AMLO y la encrucijada de la economía: seguir el neoliberalismo o abrazar el bolivarianismo

En la campaña electoral de 2018, el ahora presidente de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), supo olfatear como nadie el descontento de la sociedad mexicana: 40 años de modelo económico neoliberal no habían significado prosperidad económica para el país, los ricos eran cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres, y la corrupción había rebasado todos los récords.

Planteó acabar con el neoliberalismo y su símbolo de rompimiento con las élites del dinero fue la cancelación del nuevo aeropuerto que ya se construía en la capital del país. Planteó terminar con la corrupción y su símbolo fue concentrar en una sola oficina todas las compras que hacían todas las dependencias del gobierno. Planteó ser austero y su símbolo fue poner en venta el lujoso avión presidencial que compraron y equiparon sus antecesores.

Esos extraordinarios símbolos políticos se volvieron pésimas señales económicas. La cancelación del aeropuerto fue el primer golpe de incertidumbre de López Obrador en su relación con los empresarios. La concentración de compras generó una parálisis en la inversión pública y ha desatado una crisis de abasto de medicinas que ha golpeado a los pacientes de hospitales públicos. El avión presidencial no se ha vendido, y ahora el presidente quiere rifarlo.

Como símbolos políticos dieron un gran rédito y la popularidad presidencial ronda en 72%. Como símbolos económicos fueron un pésimo negocio y la economía mexicana está en números rojos: -0.1% en el primer año de gobierno de AMLO, según los datos oficiales.

Ante los malos datos económicos, esta semana inició dentro del gobierno un debate que durará aparentemente tres semanas: qué reabren y qué mantienen cerrado a la iniciativa privada.

Un debate necesario porque, durante el poco más de un año que lleva en el poder, el presidente acumuló muchas otras señales de desconfianza: la necedad de hacer un refinería que incluso los expertos invitados por el gobierno consideraron una idea mala, los planes insuficientes para sacar a la petrolera paraestatal Pemex de la quiebra virtual, la cancelación unilateral de contratos de inversión privada en el sector energético, la descalificación de los datos oficiales sobre el mal rumbo de la economía nacional, y una larga lista de etcéteras que atemorizaron a los tomadores de decisiones y desplomaron la inversión privada en un país cuya economía depende 85% del dinero privado.

A eso hay que sumar la inseguridad, que está en niveles récord. También la renuncia del secretario de Hacienda a los siete meses, que se fue dejando una carta política y económicamente explosiva.

Estas malas señales han sepultado algunas buenas: inflación a la baja, presupuestos públicos responsables, equilibrio macroeconómico, estabilidad en el tipo de cambio y un nuevo tratado comercial con Estados Unidos.

Pese a ello, en síntesis, el modelo económico de AMLO no ha funcionado. Por eso los empresarios, que durante todo este año fueron cuidadosísimos en sus expresiones públicas hacia el presidente y sus políticas, han empezado a endurecer el tono. Su última apuesta fue poner sobre la mesa 100 mil millones de dólares a condición de que el gobierno se abra al capital privado, particularmente en sectores estratégicos como la energía, apertura que ya había empezado a andar pero que AMLO había cancelado con su discurso nacionalista.

El presidente sabe —y lo ha dicho, aunque ahora tenga otros datos y diga lo contrario— que para echar a andar la gran transformación que plantea, necesita una economía en crecimiento. Ha reconocido también que para crecer necesita el capital privado.

El debate interno sobre el rumbo económico pondrá a prueba la capacidad del presidente para rectificar, delineará el modelo económico que implementará México en los cinco años que le restan de mandato y enfrentará a dos sectores del gobierno lopezobradorista: los anticapital privado y los procapital privado.

Entre los primeros están la secretaria de Energía, Rocío Nahle; el secretario de Comunicaciones y Transportes, Javier Jiménez Espriú; el director de la Comisión Federal de Electricidad, Manuel Bartlett; y la secretaria de la Función Pública, Irma Eréndira Sandoval. Tienen posiciones estratégicas, pues son los que mandan en algunos de los sectores que en el mundo son más atractivos para la inversión: energía, carreteras y telecomunicaciones.

Entre los segundos están el empresario y jefe de la Oficina de la Presidencia, Alfonso Romo; el consejero jurídico, Julio Scherer; el canciller, Marcelo Ebrard; el hijo del presidente, Andrés López Beltrán; así como los secretarios de Hacienda, Arturo Herrera; de Economía, Graciela Márquez; y de Turismo, Miguel Torruco.

Los procapital privado tienen ganado el cerebro del presidente. El problema es que los anticapital tienen ganado su corazón.

“No hay ideología de por medio, hay juicio práctico. En la mesa está todo porque el objetivo es crecer”, me dijo Romo, encargado por AMLO de la —hasta ahora mala— relación con los hombres del dinero.

México no está en crisis económica. Ha tenido episodios de crecimiento cero en el pasado. ¿Por qué entonces tanta alharaca ahora? Porque los presidentes anteriores, cuando enfrentaban escenarios como el actual, por malos que fueran, admitían los datos y se mostraban dispuestos a revertir la parálisis a toda costa. AMLO no. Pero el debate que arranca internamente parece abrir una ventana.

Hoy, frente a la realidad económica que se le estrella en la cara, el presidente de México, después de escuchar a su equipo, deberá tomar una decisión: sumarse al mundo globalizado o montarse al caballo bolivarianista, al cual en su momento ya se subieron Venezuela, Bolivia y Argentina, y le llamaron Tren del Alba.

Carlos Loret de Mola, periodista mexicano, ha trabajado en televisión, radio y prensa, donde ha encabezado noticieros líderes en audiencia.

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