América no puede sola

Por Bill Clinton, presidente de EEUU entre 1992 y 2000 (EL MUNDO, 08/11/03):

La mayoría de la gente considera que nuestra época es la época de la globalización. Para los americanos, la era de la globalización es sinónimo de enormes beneficios. Durante los ocho años de mi Presidencia, los intercambios comerciales sólo alimentaban un tercio de nuestro crecimiento. La aplicación de las nuevas tecnologías de la información a todos los sectores de la economía ha contribuido decisivamente al considerable aumento de nuestra productividad.Al mismo tiempo, la apertura de nuestras fronteras a nuevos inmigrantes procedentes de los cuatro puntos cardinales del planeta proporcionó un nuevo impulso a nuestro espíritu emprendedor. Todo ha sido beneficioso para nosotros, aunque el principio de la interdependencia mundial no es, a priori, ni benéfico ni contraproducente. Puede ser lo uno o lo otro o ambas cosas a la vez.

El 11 de Septiembre, los terroristas de Al Qaeda utilizaron diversos elementos conjugados por la mundialización (permeabilidad de las fronteras, facilidad para los desplazamientos, flexibilidad para la inmigración, fácil acceso a la información y a la tecnología) para transformar un avión repleto de queroseno en un arma de destrucción masiva, matando a cerca de 3.000 personas en Estados Unidos, entre ellas a centenares procedentes de 70 países extranjeros, 200 de las cuales eran de confesión musulmana. Lo cual proporciona una idea de la diversidad religiosa y del aspecto positivo de la mundialización.

Mi postulado básico es el siguiente: por culpa de su inestabilidad, la mundialización y todas las promesas que ella contiene desemboca inevitablemente en un callejón sin salida. No podemos seguir viviendo en un mundo en el que el fenómeno de la interdependencia se va ampliando porque no disponemos de instancia superior alguna que permita a los elementos positivos de la mundialización contrabalancear los efectos negativos.

En consecuencia, me parece que todas las cabezas pensantes, a fortiori en el seno de nuestro país, deberían intentar resolver estas tres cuestiones fundamentales. En primer lugar, ¿cuál es nuestra visión del siglo XXI? En segundo lugar, ¿qué debemos hacer para llevar a la práctica esta concepción? Y en tercer lugar, abordar el problema de la forma de compartir responsabilidades, beneficios y valores.

En lo que al segundo punto se refiere (¿qué hacer para edificar un mundo que responda a estos criterios?), me remito a la dinámica del reparto de responsabilidades. Creo que lo que se impone, en primer lugar, es la lucha por la seguridad y contra el terrorismo, contra las armas de destrucción masiva, el crimen organizado y los narcotraficantes.

Es decir, compartir responsabilidades comunes para desmantelar Al Qaeda y las redes terroristas. Volver a poner en marcha el proceso de paz en Oriente Próximo. Resolver la cuestión de la amenaza nuclear y de los misiles norcoreanos. Impulsar un nuevo diálogo entre las dos potencias nucleares que son la India y Pakistán. Hacer que el Irak de la posguerra camine hacia un Gobierno democrático autónomo. Y ayudar a países como Colombia o Filipinas a combatir el terrorismo, al tiempo que se consigue la reducción global de los almacenes de sustancias químicas, biológicas y nucleares.

La segunda gran responsabilidad que debemos compartir es la puesta en marcha de instituciones de cooperación mundial, implicando al más amplio espectro de zonas posibles. De esta forma podremos pensar en resolver nuestras diferencias de forma pacífica, siguiendo reglas y procedimientos considerados justos por todos y cada uno de los implicados. En efecto, sin el soporte de dichas instituciones, parece difícil mantener en pie el principio del reparto de responsabilidades.

En este mundo interdependiente también es importante compartir los beneficios. ¿Por qué? Por una razón muy sencilla. Si procede usted de un país rico y abierto, a menos que considere que tiene derecho a matar, a encarcelar y a ocupar la nación de sus enemigos como le plazca, su deber es actuar para conseguir un mundo más solidario, con más socios y menos terroristas.

Tal y como constatamos a diario en Irak, Norteamérica es la única superpotencia militar del mundo. Somos capaces de ganar cualquier conflicto militar con nuestros propios medios. En cambio, no somos capaces de conquistar la paz sin apoyo externo. ¿Qué lecciones hay que sacar de ello?

Eso significa, entre otras cosas, que nos corresponde a nosotros conceder oportunidades económicas al 50% de la población del globo que vive con dos dólares o menos al día, ampliar el comercio con los países en vías de desarrollo y proporcionarles una ayuda más apropiada a sus necesidades. Eso implica una nueva reducción de la deuda de los países pobres, desarrollando al mismo tiempo en dichos países sistemas económicos, educativos y sanitarios.Supone también la financiación de proyectos que puedan servir de base para la edificación de economías estables, funcionales y productivas. Y por último, eso supone educar a las poblaciones mundiales que, en el momento actual, no son capaces de participar activamente en la mundialización.

He hablado en varias ocasiones con el secretario general de las Naciones Unidas sobre el trabajo que hago para luchar contra el sida en Africa y en el Caribe. Muy pronto vamos a ser capaces de comprar medicinas por menos de 140 dólares por persona y año.Pero, para que los medicamentos sean realmente eficaces, tenemos que financiar en esos países el desarrollo de sistemas de Sanidad autónomos. Paso a paso vamos edificando un mundo con más socios y menos terroristas. Soy partidario de una postura firme en materia de seguridad, pero tampoco podemos matar, encarcelar o ocupar los países de todos nuestros enemigos potenciales. Por eso hay que proclamar bien alto y claro que estamos invirtiendo muy tímidamente en la construcción de un mundo mejor y menos hostil.

En cuanto a la tercera cuestión (¿qué responsabilidad tiene que asumir Norteamérica?), creo que nuestro país debería cooperar al máximo con el mayor número posible de naciones cada vez que pueda hacerlo y actuar en solitario sólo en caso de necesidad.Yo era partidario de la resolución de las Naciones Unidas que le decía a Sadam Husein: «O deja usted regresar a los inspectores o le destituimos». Pero mi posición comenzó a cambiar cuando pasamos de «la cooperación con las Naciones Unidas por encima de todo» a «las Naciones Unidas son nuestras y nosotros decidimos cuándo va a poner fin a sus inspecciones Hans Blix». El inspector de Naciones Unidas reclamaba cuatro, cinco o seis semanas para terminar su trabajo, pero los halcones estaban ya decididos a no dejarle concluir sus investigaciones.

Sigo creyendo que deberíamos ver si las Naciones Unidas son capaces de hacerse cargo de la seguridad de Irak, al tiempo que deberíamos asociar a esta tarea a los países miembros de la OTAN que se opusieron al conflicto militar. Eso probaría que nos estamos esforzando entre todos por construir, en Irak, una democracia multipartidista, multiétnica y multitribal. Porque la mayoría de las dificultades que estamos encontrando hoy en día hacen que la situación no sea propicia a una acción unilateral.

Para terminar, déjenme decirles una cosa. Estoy convencido de que el fundamentalismo del que cree detentar la verdad suprema y el derecho de imponérsela a los demás no es una respuesta adaptada a los problemas del mundo moderno ni en el ámbito religioso ni en el político. Es mucho mejor tratar estos problemas de una forma pragmática, basándose únicamente en los hechos y en el diálogo, privilegiando la experimentación sobre las conclusiones precipitadas. Dejándose guiar por la ideología, se corre el riesgo de cometer errores. El mundo está repleto de cuestiones espinosas que no tienen respuestas evidentes y sencillas. Se puede estar en desacuerdo con el otro sin que ello implique que tengamos que ser enemigos.

La oposición a la mundialización tiene su origen entre pueblos que se sienten abandonados y marginados. Pueblos que creen estar siendo pisoteados por otros. Si, como yo, ustedes también creen en la ampliación comercial, si piensan que Norteamérica tiene el deber de mantener abiertas sus fronteras e invertir más en el desarrollo de los países pobres, tenemos que echar una mano para conseguir plasmar nuestros deseos en realidades. Y el único medio de conseguirlo es que la economía de EEUU siga funcionando bien y que nuestra sociedad esté cada vez más unida. Tenemos que construir una comunidad integrada. Sin ello, no encontraremos en nuestra propia casa el apoyo necesario para hacer lo que tenemos que hacer en el resto del mundo.