Amenazas increíbles

Ha vuelto a ocurrir. En nuestra ciudad, en lugares frecuentados por los que pasamos a diario y a plena luz del día. Ocurrió en febrero, en julio y, unas semanas más tarde, la historia se repite. Y es una historia que, cambiando los detalles, sucede en nuestro país en los últimos tiempos más de cincuenta veces cada año. Es la historia de mujeres que, sintiéndose amenazadas por sus exparejas, acuden a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad y esas amenazas se interpretan, tal y como recogen los medios de comunicación en el reciente caso sucedido en Zaragoza, «dentro del contexto de tiranteces de un proceso de divorcio». Amenazas que resultan increíbles por el contexto en el que ocurren.

Y sí, es cierto; el contexto lo cambia todo. Imaginemos que una persona con una actividad pública sufriera una amenaza de este tipo, como por ejemplo: «Te voy a llevar a un viaje muy largo del que no vas a volver», y dicho esto con una pistola en la mano; amenaza sufrida por Soraya G. S., asesinada por su expareja el pasado mes de febrero. Posiblemente, en este caso, si la persona amenazada formulara una denuncia, cabe preguntarnos: ¿se cuestionaría si la amenaza era una consecuencia de tiranteces propias de su cargo? ¿Se realizaría una investigación de inmediato? ¿Se pondrían medidas de protección dado el contexto en el que se produce esa amenaza? Es decir, la valoración del riesgo de una misma amenaza puede ser diferente según las circunstancias de la persona denunciante. Quizás esta valoración diferente ante un mismo hecho refleja que parte de nuestra sociedad todavía ¿justifica?, ¿consiente?... ¿O cómo decir que parte de nuestra sociedad todavía acepta comportamientos en las relaciones hombre-mujer que pueden dar lugar a situaciones de violencia en las que generalmente las mujeres llevan las de perder? Aceptación que no concierne exclusivamente a los encargados de valorar los riesgos, sino que son situaciones consideradas como 'normales' de manera tácita dentro de una relación sentimental.

Es cierto que las noticias de las mujeres asesinadas por sus parejas tienen un gran impacto y que la repulsa general a estos asesinatos es unánime. Sin embargo, también es cierto que en muchos casos -en muchos otros, por fortuna, no- se infravalora el riesgo y que fallan los mecanismos de protección a las víctimas. El proporcionar a la posible víctima un teléfono de contacto para llamar ante una situación de peligro, ¿es suficiente como medida de protección? El caso de Soraya G. S. y el de otras mujeres parece indicar que no. Las órdenes de alejamiento que no son controladas por dispositivos electrónicos ¿protegen realmente a las mujeres amenazadas? El caso de Alexandra S., asesinada en plena calle de Conde de Aranda hace poco más de un mes, y los de tantas otras mujeres parecen indicar que no. Muchas de las mujeres asesinadas por sus exparejas dejan al morir historias estremecedoras que ponen de manifiesto fallos del sistema, incomprensibles veredictos de inocencia de sus agresores en denuncias por lesiones sufridas antes de ser asesinadas, decisiones de custodias compartidas de los hijos en común difíciles de entender...

La violencia de género es un tema complejo en el que las víctimas son las protagonistas póstumas, pero en el que todas las personas, como miembros de la sociedad en la que vivimos, somos protagonistas indirectos. No es un tema que implique solo a los responsables de salvaguardar a las víctimas, como puedan ser la Administración de Justicia o las Fuerzas de Seguridad del Estado. No cabe duda de que, en los últimos veinte años, en nuestra sociedad existe una mayor sensibilidad y más información sobre el tema. Pero no es menos cierto que, a pesar de la incorporación de medidas legales, de estrategias específicas y de la labor que en general hacen las Fuerzas de Seguridad en los casos de violencia de género, cada una de las mujeres asesinadas es prueba evidente de que no se hace lo suficiente y de que aún queda mucho por hacer.

Debemos dejar de pensar que «en el contexto de tiranteces de un proceso de divorcio» o en una relación sentimental todo puede ser interpretado como normal; y por tanto cualquier amenaza puede resultar difícil de creer. Las recientes crónicas de la realidad nos demuestran que cualquier amenaza que denuncia una mujer, aún pareciendo increíble, al final resulta desgraciadamente cierta.

Isabel Nerín de la Puerta es profesora de la Universidad de Zaragoza

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *