Amenazas al pequeño comercio

El mito de Sísifo sería seguramente el más adecuado para explicar la desigual batalla entre el pequeño comercio de proximidad, tradicional y familiar, y las grandes superficies. Igual que Sísifo iba empujando una roca para colocarla en lo alto de una pendiente y, cada vez que lo conseguía, le volvía a caer rodando hacia abajo, todos los esfuerzos de los comerciantes para sobrevivir al holocausto del que son víctimas resultan al fin infructuosos.

En efecto, siempre que se promulga alguna norma o se adopta alguna medida reequilibradora a favor de los débiles y que limite un poco la abrumadora ofensiva de los gigantes que practican la ley de la selva, los poderes fácticos no tardan demasiado en recuperar el control de la situación y la posición de dominio. Como en el caso del telar de Penélope, todo lo que se ha tejido de día se deshace de noche.

En esta lucha todo vale. No existen reglas, y, además de todas las estratagemas, los Goliat juegan con el factor tiempo a favor, porque tienen medios económicos y capacidad de resistencia para dar la vuelta a la tortilla. Son grupos de presión implacables. Demandan el doble de superficie de la que realmente necesitan y así la autoridad competente puede fingir de cara a la galería que les para los pies y les autoriza solo la mitad, que, en realidad, era la que querían. Simulan que aceptan las limitaciones establecidas para las nuevas implantaciones, pero después superan el plan de equipamientos comerciales y los estudios pretendidamente vinculantes que prohiben agravar la saturación de la zona. Recuerden cómo en los terrenos expropiados (para preservarlos) en Can Rigalt --Renfe Meridiana--, el ayuntamiento prometió por escrito la superación del volumen permitido inicialmente y, sure enough, así acabó la cosa. O cómo en unos almacenes que no tenían permiso para supermercado de alimentación, se concedió la licencia y, de paso, aprovechando una remodelación a cargo de un arquitecto famoso, se toleró una ampliación camuflada de 6.000 metros cuadrados.

Esto es Jauja. Se ha levantado la veda y ahora sálvese quien pueda. Por ejemplo, el complejo de Las Arenas, que se presentó como lúdico y de ocio, pero que al fin ha obtenido 3.500 metros cuadrados suplementarios de área comercial con el argumento de que sin esto no habría bastantes visitantes. ¿Es que no habían hecho ningún estudio? Sí, pero el procedimiento es bien simple. Si se pide permiso para abrir un centro comercial con un poco de zona lúdica te dirán que no. Por lo tanto, se pide un centro lúdico con un poco de sector comercial y así te dirán que sí. Y, a partir de ahí, la Administración seguirá la batuta del solicitante al estilo del director de la Popular Sansense, que, cuando empieza la música en la plaza de toros, dice: "Venga, chico, uno, dos, tres, ya nos encontraremos al final". Un método bien evocador del franciscano que pidió la autorización para fumar mientras rezaba y, naturalmente, se la denegaron. En cambio el jesuita pidió y logró que le dejaran rezar mientras fumaba. En resumen, que el lobi siempre consigue sus propósitos. Vean, si no, cómo en la compra de Continente por parte de Carrefour, el Tribunal de Defensa de la Competencia exigió desinversiones allí donde la suma de los fusionados representaba una concentración excesiva (por ejemplo, en Terrassa y Manresa, con un 70% y un 80% del total de comercio local). Un rigor que no se ha evidenciado, por contra, en la compra de Caprabo por parte de Eroski.

Sin embargo, actualmente soplan vientos todavía más peligrosos para el comercio tradicional. Ya se había intentado propagar antes la noción falsa de que el pequeño comercio es más caro y culpable de la inflación. Pero ahora, con el espectacular aumento de los precios, la ofensiva será brutal. Se nos dirá que las grandes superficies tienen economías de escala (profesor Toribio, del IESE) y que hay que frenar la escalada de los precios.

En Francia, concretamente, el secretario de Estado Luc Chatel ha convocado a los hípers y súpers para comunicarles que tienen que reducir los precios un 3%. Como contrapartida, les ofrecen medidas liberalizadoras que recorten la ley Raffarin que limita las nuevas implantaciones y la ley Dutreil que regula las relaciones de las grandes superficies y sus proveedores. El neoliberal Jacques Attali, asesor de Sarkozy, se atreve incluso a proponer la derogación de la ley que prohibe la venta a pérdida y la libertad de negociar precios entre minoristas y suministradores. Los grandes operadores (Carrefour y Casino) ya se frotan las manos de satisfacción, pero nadie se cree que todo ello sirva para reducir los precios, puesto que las ventas de productos alimentarios solo han crecido un 1% desde el 2001. En caso de que se materialice esta liberalización, los grandes beneficiados serán los accionistas de las cadenas dominantes, y los grandes perjudicados, los proveedores colocados en manos de un poder de compra asfixiante. También, por supuesto, el pequeño comercio, que, como siempre, pagaría los platos rotos. Y, obviamente, el consumidor, porque los precios seguirán subiendo al ritmo que marquen unos gigantes despiadados y descontrolados. Preparémonos, pues, para un intento de importar el nuevo recorte que plantean en Francia.

Francesc Sanuy, abogado.