Alivio y ríos revueltos

Yo no sé si a ustedes, pero a mí el alivio no me cabe en el cuerpo. Se parece al que le invadió a uno la mañana después de Tejero, tras haber visto en el Congreso --gracias a aquella cámara que siguió funcionando alevosamente-- la vera efigie del matón fascista en versión ibérica, y haber padecido durante horas que parecían interminables el terror de que, después de tanto esfuerzo y tanto sacrificio, todo se volviera atrás. ¡Qué barbaridad aquel "¡se sienten, coño!", aquel semblante bigotudo y tricorneado digno de un esperpento de don Ramón, aquel pulso ruin con el benemérito Gutiérrez Mellado, aquellas ráfagas de metralleta! ¡Y qué aliviazo al día siguiente!

En las semanas inmediatamente anteriores a la reciente consulta parecía posible, si no probable, que en el último momento, tal vez debido a algún cataclismo --económico u otro--, las intenciones de un sector del electorado diesen el suficiente vuelco para que el PP prevaleciera. La eventualidad le tenía a servidor al borde del consabido ataque de nervios. ¿Serían capaces los españoles de entregar el poder a quienes a lo largo de cuatro años habían insistido en no reconocer la legitimidad de su derrota en 2004, que se habían negado metódicamente a admitir sus errores (y no hablemos de sus mentiras) antes de y durante toda la legislatura? ¿A quienes, encastillados en el desprecio, la pusilanimidad y la ceguera, se habían dedicado a crispar a la población, a seguir pidiendo "toda la verdad", a manifestarse en la calle --arropados por los obispos de siempre-- contra los matrimonios homosexuales, a no apoyar lealmente la lucha contra el terrorismo? ¿A quienes habían creado escenas lamentables en ambas Cámaras, dignas de las promovidas por la derecha más montaraz de los años 30? ¿A quienes no dejaron ni un día de abominar de la llamada ley de la memoria histórica ni de la proyectada asignatura de Educación para la Ciudadanía (corriente en otros países europeos y aquí, creo yo, tan imprescindible)? ¿A quienes se burlaban una y otra vez en público de la Alianza de Civilizaciones (hasta en sus últimas intervenciones electorales se le oyeron a Rajoy varios sarcasmos sobre ella)? Por otro lado era evidente que, si ganaba el PP, el partido difícilmente cambiaría de rumbo, toda vez que, desde el poder, sería mucho más fácil seguir negando la evidencia de los errores pasados y simplemente dar la callada por respuesta. Con lo cual el país seguiría dividido, estancado, en detrimento de todos.

Y ahora que no ha sido así, y Zapatero insiste en que buscará por todos los medios el diálogo y el consenso en asuntos de Estado, parece que la mayoría de los populares es- tán dispuestos a pasar página, emprender el camino de la moderación y dejar en manos de los historiadores la dilucidación de Atocha y sus secuelas. ¿O es que, pese a todo, sucumbirán a la tentación de iniciar su labor de oposición culpando a los socialistas de la actual crisis econó- mica, olvidando el contexto internacional? ¿A la tentación de pescar ganancia política en el río revuelto del paro, de las hipotecas, de los precios, del miedo ante el futuro? Oposición tienen que hacer, desde luego. Es su obligación. Pero esperemos que esta vez se haga manteniendo las formas. En este sentido, las primeras declaraciones de Soraya Sáenz de Santamaría como portavoz han sido esperanzadoras, así como el tono en que se han hecho. José Antonio Alonso, por su parte, es una persona de sabiduría y mesura probadas. Veremos si una entente razonablemente cordiale hará posible esta vez la convivencia parlamentaria que necesita con tanta urgencia el país.

¿Y por qué no? La convivencia es hoy más necesaria que nunca. Se ciernen sobre el mundo amenazas que de verdad producen pavor, empezando por las climáticas, y el país, unido en lo fundamental, puede y debe hacer una contribución señera a la paz y a la civilización. Reconozco que soy un obseso del sueño de España como puente entre Occidente y Oriente, pero en este nuevo espacio de libertad que se nos abre no puedo por menos que volver al tema. Máxime cuando me acaban de informar desde Granada, con júbilo, de que la lengua árabe y su cultura se empezarán a impartir el próximo curso en cuatro institutos de la comunidad, dos en Almería y dos en la ciudad de la Alhambra, y ello al mismo nivel que el francés o el alemán. Me parece motivo de gozosa celebración. La falta de enseñanza del árabe en España es el síntoma más palpable de la amnesia histórica que aqueja desde hace siglos al país. No es cuestión solo de recuperar la memoria de hechos recientes, obliterada por la dictadura, sino de llevar a cabo una revisión en profundidad del llamado medioevo y sus secuelas. Para ello hay que empezar fomentando el árabe en los centros de Segunda Enseñanza. Y Andalucía ha decidido hacerlo.

Alivio, pues. Y el acicate añadido de un conmovedor texto de la gran María Zambrano, de Delirio y destino, que se puede leer estos días en el metro de Madrid. Se trata del nuevo despertar de cada mañana, del renacer cotidiano. Veremos si ahora hay suerte... y ganas.

Ian Gibson, escritor e historiador.