Amigos de la Constitución

«Desde 1898 a 1923, el problema catalán fue el verdadero centro en torno al cual giró toda la política española. Y todos los acontecimientos de alguna importancia fueron provocados o influidos por el problema catalán». (Cambó, Por la concordia, 1927).

La cuestión catalana es hoy, como en los tiempos de Cambó, el problema más acuciante que tiene España. Las crisis económicas se remontan, los conflictos sociales se superan; pero, si nuestro país se disuelve, eso será un hecho irreversible: un parteaguas en la historia de España. Si eso ocurre, los que estamos ahora en edad de tomar decisiones habremos fracasado porque entregaremos a nuestros hijos un país peor del que hemos recibido.

Vaya por delante que Cataluña nunca ha sido una nación independiente. Sin embargo, sí se ha distinguido a lo largo de su historia por una voluntad de ser (Vicens Vives) perfectamente compatible con la idea de España. Sólo a partir del Desastre de 1898 los separatistas empiezan a revindicar un estado propio. Como anécdota, recordaré que la bandera estelada es de 1908 y se inspira en la de Cuba. El secesionismo crece en las dictaduras de Primo de Rivera y Franco porque la lucha por las libertades se confunde con la oposición a España. En los conciertos de Serrat, Lluis Llach o María del Mar Bonet había muchas senyeras y ninguna bandera nacional. Cualquier intento de considerar a lo catalán como hostil o de acabar con la autonomía catalana será echar gasolina al fuego. El asimilacionismo no ha funcionado nunca y nunca podrá funcionar.

Pero basta ya de historia. En nuestros días el separatismo ha crecido como consecuencia de las cesiones en educación y de la resaca de la crisis económica. En relación a la educación, Albert Boadella, a quien nadie puede cuestionar su compromiso con la libertad, escribió no hace mucho que «desde su llegada al poder, Jordi Pujol diseñó un sistema propagandístico y educativo que ha supuesto que dos generaciones hayan sido educadas en el odio a todo lo español» («La Vanguardia», 3 de abril de 2013). José Ignacio Wert intentó corregir esta deriva y eso le costó el puesto. En relación con la crisis, a Artur Mas se le ocurrió que lo mejor que podía hacer para evitar que le siguiesen abucheando, era echarle la culpa a Madrid, el enemigo exterior. El «Espanya ens roba» corrió como la pólvora. Le echaron, jibarizó Convergencia y dejó Cataluña en la frontera del caos.

Bueno, ¿somos conscientes de lo que está pasando? Barrunto que no. Por ahora solo sabemos que las cesiones que se han hecho no han servido para nada. La conllevanza (Ortega), el peix al cove (Pujol), o la fútil pretensión de parar un golpe de Estado con el Aranzadi (¿?) solo han servido para envalentonar a los secesionistas y adormecer a la opinión pública hasta tal punto que hoy discute como normales cosas que no lo son en absoluto. No es normal que sean quienes quieren acabar con España -ERC y JpC- los que vayan a permitir que Sánchez sea presidente. No es normal que este diga ahora que estamos ante un conflicto político cuando antesdeayer hablaba de un conflicto de orden público. No es normal que en la mesa de diálogo se sienten con el mismo estatus el Gobierno de España y el de la Generalitat. No es normal que allí se pretenda discutir sobre la amnistía de los presos o la autodeterminación de Cataluña.

No quisiera ser alarmista pero no me resisto a subrayar que lo que se discute en el fondo es si se mantiene el régimen actual, o si por el contrario, se dinamitan los cuatro pilares en los que se sustenta la Constitución: la soberanía del pueblo español, la unidad de la nación española, la igualdad en derechos y obligaciones y la solidaridad entre los territorios que forman España. Nada más y nada menos. Por eso, me parece una banalidad hablar de cambio de Gobierno cuando estamos ante un cambio de régimen. Los separatistas no se van a contentar con menos que la independencia; al contado o a plazos. Puigdemont está en el cuanto peor mejor, Junqueras se conforma con pedir el control de la Generalitat para desde allí ir acrecentando la masa social independentista. Sánchez por ahora no va tan lejos: se limita a querer moldear una España a su gusto orillando a los partidos constitucionalistas. Si las cosas les salen, Sánchez mandará en Madrid, Junqueras en Barcelona y Urkullu en Vitoria. Un Tinell más radical que el original.

Y lo que España no necesita ahora es radicalismo. Lo decía Ortega con absoluta claridad: «El radicalismo solo es posible cuando hay un absoluto vencedor y un absoluto vencido. Pero en esta hora acontece que ni siquiera ha habido vencedores ni vencidos. Yo confío en que los partidos no pretenderán hacer triunfar a quemarropa lo peculiar de sus programas. La falsa victoria que hoy por un azar parlamentario pudiera conseguir caería sobre su propia cabeza». (Un aldabonazo, 1931). Lo que España necesita es un acuerdo entre los partidos constitucionalistas para salir de la crisis institucional en la que estamos inmersos.

Pero por desgracia esto no basta porque a los españoles de a pie no parece importarles lo que está pasando. Más o menos lo mismo que denunciaba Unamuno hace ya más de un siglo: «¿Qué quiere España? -me preguntaba un amigo extranjero-. Y le contesté: “España no quiere nada, sino que la dejen. Y así hasta Dios la deja en su mano”». (La noluntad nacional, 1915). ¿Y qué podemos hacer nosotros? No se me ocurre mejor cosa que reproducir otro párrafo de Unamuno: «Pues mira, podemos empezar a chillar. Todos, cada uno según sus fuerzas y su voz podemos gritar algo. ¿Que no nos lo piden? ¡Y que importa! Si todos los españoles nos pusiéramos a gritar algo acabarían por oírnos y por preguntar: ¿Y qué dicen esos? Y entonces llegaríamos a tener voluntad nacional».

Si no hay voluntad nacional no hay conciencia nacional. Lo que propongo es que los que hemos hecho del servicio a España nuestra razón de ser, nos agrupemos para parar a Sánchez, defender la Constitución y decir alto y claro que juntos estamos mejor queriéndonos, respetando nuestras diferencias pero amando todo lo que tenemos en común y queremos seguir compartiendo. Algo parecido a lo que fue la Agrupación de Intelectuales al Servicio de la República. No les hicieron caso y pasó lo que pasó: el agostamiento del arroyuelo liberal, la radicalización de la derecha y la izquierda y el enfrentamiento civil. Ahora las cosas, por fortuna son diferentes, pero en algo se parecen: si Sánchez continúa radicalizando al partido socialista engordarán las formaciones radicales de signo contrario y la convivencia será mas difícil.

José Manuel García-Margallo fue ministro de Asuntos Exteriores y es eurodiputado.

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