Amenaza para la humanidad

La única verdadera amenaza natural que pesa sobre la humanidad es el riesgo de una epidemia viral. Para dejar constancia, recordemos que hace un siglo la llamada gripe española mató a alrededor de cincuenta millones de personas en todos los continentes; la media de edad de las víctimas era de veinte años, y muchos murieron en un día. Una gripe comparable, llegada de México en 2009, mató al contagio a un millón de personas en Norteamérica, con una media de edad de cuarenta años. Estas gripes o neumonías, diferentes a las gripes estacionales corrientes, afectan a los jóvenes en lugar de a los ancianos, porque los más jóvenes, que nunca han estado expuestos a este tipo de virus, no tienen ninguna inmunidad natural. En 2003, una epidemia de neumonía (síndrome agudo respiratorio severo o SARS) procedente de China provocó miles de víctimas en ese país, antes de llegar a Canadá y Estados Unidos. No sabemos cuántos muertos hubo en China, porque las autoridades trataron de ocultarlo.

Hay que entender que estas epidemias son recurrentes, a un ritmo que parece estar acelerándose. China es el foco más probable, porque el punto de partida de la enfermedad es siempre el contacto entre un animal y un humano; el virus salta de uno a otro, y es un virus siempre nuevo, mutante, mortal precisamente porque es nuevo. Es en China donde encontramos las granjas más grandes de pollos y cerdos, en condiciones higiénicas dudosas y en el centro de grandes poblaciones. La región de Wuhan cumplía todas las condiciones para desatar una epidemia. Después, esta viaja.

La gripe española, que sin duda nació en una granja de pollos en Estados Unidos, viajó en barco. Solo con que un marinero infectado hubiera dado la vuelta al mundo podríamos haber reconstruido el camino de la enfermedad de un puerto a otro, durante un año. Con el transporte aéreo, la mundialización del virus es instantánea. No hay ninguna vacuna contra estas enfermedades virales cuando son nuevas; una vez identificado el virus, se requieren varios meses para fabricar una. Para entonces, la epidemia se extingue con el cambio de estación y la desaparición de los candidatos a la infección. Tampoco hay cura fuera de la medicina paliativa. Basándonos en epidemias anteriores, es de temer que una cuarta parte de los pacientes afectados por el virus de Wuhan no sobrevivan; en este momento la edad media de los muertos en China es de cuarenta años.

La única medida que se puede tomar en caso de epidemia viral es el aislamiento de los pacientes para evitar la propagación de la enfermedad. También hay que localizar el origen de la epidemia, algo que las autoridades chinas no han hecho. En las zonas rurales chinas, donde nacen estas enfermedades, los médicos son pocos y no siempre competentes. Y, lo que es peor, dependen de las autoridades políticas locales, que tienen todas las de perder si acuden al Gobierno central.

La lógica del Partido Comunista chino es que todo está bien, las malas noticias deben ser contenidas. Los accidentes de tren o las epidemias dañan la imagen gloriosa y progresista del Partido, y el ocultamiento es norma en todo el país. En 2003 se negó la existencia de la denominada epidemia de SARS, una neumonía atípica, hasta que los extranjeros la trajeron de China; el Gobierno de Pekín finalmente confesó, pero ya era demasiado tarde. Esta vez, la reacción es la opuesta: el Gobierno ha aislado a una provincia entera -en Wuhan hay cuarenta millones de personas-, pero ya es demasiado tarde.

Deberían haber actuado antes sobre un área más pequeña, pero las autoridades locales han reaccionado demasiado tarde o han preferido permanecer en silencio, de modo que, desde el comienzo de la epidemia, cuya fecha se desconoce, varios millones de viajeros han entrado y salido de Wuhan, lo que explica por qué la enfermedad ha aparecido en toda China, en Francia, en Estados Unidos y en Canadá. El aislamiento de Wuhan probablemente ya no sirva para nada, aparte de la dificultad que supone, incluso en China, inmovilizar a cuarenta millones de personas. Por lo tanto, actualmente es imposible prever el número de futuros pacientes y el número de víctimas. Haremos las cuentas cuando la epidemia desaparezca por sí sola, probablemente en dos o tres meses.

Sabemos que estas epidemias regresarán, tal vez el año que viene. Podríamos prevenirlas mejor estableciendo normas sanitarias que, hoy en día, no existen en las granjas chinas. Convendría también que el Partido Comunista chino cambiara de mentalidad, y en vez de sancionar, recompensara a quienes dan la voz de alarma. Sería preferible una cuarentena temprana, aunque carezca de fundamento, que una cuarentena tardía e inútil. ¿Es inalcanzable la vacuna? No. Las vacunas actuales contra la gripe protegen, aproximadamente en el 20 por ciento de los casos, dependiendo del virus estacional. Sería posible crear y almacenar vacunas con un espectro más amplio, del orden del 80 por ciento, siempre que se realizara una inversión masiva en investigación y producción. Michael Osterholm, de la Universidad de Minnesota, considerado el principal experto mundial en el virus de la gripe, cree que el esfuerzo para contener estas epidemias mortales sería el equivalente del proyecto Manhattan, que desembocó en la bomba atómica. Sería un proyecto Manhattan, pero a favor de la vida. Considerando el número de muertes que podrían evitarse, el proyecto sería económicamente viable. Pero la gente no tiene buena memoria. La gripe siempre ha acompañado a la humanidad; devastó la antigua Grecia, pero se olvida año tras año.

También confundimos la gripe estacional con la que mata de golpe a los más jóvenes. No lo deseamos, pero solo una epidemia mundial extremadamente grave generaría la toma de conciencia suficiente para iniciar una investigación y cambiar el comportamiento político. No sabemos si el virus de Wuhan marcará este punto de inflexión. En cualquier caso, la amenaza es más grave y más inmediata que el calentamiento global. ¿Asustará menos una amenaza real que una amenaza teórica?

Guy Sorman

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