Ambición de césar en una España confinada

Ambición de césar en una España confinada

Con gran carga de ironía, el disidente soviético Vladimir Bukovsky, 12 años en campos de trabajo y prisiones psiquiátricas por defender los derechos humanos en la URSS, refería que cuando la prensa soviética daba cuenta del hallazgo de algún alimento perjudicial para la salud sus compatriotas colegían que lo que se les anunciaba es que pasaba a ser racionado por la incompetencia para obtenerlo. Tan interiorizada estaba la mentira oficial que hasta Gorbachov persuadía a Margaret Thatcher de que los rusos eran tan difíciles de complacer que, disponiendo de un pan mejor, se empecinaban en comer uno bastante peor con algo de sal.

Acorde a esas pautas, el gabinete socialcomunista de Pedro Sánchez, a través de su instrumento de propaganda del CIS, que vendría hacer las veces de los voceros oficiales de la extinta URSS, anticipaba el miércoles un racionamiento de las libertades de expresión y de información. Así, su director, el zafio apparatchik socialista Tezanos, deslizaba que tales derechos debían supeditarse a los intereses del Ejecutivo introduciendo en su última encuesta una sibilina pregunta –la sexta– que inducía a estimar por pertinente la censura de los medios que no sean corifeos del Gran Hermano gubernamental cuando la esencia de estos estriba en desvelar lo que el poder hurta al conocimiento de la gente.

A falta de mascarillas, mordazas, pues, para que la prensa no dé cuenta de la falta de material sanitario y de cómo los estraperlistas amigos trafican y malversan. En democracia, ningún Gobierno llegó tan lejos contra un periodismo libre que se resiste a tener que vivir en cautividad y que no está dispuesto a transigir añadiendo sal al pan de la censura para poderla tragar.

Para más inri, al día siguiente, el padrecito Iglesias, con aire de pobrecito lobo al que estarían maltratando los corderos, como cantaba burlón Paco Ibáñez en el franquismo, remachaba el clavo en La Sexta lanzando otra andanada contra esos medios a los que siempre aspiró a poner bajo su órbita como todo dictador en potencia. En su sermón televisivo, se valió de las tretas que, en la distopía orwelliana de 1984, abonan el intrusivo poder totalitario del Estado, al tiempo que sus súbditos proceden al rito diario de los dos minutos de odio para execrar al «enemigo del pueblo», Goldstein, al que hay que abominar por existir.

En paralelo al cuestionamiento de la prensa, Tezanos hacía igual con la oposición, en concreto con Pablo Casado, líder del PP, al que presentaba en el cuestionario del CIS como Goldstein redivivo si no se plegaba al papel de turiferario de un Gobierno con derecho a bula. De momento, a Casado no se le caracteriza con los rasgos simiescos de Goldstein. Pero casi se le da el mismo trato animal como se apreció en el pleno que prorrogó el estado de alarma, pese a dar nuevamente su venia. En vez de agradecérselo, Sánchez ordenó a su portavoz Lastra que desfogara su odio –no ya los dos minutos de marras, sino toda su intervención– cual Goldstein al que debe repudiarse al margen de lo que diga o haga.

Sin prensa y sin oposición dignas de tales nombres, la España confinada se precipita por una excepcionalidad democrática sobre la que advierten doctos juristas que ponderan que este estado de alarma desborda lo que la Constitución preceptúa. Entretanto, la Fiscalía, bajo la guía de la ex ministra Delgado, devalúa su carácter de ministerio público a misterio público al servicio del Gobierno. Desentendiéndose de las mentiras de un Ejecutivo que ha dejado inermes a los españoles ante el Covid-19 y ha propiciado que su sistema sanitario haga agua, indaga no ya los bulos que explotan como pompas de jabón, sino lo que irrita al Ejecutivo y hace pasar por patrañas.

En apariencia, la grosera maniobra de Tezanos le hacer merecedor de figurar en Allegro ma non troppo, la obra en la que el economista italiano Carlo Cipolla concluye que la estupidez se subestima tanto en el número de tontos como en sus nulos apuros para encumbrarse. Ya versificó siglos antes uno de nuestros clásicos, el dramaturgo Antonio de Solís, personificándolo en uno de sus personajes, «que un bobo hace ciento, y éste / (si le dejan) tiene traza / de embobar siete Castillas, / con un poco de Vizcaya». Si en su comedia todos resultan contaminados por la bobería del aquel vizcaíno Don Cosme que se instala en la Corte dispuesto a comérsela, otro tanto cabe de un Gobierno en el que sus miembros más listos deben hacerse los tontos para seguir figurando en el Consejo de Ministros.

La realidad enseña que, en general, el individuo asume, de modo inconsciente, las conductas inducidas aunque contraríen «la evidencia de nuestros ojos y oídos», como Orwell pone en boca del Gran Hermano de su 1984. De esta forma, en esta desesperanzada España que lleva recluida mes y medio por la negligente gestión de una pandemia y cuyos muertos resultan de imposible cálculo para la estadística oficial, el Gobierno crea los marcos mentales que le permitan dominar el discurso. Confía salir bien librado y eternizarse en el poder.

Si Churchill ganó la guerra al frente de un Gobierno de unidad con el laborista Atlee de vicepresidente, pero perdió la postguerra al ser inopinadamente vencido en las urnas en julio del 45 por Atlee, Sánchez, quien maneja continuos símiles bélicos contra el coronavirus, no quiere repetir la suerte de aquel estadista de una pieza. Aspira a socializar su fracaso con la oposición con su remedo de los Pactos de la Moncloa que es puro artificio y fingimiento. A la par, pone las bases para ganar las elecciones de la postguerra sin descartar un cambio en las reglas del juego ante la dificultad añadida de una crisis económica que tratará de convertir en aliada mediante la clientelización de aquellos a los que antes depaupera.

Lo hace en lid con su vicepresidente Iglesias, quien se dispone a ganarle por la mano con afectación de actor. Son como «el señor don Juan de Robres, / con caridad sin igual, / hizo este santo hospital 26 / pero antes hizo los pobres», según el mordaz epigrama de Juan de Iriarte. ¡Dios nos libre de los filántropos!

En esta encrucijada, España retorna a acreditar, ahora con el coronavirus y antes con la crisis financiera, hoy con Sánchez y ayer con Zapatero, que la mayor riqueza de las naciones estriba en un buen Gobierno, en leyes que se cumplen y en instituciones que funcionan. Valga el caso de Grecia, cuya buena gestión de la pandemia le hace izar hogaño la bandera de España en solidaridad con sus miles de muertos cuando antaño un gobierno podemita sumió a los helenos en la bancarrota. Claro que, como sentenció Kant, «es tan cómodo ser menor de edad».

Frente al mantra del Gobierno del «todos unidos», buscando la inmovilización general, hay que subrayar que más importante aún lo es saber en qué dirección marchar. No es cosa de seguir los derroteros de los borregos del taimado Panurgo. El personaje de Rabelais se vengó del tratante de ganado con el que discutió a bordo de un barco y aparentó hacer las paces adquiriéndole un ejemplar a un precio desorbitado. A renglón seguido, arrojó al animal por la borda arrastrando a todo el rebaño, junto al propio ovejero, tras el balido de socorro del infausto cordero.

Si a Sánchez le moviera alcanzar un gran acuerdo nacional, lo primero que debiera haber hecho es presentar un documento base, en vez de organizar una ronda de contactos como si fuera el Rey, y fraguar esa gran concertación frente a lo que se viene encima. En caso contrario, con una España que afronta otro momentum catastrophicum y que no puede permitirse más comedias de enredo, Casado debe plantarse y decirle: «¡Por ahí no, señor Sánchez!».

Si desea el pacto que este país urge como agua de mayo sobra logorrea de quien confunde la intriga política con la gobernación de España y faltan papeles sobre medios y plazos para salir del atolladero. Además debe aclarar quiénes están prestos a tirar del carro y quiénes a desmantelarlo rompiendo la Constitución y la integridad territorial. Más vale una vez colorado qué ciento amarillo de un Casado que, cuando ha acudido a La Moncloa –como Albert Rivera y va camino de ello Inés Arrimadas–, ha salido cavilando para qué diantres lo había citado un anfitrión que no le concretaba nada y le hacía sentirse partícipe de una ceremonia de la confusión.

Como «lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible», que dijo Rafael Guerra Guerrita, maestro del toreo y del ingenio, Casado puede volver a acabar el encuentro de este lunes con Sánchez con las manos vacías y la cabeza caliente. En ese caso, sin más dilación, debe trasladar a la opinión pública que la reconstrucción de España pasa por frenar la deriva cesarista de Sánchez, no por acompañarla, asociado al populismo neocomunista de un Iglesias que anhela un cambio de régimen por medio del bonapartismo que Marx explica en El 18 Brumario de Luis Bonaparte, es decir, a través de un liderazgo mesiánico y la utilización de unas clases sociales lumperizadas.

En ese brete, Casado debe atarse al palo mayor como Ulises frente a los cantos de sirena de quienes deliran que, haciéndose perdonar la vida, se la van a perdonar como algunos diestros hombres de negocios que, en la política, se conducen como alfeñiques. Recobrando el vigor que patentizó para alzarse contra pronóstico con la Presidencia del PP, no debe plegarse a ser una especie de bien de Estado en almoneda como Fraga con González cuando le hizo la merced de designarle jefe de la leal (e inútil) oposición. Como se limite a esperar a heredar a Sánchez, va listo frente a quien, sustentando en la variopinta coalición Frankenstein, sienta las bases para que la alternancia adquiera visos de excepcionalidad.

Entre tanto, prepárese para lo que le espera leyendo el entretenido pasaje de las memorias de Tony Blair en el que narra el episodio del bravucón que irrumpe en el bar inquiriendo quién narices ha dejado a un chihuahua atado a la entrada. Cuando la dueña se identifica casi pidiendo perdón, aquella bestia humana le urge que acuda porque su maldito perrito está a punto de acabar con su pobre rottweiler. «Perdone, pero eso no tiene ningún sentido. ¿Cómo va a dar fin mi perrita a un perrazo?», le objeta. «Es que su chihuahua –le refuta– se le ha atragantado a mi rottweiler y está a punto de morir atorado».

La anécdota ilustra cómo el Gobierno, valiéndose de herramientas como el CIS o RTVE, por citar los más visibles, se abalanza contra una oposición del tamaño de un chihuahua para que no se le atragante en la garganta al rottweiler que mal gobierna una España sumida, por lo demás, en el llamado efecto Scherezade. Esa estratagema que consiste en introducir desde el poder nuevos temas que distraigan a los ciudadanos de los fracasos de gestión al igual que Scherezade, en las Mil y una noches, postergó su decapitación entreteniendo al sultán con un cuento cada noche. Así se la pueden dar a los españoles con mal pan y una pizca de sal.

Francisco Rosell, director de El Mundo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *