentado discutir la posibilidad y las modalidades de alianza que hay con quien lapida a mujeres y ahorca a homosexuales -al menos mientras no hagamos otro tanto-; con quien convierte la vida cotidiana en una atmósfera represiva que rebasa la política y se inmiscuye en las formas de conducta personal, familiar, colectiva; con quien no nos concede el menor resquicio de razón en ninguno de los puntos de fricción que sin tregua busca. También se ha dicho que en el planeta hay más civilizaciones que la islámica y que los choques no se evitan mediante palabrería de indocumentados, sino defendiendo con todos los medios a nuestro alcance -que son muchos- nuestras convicciones filosóficas y morales, nuestra sociedad y nuestra forma de vivir; y disuadiendo al de enfrente de acudir a la violencia.
Pero yo no puedo realizar tales dispendios argumentales: sólo reír o, ya en serio, pensar que el juguete de Rodríguez ha debilitado la posición exterior de España hasta extremos inimaginables hace sólo tres años, sin conseguir siquiera el respeto de quienes le adulan dentro y fuera; concluir, con mucha tristeza como español, que -por fortuna- España cuenta entre poco y nada en las decisiones de la Unión Europea y que la candidatura turca no depende de las prosopopéyicas perogrulladas de Rodríguez sino de la destrucción de iglesias en el norte de Chipre ocupado por Turquía, del bloqueo en puertos turcos contra los barcos grecochipriotas y, sobre todo, de la economía alemana no dispuesta -como es lógico- a cargar con ochenta millones de bocas resueltas a no dar de mano al medievo en cuanto el ejército afloja la presión modernista y laica. Esto no es islamofobia, estos son números. Si lo desean, hablamos de las concomitancias culturales que brotan en el ojo de agua de la Alianza de Civilizaciones.