Alimentos para el mundo

El hambre es un azote de la humanidad desde tiempos inmemoriales. Casi ninguna sociedad importante se salvó; se calcula que entre 108 a. C. y 1911, China sufrió una hambruna por sequía o inundación en al menos una provincia casi todos los años. Pero la lucha contra el hambre es una guerra que la humanidad puede vencer al fin.

En el último cuarto del siglo XX se produjeron más cereales cada año que en cualquier período precedente, y este año se cosecharán más granos que en cualquier otro momento de la historia. Desde 1992, la cantidad de personas con hambre en todo el mundo se redujo más de 200 millones, pese a que al mismo tiempo la población humana creció casi dos mil millones de personas.

Pero aún restan enormes desafíos. El acceso a alimentos baratos y nutritivos es una de las principales prioridades de la gente en todo el mundo; una de cada nueve personas todavía no consigue alimento suficiente para estar sana. Se prevé que la población actual de 7300 millones de personas llegue a 8500 millones en 2030 y a 9700 millones en 2050, y la demanda de alimentos crecerá a la par. Amén de más bocas que alimentar, habrá otras presiones sobre los suministros de comida, por ejemplo: conflictos bélicos, volatilidad económica, fenómenos meteorológicos extremos y el cambio climático.

El aumento de la productividad agrícola (derivado de mejoras a las semillas, nuevos fertilizantes y pesticidas, mayor acceso al crédito y grandes avances tecnológicos) ha sido un factor clave de la reducción del hambre. Entre 1930 y 2000, la producción agrícola en Estados Unidos se cuadruplicó; el crecimiento de la productividad en este sector superó al de las manufacturas. Los países en desarrollo han comenzado a participar en estas mejoras: mientras en 1960 su consumo de fertilizantes era casi nulo en comparación con el resto del mundo, en 2000 ya usaban más que los países industrializados.

El Banco Mundial descubrió que el crecimiento de la productividad agrícola puede ser hasta cuatro veces más eficaz para reducir la pobreza que el crecimiento en otros sectores. ¿Cómo mantener en alto este progreso?

Es esencial la inversión en investigación y desarrollo. Según un estudio realizado para el Consenso de Copenhague (del que soy director), invertir 88 000 millones de dólares más en I+D agrícola en los próximos quince años aumentaría los rendimientos 0,4 puntos porcentuales más cada año, lo que puede salvar del hambre a 79 millones de personas y prevenir cinco millones de casos de malnutrición infantil. El logro de estas metas produciría casi tres billones de dólares en bienes sociales, lo que implica una enorme rentabilidad: 34 dólares por cada dólar invertido.

Los avances científicos también son fundamentales en la lucha contra problemas de nutrición concretos como la deficiencia de vitamina A, principal causa de ceguera infantil evitable. Este año, Robert Mwanga ganó el Premio Mundial de la Alimentación por su labor en la promoción de investigaciones que dieron lugar al reemplazo masivo de la batata blanca (cuyo contenido de vitamina A es escaso) por una alternativa rica en vitamina A en la dieta de la población rural pobre de Uganda.

Otro factor cuya productividad se puede aumentar es el trabajo. Cuando los investigadores del Consenso de Copenhague examinaron las respuestas al calentamiento global en Bangladesh, hallaron que incrementar la productividad de la mano de obra agrícola “es la única forma de aumentar la resiliencia de Bangladesh al cambio climático y cumplir los objetivos de desarrollo a largo plazo”. Una inversión de unos 9000 dólares por trabajador a lo largo de dos décadas puede aumentar un 10% la productividad agrícola.

Bangladesh es un ejemplo instructivo, ya que es un país susceptible a inundaciones y a los efectos del cambio climático, y su productividad agrícola va rezagada respecto de otros países en desarrollo y de ingresos medios. No sorprende que la oficina de la primera ministra bangladesí se haya propuesto liderar en innovación global, para lo que estableció un laboratorio de innovación agrícola que es usina de prácticas recomendadas e ideas.

El Consenso de Copenhague hizo un trabajo conjunto con la ONG más grande del mundo, BRAC, para determinar qué políticas desearían ver implementadas los residentes de áreas rurales de Bangladesh, entre ellos, “ultrapobres” con los que BRAC trabaja en estrecho contacto. Son trabajadores, amas de casa y otras personas (que en algunos casos viven con el equivalente de sesenta a setenta centavos de dólar por día, o menos) a los que rara vez se invita a participar en la discusión de políticas.

Entre los participantes, repartidos en nueve foros rurales en zonas del país muy alejadas, se produjo un consenso impresionante, ya que coincidieron en una misma prioridad política: aumentar la productividad agrícola. Como dijo un residente de Chandpara, en la división de Rangpur: “Todos saben que en Rangpur tenemos el problema del monga” (nombre bengalí de un fenómeno cíclico anual de hambre estacional). “No podemos alimentar a nuestra gente dos veces al día; necesitamos aumentar nuestra productividad agrícola”.

Un residente de la aldea de Mukimabad expresó la misma visión para Bangladesh: “Necesitamos cultivos y semillas resistentes a la salinidad y la inundación, para no tener que morirnos por falta de alimentos”.

La humanidad puede ganar la guerra contra el hambre. Ya hubo grandes avances, pero el mundo necesita aumentar la I+D y la productividad en el área agrícola. Otro residente rural de Deukhola, cerca del río Brahmaputra en el confín norte de Bangladesh, lo dijo sin pelos en la lengua: “Nuestra supervivencia depende de eso”. No hagamos oídos sordos.

Bjørn Lomborg, a visiting professor at the Copenhagen Business School, is Director of the Copenhagen Consensus Center, which seeks to study environmental problems and solutions using the best available analytical methods. He is the author of The Skeptical Environmentalist, Cool It, How to Spend $75 Billion to Make the World a Better Place and The Nobel Laureates' Guide to the Smartest Targets for the World, and was named one of Time magazine's 100 most influential people in 2004. Traducción: Esteban Flamini.

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