América: el deber de España

Si se piensa en la escritura como totalidad, el nombre que de manera inevitable nos viene al pensamiento es el del escritor mexicano Alfonso Reyes. La suya fue una literatura recorrida por la multiplicidad expresiva, por el afán de expandirse en los registros del poema, el ensayo, la narrativa, la biografía, el teatro y la crítica literaria y artística. La obra de Alfonso Reyes es la conjunción de la inteligencia con la sonoridad más honda del lenguaje. Una fiesta del idioma en la que la erudición funciona como una herramienta lúdica, una exploración en las opacidades y resplandores de lo vital y de lo intelectual. En Reyes palpitan profundas raíces mexicanas fusionadas con el agudo conocimiento de los mundos americano y europeo y, en particular, de una cultura española de enorme riqueza, vivida desde siempre como propia.

El joven escritor regiomontano llegó a España en 1914, llevando a cuestas una tragedia personal, la muerte de su padre, el general Bernardo Reyes, y una breve aunque intensa vida diplomática desarrollada en la Francia anterior a la Primera Guerra Mundial y aun durante los primeros meses de la conflagración. Instalado en Madrid, Alfonso Reyes entró con paso firme en los terrenos del periodismo, la literatura y la academia. En la Villa y Corte, con la sola carta de presentación de su libro de ensayos Cuestiones estéticas, valorado ya por el reducido aunque exigente ámbito académico, el mexicano se propuso la toma de la ciudad. En actitud de aparente imprudencia, Reyes apoyaría dicha conquista en la solidez de la única arma con que contaba: la calidad de su escritura.

Durante la primera época madrileña, y con carácter de exiliado, Alfonso Reyes pudo desarrollar una ingente labor literaria, periodística y erudita al lado de figuras de la talla de José Ortega y Gasset, Juan Ramón Jiménez, Manuel Azaña, Ramón Menéndez Pidal, Azorín, Enrique Díez-Canedo, Ramón María del Valle-Inclán, Ramón Gómez de la Serna, Federico de Onís. A poco más de un lustro de su llegada, y reintegrado al servicio exterior mexicano, la brillantez de su obra escrita y la calidez de su trato terminarían de convertir al escritor en el mejor puente cultural entre México y España. Puente luego extendido por él entre la antigua metrópoli y buena parte de Hispanoamérica.

"Y no se ha dicho, a todo esto, lo único que había que decir: que América es muy distinta de España, pero que es, en la tierra, lo que más se parece a España; que donde todos hablan ya en francés o en inglés, sólo nosotros nos hemos quedado hablando español; que ambos, los de allá y los de acá, tenemos muy poca paciencia, y que nos está muy bien un océano de por medio; que la fraternidad es cosa natural, y que hasta puede llegar a ser muy molesta, pero que es inevitable siempre, por lo cual mejor es tratarse y conocerse que no hacerse amagos desde lejos; que la verdadera fraternidad excluye las continuas protestas de mutuo amor, y que así como podemos decir que América no era independiente mientras sentía la necesidad de acusar a España, podemos afirmar que América no será la verdadera hermana de España mientras una u otra se crean obligadas a jurarse fraternidad; que también conviene el pudor en las cosas internacionales, y que aquí como en Góngora, 'Manda Amor, en su fatiga, / Que se sienta y no se diga', que se obre más y se hable menos, dejando las buenas palabras para artesonado del Infierno", escribe en un artículo firmado en Madrid en el año 1919 titulado Sobre una epidemia retórica.

Esta actitud de franca identificación con España y lo español Reyes la mantendría a lo largo de toda su vida. Tiempo después, desde las embajadas en Francia, Argentina y Brasil que presidió, y luego en México, nunca dudó en devolver con acciones concretas la solidaridad recibida durante sus difíciles años madrileños. Ortega y Gasset había escrito que "América representa el mayor deber y el mayor honor de España", y Alfonso Reyes entiende esta frase de la siguiente manera: "Fuerza es que los pueblos tengan ideales o los inventen. Así como América no descubrirá plenamente el sentido de su vida en tanto que no rehaga, pieza a pieza, su 'conciencia española', así España no tiene mejor empresa en el mundo que reasumir su papel de hermana mayor de las Américas. A manera de ejercicios espirituales, al americano debiera imponerse lameditación metódica de las cosas de España, y al español la de las cosas de América. En las escuelas y en los periódicos debiera recordarse constantemente a los americanos el deber de pensar en España; a los españoles, el de pensar en América. En las hojas diarias leeríamos cada semana estas palabras: 'Americanos, ¿habéis pensado en España? Españoles, ¿habéis pensado en América?'. Concibo la educación de un joven español que se acostumbrara a adquirir todos los meses algún conocimiento nuevo sobre América, por modesto que fuese. Hay que acostumbrar al español a que tenga siempre una ventana abierta hacia América".

Instalado en un nuevo destino, Argentina, Alfonso Reyes atendió puntualmente las noticias de la guerra en España y de las desgracias que ésta iba dejando en suelo peninsular. Uno de los acontecimientos más trágicos del conflicto motivaría la escritura de su Cantata en la tumba de Federico García Lorca, gran amigo suyo de los años de frecuentación de la Residencia de Estudiantes. Todavía en Buenos Aires supo de la caída de la II República. Desde ese momento, y hasta su vuelta definitiva a México, Reyes y un selecto grupo de hispanófilos se impusieron la significativa labor de atraer y reconstruir en tierras mexicanas lo más rico del tejido político, cultural, científico y social republicanos. Por su larga y fructífera relación con lo mejor de la España que le había tocado en suerte vivir, y por su propia trayectoria profesional, Reyes se convirtió a partir de entonces en factor determinante en la creación y fortalecimiento de algunos de los proyectos que asimilaron a lo más selecto de las letras, las artes y las ciencias de la República expatriada.

La pasión por el saber universal y la noción de justicia ganada a pulso sobre el camino del exilio, sumadas a un nítido desempeño diplomático, condujeron la escritura y la existencia de Alfonso Reyes por los más variados países y ambientes. De vuelta en México, su actitud franca y plural llevaría a Reyes a participar en la fundación, dirección o apoyo de instituciones esenciales como La Casa de España en México -hoy El Colegio de México-, el Fondo de Cultura Económica, El Colegio Nacional, la Universidad Nacional Autónoma de México o el Instituto Francés para América Latina, donde políticos, filósofos, científicos, escritores, artistas y profesionales españoles de la más variada estirpe pudieron seguir ejerciendo sus oficios de manera cotidiana.

Cabe destacar que varias de las instituciones mencionadas, nacidas a partir de la idea de asimilación del exilio republicano a México o reforzadas por la integración de muchos de sus miembros, colaboran hoy en la organización de la muestra Alfonso Reyes. El sendero entre la vida y la ficción con que el Instituto Cervantes ha querido homenajear a un escritor esencial en el fortalecimiento de las relaciones entre México y España, coincidiendo con los treinta años del restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre el Reino de España y la República de México.

Tras largas décadas de silencio entre la antigua metrópoli y las nuevas repúblicas hispanoamericanas, que creyeron ver su futuro en seguir el ejemplo de otros países europeos, personalidades como la de Alfonso Reyes lucharon por restablecer los puentes fraternales, culturales y sociales que habían quedado rotos a causa de las largas guerras de independencia. Reyes, además, resaltó los vínculos indisolubles de nuestra lengua y cultura compartidas. Predijo el retorno a la escena internacional de nuestro mundo hispánico si entre todos tomábamos conciencia de la fuerza de nuestra unidad basada en el respeto mutuo. "Tras un siglo de soberbia y mutua ignorancia -un siglo de independencia política en que se ha ido cumpliendo, laboriosamente, la independencia del espíritu, sin la cual no hay amistad posible-, los españoles pueden ya mirar sin resquemor las cosas de América, y los americanos considerar con serenidad las cosas de España. El día en que España se interese por la suerte de las repúblicas americanas -cuando ya interesarse por ellas no significa ninguna ambición imperialista-, España vendrá a ser el centro de un poder moral sólo comparable a lo que fue el del Papado. Esto, al paso que moralice a España, devolviéndole su puesto en la consideración política del mundo, será un bien para todas las repúblicas americanas que, a través de España, pueden entenderse y reconocerse fraternales. Si el orbe hispano de ambos mundos no llega a pesar sobre la tierra en proporción con las dimensiones territoriales que cubre, si el hablar en lengua española no ha de representar nunca una ventaja en las letras como en el comercio, nuestro ejemplo será el ejemplo más vergonzoso de ineptitud que pueda ofrecer la raza humana".

Reyes, maestro de Octavio Paz, de Rulfo, de Arreola y de tantos otros grandes escritores mexicanos, fue el precursor de lo que de manera tan acertada Carlos Fuentes denomina como Territorio de la Mancha.

César Antonio Molina, director del Instituto Cervantes.