Alta gama

LA Unión Europea es la primera potencia económica mundial: lidera el planeta en diseño y producción de bienes y servicios, exportaciones e importaciones. La UE también ofrece a sus residentes y visitantes un imbatible patrimonio cultural y un estilo y calidad de vida que son claro referente para esa gran mayoría de la población mundial que vive en regiones con economías emergentes. Ser líder atrae inexorablemente críticas, especialmente de quienes antes lo fueron o aspiran a serlo, lo que ayuda a entender, por ejemplo, la permanente crítica —más o menos sutilmente disfrazada de ironía, escepticismo o condescendencia— que dedican a la UE desde sus inicios buena parte de los medios norteamericanos que dominan la comunicación global.

Pero la vieja Europa, cuna de Platón, Cervantes o Descartes, sabe dudar de sí misma y, por tanto, aceptar de buen grado las críticas: ante una nueva crisis, las sociedades europeas y especialmente la UE —que debe su propia existencia a la memoria de otras crisis mucho peores (en todos los sentidos) acaecidas en el último siglo— saben que es tiempo de reflexión, de analizar debilidades y fortalezas y de apoyarse en esta últimas para rediseñar nuestra andadura en el siglo XXI.

Hace unas semanas tuve ocasión de comprobarlo en la sede del Parlamento Europeo. El comisario de Industria y Turismo, Antonio Tajani, presentó un informe titulado Valor de las empresas culturales y creativas para la economía europea . Sus conclusiones son claras: las marcas europeas dominan en un porcentaje abrumador (70%) el mercado global de la excelencia, trátese de automóviles, moda, joyería, gastronomía, cosmética o decoración. Su facturación conjunta superó en 2011 440.000 millones de euros, dando trabajo directo a un millón de empleados e indirecto a otro medio millón. Su crecimiento exponencial en plena crisis le ha permitido alcanzar ese mismo año el 3% del PIB y el 10% de las exportaciones europeas. El estudio prevé que esas cifras se doblarán hasta 2020 —se alcanzarán tres millones de empleos, dos de ellos directos— superando tal vez al sector energético comunitario.

Afortunadamente para Europa, su sector de alta gama, al que anglosajones y franceses denominan lujo —una palabra de etimología latina ( luxus ) pero que en sus lenguas derivadas adolece de connotaciones negativas (la propia RAE asocia el vocablo al exceso o la prepotencia)—, se apoya en ventajas competitivas difíciles de duplicar, como nuestras tradiciones culturales y artesanales o la creatividad aportada por cada nueva generación europea, que —y conviene recordarlo especialmente en estos momentos difíciles para la Europa mediterránea— hunde sus raíces en el milenario sustrato cultural que hizo posible la obra de Fidias, Leonardo da Vinci o Picasso.

Los productos y servicios de alta gama contribuyen, además, de forma esencial a la competitividad europea: Volkswagen o Audi deben en gran parte su liderazgo tecnológico y de diseño a Porsche. Zara crece imparablemente en base a su imbatible gestión empresarial, pero también se inspira en la creatividad de miles de talleres de moda europeos. Otro tanto sucede en sectores como la gastronomía, el vino o la cosmética.

El mensaje del vicepresidente Tajani —a quien he tenido el privilegio de acompañar en alguna de sus visitas a líderes mundiales— es visionario y de gran alcance: Europa se propone seguir liderando el planeta en excelencia. Su estrategia para competir en el mercado global del siglo XXI con las restantes economías consolidadas y poderosas regiones emergentes no se apoyará en ofertar costes bajos, sino en conceptos mucho más singulares y rentables social o económicamente: cultura, creatividad, innovación, diseño, excelencia en bienes o servicios y en sus procesos de obtención (sostenibilidad, buenas prácticas corporativas) o de comercialización.

Lamentablemente, el sector español de alta gama apenas representa el uno por ciento del europeo, una posición que no se corresponde en absoluto con su contribución cultural y creativa a la historia de Europa. En una jornada organizada hace dos meses por CírculoFortuny —que se propone agrupar al sector español de alta gama— donde participaron destacados líderes políticos y empresariales españoles y europeos, quedó claro que uno de los objetivos clave del actual Gobierno —la defensa y promoción de la marca España en el mundo— pasa inexorablemente por apoyarnos en nuestras fortalezas y desarrollar un sector propio de alta gama acorde con nuestra dimensión cultural y creativa, así como por integrarla crecientemente —como tantas otras cosas— en la marca Europa.

Mariano Fortuny y Madrazo, hijo y nieto de pintores, impulsó en la primera mitad del siglo XX, desde su hermoso palacio veneciano, hoy reconvertido en Museo Fortuny , una revolución cultural y creativa en la moda femenina, los tejidos e incluso la iluminación de los grandes teatros europeos. También fué un precursor en el concepto de distribución selectiva , creando tiendas propias en París, Londres, Milán o Nueva York. Su ejemplo pionero nos impulsó a retomar su nombre y su aniversario para abanderar, un siglo después, una contribución relevante de España a la excelencia europea. Los artesanos y empresarios creativos españoles tienen la palabra.

Carlos Falcó, marqués de Griñón, presidente de Círculo Fortuny.

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