AMLO (aún) no tiene oposición en México

Simpatizantes de Andrés Manuel López Obrador, presidente de México, en la celebración de su primer aniversario de Gobierno. (PEDRO PARDO/AFP via Getty Images)
Simpatizantes de Andrés Manuel López Obrador, presidente de México, en la celebración de su primer aniversario de Gobierno. (PEDRO PARDO/AFP via Getty Images)

En el primer año de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) como presidente de México su nombre puebla con amplitud el escenario político nacional: ha centrado en su persona, sus políticas y su retórica la atención y la pasión del país, sin que hasta ahora sus adversarios hayan podido organizar una alternativa con programa, liderazgo y base social masiva.

México no había visto a un presidente remover el aparato institucional con el trajín incesante, y a veces atrabancado, con el que AMLO lo ha hecho. Tampoco un político en el poder había sostenido en la población un bono de esperanza tan evidente, durante tanto tiempo y a pesar de tantos problemas.

Esa paradoja es una síntesis de lo que está sucediendo en México: a pesar del estancamiento económico, la galopante inseguridad, el dominio de los cárteles del crimen organizado, los pocos resultados reales en el castigo a políticos corruptos y la presión del presidente estadounidense, Donald Trump, AMLO mantiene altos índices de popularidad. También tiene el control de la agenda política a través de conferencias de prensa diarias, mítines fuera de la capital del país los fines de semana y una retórica que suele confrontar abiertamente a sus adversarios.

AMLO llegó a la presidencia con un voto récord para las elecciones democráticas. El país nunca había entregado tal cantidad de votos a un candidato: más de 30 millones, es decir, más del 53% de los sufragios. Su capital político tras el triunfo fue tal que, desde las elecciones del 1 de julio de 2018, en la práctica comenzó a gobernar aún cuando su antecesor, Enrique Peña Nieto, seguía en el cargo.

Esta criatura política que espanta a sus opositores ha sido el producto de una incubación larga. Durante varios sexenios se fueron acumulando los excesos del poder ejercido por el partido históricamente dominante, el Revolucionario Institucional (PRI), y después por la peculiar alternancia del derechista Partido Acción Nacional (PAN).

Tanta podredumbre de los partidos tradicionales y del aparato institucional —agudizada durante la administración de Peña Nieto— dotó a una parte mayoritaria de los votantes de una inusual decisión de cambio por la izquierda. Sin embargo Morena, el partido de AMLO, es una izquierda con asegunes. Sí está volcada en atender a los segmentos sociales más desvalidos, pero es centrista en muchos temas y tiene ribetes conservadores, de ultraderecha, sobre todo asociados a temas religiosos.

La herencia de ese pasado priista y panista ha servido como blindaje inmediato para el presidente. Algunos de los temas complicados que han sucedido este primer año de AMLO habrían suscitado en gobiernos pasados reacciones de protesta en el mismo segmento social y político que hoy lo defiende y justifica con reciedumbre.

Más allá de las banderas partidistas, AMLO ha logrado alargar el fenómeno de su aplastante victoria en las urnas: la mayoría del pueblo sigue aspirando a un cambio por la vía pacífica, con sentido social y en contra de las prácticas de corrupción y despilfarro de los gobiernos anteriores.

A pesar de las contradicciones, la ineficacia y los malos resultados en ciertos rubros importantes de gobierno, muchos mexicanos le han dado una extensión al bono de la esperanza y confían en el presidente, quien fue dos veces derrotado a la mala en las elecciones presidenciales de 2006 y 2012.

Sigue avalado por su hasta ahora intocada figura de honestidad absoluta y por la repetición diaria de un discurso de ayuda a los más pobres. El reparto directo de dinero público a sectores usualmente desatendidos ha logrado conformar una masa de apoyo al hiperactivo político que pasa poco tiempo sentado en la silla presidencial.

Aun así, los focos de alerta al obradorismo son varios. El nuevo gobierno no ha podido reducir los niveles delictivos sino todo lo contrario. La élite, que le es adversa (antes llamada por AMLO “la mafia del poder”), parece reagruparse e intenta movilizaciones públicas y campañas propagandísticas de descalificación. Un segmento de la cúpula militar aplaudió las inusuales críticas a AMLO hechas por un general en retiro, lo que llevó al propio presidente a hablar de los riesgos de un golpe militar.

Hasta Morena vive una crisis escandalosa y algunos de sus militantes relevantes han señalado que el partido en el poder no ha acompañado ni apuntalado las políticas del presidente. También existen amenazas políticas por parte de los grupos morenistas desplazados del poder.

AMLO llega a la primera sexta parte de su ejercicio presidencial con claroscuros, como es natural, pero con un proyecto político en expansión que está oportunamente preparado para intentar sostenerse en las siguientes elecciones —intermedias en 2021, y la presidencial en 2024—. Hasta ahora, solo tiene enfrente una oposición desgajada y poco eficaz, y el bono de la esperanza social aún continúa de su lado.

Julio Astillero es un periodista mexicano especializado en política. Es conductor de programas de radio y televisión, y director editorial de La Octava.

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