Alianzas trilaterales: de Galeuzca a Galeuscat

C oincidiendo con el Día de Galicia, los partidos integrantes de Galeuscat (Convergència i Unió, el PNV y el Bloque Nacionalista Galego) se han reunido en Santiago para celebrar el 75 aniversario del Pacto de Compostela, sellado allí el 25 de julio de 1933 y ratificado en Bilbao el 31 de julio, que fue el acta fundacional de Galeuzca, la alianza de los tres nacionalismos periféricos en la II República. Además, en este verano se cumplen otras dos efemérides similares: el 85 aniversario de la Triple Alianza, nacida el 11 de septiembre de 1923, y el décimo aniversario de la Declaración de Barcelona, aprobada el 16 de julio de 1998 por las mismas fuerzas que ahora se denominan Galeuscat. Esta triple conmemoración es una buena ocasión para hacer un balance histórico de dichas alianzas, conocidas como Galeuzca, aunque sus nombres, sus miembros, sus fines y sus circunstancias variasen mucho a lo largo del siglo XX.

Sin contar la actual, la historia de Galeuzca fue la historia de un fracaso, pues los tres primeros pactos trilaterales apenas tuvieron vigencia y no consiguieron ningún éxito político. El más efímero fue la Triple Alianza de 1923, que pereció tan sólo dos días después de nacer en Barcelona, debido al golpe de Estado del general Primo de Rivera, dado en la misma ciudad, que implantó la Dictadura. Su único manifiesto fue firmado por los sectores más radicales e independentistas de los nacionalismos periféricos, pero no por los más moderados y autonomistas: la Lliga Regionalista de Cambó y la Comunión Nacionalista Vasca de Sota y 'Kizkitza'. Pese a que sus firmantes proclamaban «el derecho a la apelación heroica» y declaraban su disposición a «mezclar la sangre en el sacrificio», la Triple Alianza desapareció con el golpe militar, pues no tenían nada preparado para hacerle frente y sus miembros fueron proscritos enseguida por la Dictadura de Primo de Rivera.

Muy diferente fue la Galeuzca nacida en 1933 con ese nombre eufónico, al unir las primeras letras de Galicia, Euzkadi y Cataluña. Su manifiesto fundacional, que se mantuvo en secreto y permaneció inédito hasta que lo publiqué en 1986, era moderado y no independentista. A corto plazo, Galeuzca pretendía que Euskadi y Galicia lograsen sus Estatutos de autonomía, como ya tenía Cataluña desde 1932. A medio plazo, aspiraba a convertir el Estado integral de la República en un Estado federal. El Pacto de Compostela contemplaba la creación de numerosos organismos trilaterales, pero ninguno de ellos llegó a nacer, pues dicha alianza apenas duró unos meses, debido al duro enfrentamiento entre los partidos catalanes (la Esquerra de Macià y la Lliga de Cambó), a la gran heterogeneidad de las fuerzas coaligadas y al muy desigual desarrollo de los tres nacionalismos. Como sentenció ya en septiembre de 1933 Manuel Irujo, aun siendo su ferviente defensor: «Galeuzca virtualmente ha muerto». Y así fue.

En el exilio, durante la década de 1940, Galeuzca resucitó gracias al interés en ella del propio Irujo, del lehendakari Aguirre y del líder galleguista Castelao. Dio lugar a bastantes documentos en torno al final de la II Guerra Mundial, cuando las expectativas de acabar con la Dictadura de Franco eran mayores por la derrota bélica de los fascismos. Dichos textos tenían en común la defensa del derecho de autodeterminación de las tres nacionalidades en una futura III República española de carácter confederal. Pero la Galeuzca del exilio también fracasó pronto por la constante división del catalanismo, la extrema debilidad del galleguismo y el oportunismo político del PNV, que prefirió entenderse con los republicanos y los socialistas españoles como medio más adecuado para derrocar a Franco y regresar a Euskadi. Por ello, Castelao, el más entusiasta de esta Galeuzca, acusó en 1948 a Aguirre de haber matado Galeuzca. Fruto de ella fue la revista mensual homónima, editada en Buenos Aires en 1945-1946.

Los fracasos de todos esos pactos entre los nacionalismos periféricos hicieron que no se plantease una nueva Galeuzca en la Transición. La idea rebrotó en julio de 1998, cuando la CiU de Pujol, el PNV de Arzalluz y el BNG de Beiras sellaron la Declaración de Barcelona. Entonces, en pleno viraje soberanista del PNV, que le llevó a romper sus acuerdos con el PSE y el PP y a formar el frente nacionalista con la izquierda abertzale, al PNV le venía bien aliarse con CiU y el BNG para no quedar aislado fuera de Euskadi. No en vano el PNV ha intentado paliar su tradicional carencia de un proyecto de Estado español con las sucesivas Galeuzca, siendo el único partido que ha estado presente en todas ellas. Pero la Declaración de Barcelona, que aspiraba a construir un Estado español plurinacional, era mucho más moderada que la vía rupturista del Acuerdo de Lizarra, suscrito por todo el nacionalismo vasco en septiembre de 1998.

En sus primeros años, la vida de esta nueva alianza trilateral fue escasa e intermitente, pues aparecía y desaparecía en función de la coyuntura política y de los intereses electorales del presidente Pujol, distante del radicalizado PNV de Arzalluz. Por eso, durante los gobiernos de Aznar apenas tuvo incidencia política y no funcionó en las Cortes ni en el Parlamento de Estrasburgo: así, en los comicios europeos de 1999, sus miembros compitieron entre sí al presentar tres candidaturas distintas. Sin embargo, en el último lustro, con el relevo en el liderazgo de CiU, el PNV y el BNG y el cambio de Gobierno en España, esta alianza ha resurgido: sus tres fuerzas concurrieron por vez primera en coalición, retomando el nombre de Galeusca, a las elecciones europeas de 2004 y apoyaron el nuevo Estatuto catalán de 2006. Dicho año crearon la asociación Tribuna Galeuscat en Madrid, presidida por Juan María Atutxa.

Al cabo de un decenio de la Declaración de Barcelona, la actual triple alianza es la que ha tenido una vida más larga de las que se sucedieron en el siglo XX y, al contrario de sus antecedentes históricos, no ha sido un rotundo fracaso político. A ello ha contribuido el hecho de que, a diferencia de la Galeuzca de la República, no ha pretendido aunar a todas las fuerzas nacionalistas, quedando fuera la Esquerra Republicana de Catalunya y Eusko Alkartasuna, que rubricaron la Declaración de Iruña en enero de 2000. Aun así, la heterogeneidad de los tres nacionalismos y su diversa situación en sus comunidades autónomas (CiU ha perdido el poder en Cataluña, mientras que el Bloque gobierna ahora Galicia en coalición con el PSG-PSOE) son factores que limitan su influencia política, incluso en las Cortes, en donde no han llegado a formar un bloque parlamentario compacto, ante los gobiernos del PP y del PSOE, a los cuales unas veces han apoyado y otras han rechazado, discrepando con frecuencia en la posición adoptada por cada una de las tres fuerzas de Galeuscat.

Por ello, aun siendo sobre todo una alianza política, el entendimiento entre sus miembros ha sido mucho más fácil en el terreno cultural, al coincidir en la defensa de sus tres lenguas propias dentro de un Estado español plurilingüe y al oponerse al reciente 'Manifiesto por la lengua común'. Así, en la declaración aprobada en Santiago de Compostela, sus líderes Artur Mas (CiU), Iñigo Urkullu (PNV) y Anxo Quintana (BNG) han ratificado su objetivo de transformar España en un Estado plurinacional que respete más sus diversas realidades lingüísticas. Sin embargo, nunca en la historia dichas realidades han sido tan respetadas y protegidas como con el actual Estado de las autonomías.

José Luis de la Granja Sainz, catedrático de Historia Contemporánea de la UPV-EHU.