Álvaro Uribe, el arte de lo posible

Se produce en Colombia el traspaso de poder entre Álvaro Uribe y su sucesor Juan Manuel Santos. El primero termina sus dos mandatos con un alto índice de popularidad y en medio de una sensación generalizada de haber hecho bien las cosas en Colombia en los últimos ocho años.

En el ejercicio de todos sus cargos anteriores y como presidente se ha mostrado como un gestor muy eficaz exhibiendo un matizado perfil liberal. Al llegar a la presidencia se encontró un país sumido en la violencia y al borde del precipicio. Terrorismo, narcotráfico y pobreza eran los particulares ejes del mal en Colombia. Y haciendo buena la máxima de que la política es el arte de lo posible, se puso manos a la obra, sin estridencias ni autoritarismos innecesarios.

En el 2002, Colombia estaba más cerca de ser un Estado fallido que de asentar el Estado de derecho. Sencillamente, el Estado estaba desestructurado administrativa y políticamente. Transitar por sus carreteras era una misión de alto riesgo. El Estado apenas podía garantizar la seguridad en las grandes ciudades. En una parte del territorio, los terroristas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), del Ejército de Liberación Nacional (ELN) y de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) campaban a sus anchas.

Con Uribe se terminaron las concesiones a los terroristas. Nada de reconocimiento y posición de igualdad para negociar y nada de zonas desmilitarizadas, como había concedido Pastrana en el pasado con el resultado de una terrorífica espiral de violencia y sangre propiciada por las FARC.

Inmediatamente puso en marcha uno de sus principales logros, la política de seguridad democrática cuyo objetivo era reforzar la autoridad democrática en Colombia. A tal efecto dispuso e implementó con éxito la coordinación de todas las actuaciones del Estado a través del Consejo de Seguridad ganando en capacidad y rapidez de acción. También se redujo la burocracia que atenazaba a los departamentos regionales y fueron animados a fusionarse para poder funcionar de forma más eficaz. Y además se inició un proceso de fortalecimiento del sistema judicial y las instituciones armadas con los objetivos de vigorizar el imperio de la ley y de recuperar el control de aquellas partes del territorio donde se había perdido, a manos de terroristas y narcotraficantes. La perseverancia en esta política de seguridad ha dado sus frutos en la desmovilización de las AUC en el 2005, la marginación del ELN y el debilitamiento (próximo a la derrota) de las FARC.

A Uribe no le ha temblado la mano a la hora de luchar contra el terrorismo y así lo muestran las incesantes operaciones militares contra las FARC, las misiones de rescate de rehenes o bien las extradiciones a Estados Unidos de los principales líderes de las AUC. Durante su presidencia, ha promovido y acercado el Estado del bienestar a los colombianos. Por un lado, negociaba con el Banco Mundial y con el FMI para obtener los fondos necesarios para financiar lo que él denominaba sus proyectos de revolución educativa. Por otro, a nivel nacional fomentaba las microempresas y los préstamos blandos para reducir el desempleo. En sus empeños ha cosechado, de acuerdo con diversos indicadores, un éxito razonable en materias como educación, empleo y sanidad.

Y la combinación de sus políticas de seguridad y económicas se ha traducido en una mejora de los niveles de vida en Colombia y en una reducción apreciable de los índices de violencia y criminalidad.

Sus detractores hablan de los acuerdos con EEUU acusándole de vender Colombia. O bien señalan que sus malas relaciones con Venezuela elevan la tensión regional situándola al borde del conflicto. Pues no tienen razón. Lo que hizo Uribe en el 2009 fue intensificar su relación con EEUU al permitir su acceso a siete bases militares colombianas. Resultado, Colombia es intocable en la zona. E indudablemente era algo necesario para derrotar de forma definitiva a los violentos. Y también ante la agresiva actitud de Hugo Chávez, auténtico desestabilizador de la zona, cuyos vínculos con las FARC quedaron al descubierto en el 2008 tras la intervención del ordenador del número dos del grupo, Raúl Reyes.

Por parte de Uribe, no puede hablarse de enemistad con Venezuela, país con el que firmó en el 2004 un acuerdo para construir un oleoducto. Toda la rabia y la provocación constante caen del lado de Chávez que, por ejemplo, ha levantado estatuas en Venezuela a Manuel Marulanda, el jefe de las FARC, un asesino despreciable que en vida solo produjo dolor.

Hoy, Colombia es una potencia regional emergente por su desarrollo económico y por sus lazos privilegiados con EEUU. Hoy, en Colombia, los violentos saben que han perdido y terminarán con sus anacrónicas revoluciones en el basurero de la historia. Después de los dos mandatos de Álvaro Uribe, queda mucho por hacer, pero no es menos cierto que también se ha conseguido bastante, tanto como lo que era posible conseguir.

Rubén Herrero de Castro, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Complutense de Madrid.