Amnesia y nostalgia

Hace ya casi dos décadas que inició el siglo XXI y Daniel Ortega parece no haberse enterado. Sobran los rumores sobre que el presidente nicaragüense está enfermo (lupus, aseguran algunos), pero todo indica que si sufre de algo es de amnesia. Y quizás también de nostalgia selectiva. En su más reciente período como jefe de Estado, Ortega había logrado convivir, como la Cuba pos-Fidel, en una suerte de dualidad cómoda de la mano del capitalismo global. Pero los disturbios del pasado abril lo sacaron de ese equilibrio para convertirlo en un presidente enfrentado a buena parte de aquel pueblo que él luchó por liberar de una dictadura, solo para atraparlo en otra.

Y ahora Nicaragua tiene a un cerrado y enojado presidente comandante que apenas confía en su círculo más cercano, que perdió el apoyo de los empresarios, de la Iglesia, que allana la prensa crítica, arremete contra ONG independientes y llama terroristas a quienes no coinciden con su visión del mundo. Ha optado por ignorar que ya terminó la Guerra Fría, que el presidente del imperio del norte que odia es aliado de su homólogo en lo que un día fue la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y que durante décadas fue su guía ideológico y que hoy se llama Rusia y es el reino de Putin y sus socios.

Murió aquella solidaridad soviética con Cuba, socio clave de la isla que Fidel Castro manejó con eficiente mano dura —que muchos respetamos porque encarnó a David contra Goliat—, y que le dio a los pueblos latinoamericanos una dignidad ausente desde Simón Bolívar. Pero este es el siglo XXI. La URSS es cosa del pasado nostálgico para quienes un día pensaron que sería la panacea socialista que se haría realidad en una América Latina inmersa en los 100 años de soledad estampados en el mundo literario de Gabriel García Márquez.

Muchos se preguntan si Ortega habrá olvidado que en 1989 cayó el muro de Berlín y que, desde entonces, las líneas ideológicas que separan derecha e izquierda han perdido la definición tajante que para su Gobierno es dogma. ¿Es ser de izquierda reprimir los espacios de libertad para permanecer en el poder con el argumento de que los terroristas —que surgieron el pasado 18 de abril— no lo dejan gobernar en su paz? ¿Es ser de izquierda deportar a activistas porque se enfrentan al poder que él representa sin pudor ni temor? ¿Es ser de izquierda organizar grupos de choque para reprimir manifestaciones, encarcelar jóvenes y mujeres opositores, perseguir periodistas que no siguen la línea oficial, hacerse la vista gorda cuando los muertos no son sandinistas leales a su Goberno?

¿Es ser de derecha pedir el adelanto de elecciones libres con poderes independientes y observadores imparciales que garanticen un proceso similar al que la revolución encabezada por él defendiera en su momento? La Nicaragua de Ortega ha perdido el apoyo de Venezuela. El país caribeño tiene sus problemas y no podrá seguir alimentando con cuchara grande a la empresa privada mixta Albasina de la petrolera PDVSA y su par nicaragüense Petronic.

En lugar de llamar “incitadores de odio” a los opositores, Ortega debería quizá probar la fórmula del perdón al estilo de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), el recién nombrado presidente mexicano, un líder tan mesiánico como el nicaragüense cree serlo. Mientras Ortega condena a su hermano Humberto (“peón del imperio y la oligarquía”), que formó un ejército que hasta ahora guarda silencio, AMLO perdona a sus peores enemigos, la “mafia del poder” contra la que luchó sin tregua durante más de 12 años. ¿Qué pensará Ortega cuando en México, un país dominado por el narco, AMLO entra en el Palacio Nacional como un viento de esperanza con aquello de que no tiene “derecho de fallarle” al pueblo? ¿Se acordará Ortega de su capacidad de convocatoria de los años ochenta, cuando Nicaragua perdió miles de milicianos que murieron luchando contra un imperio que apenas conocían en defensa de un proyecto que hoy los nietos de aquellos mártires desprecian?

¿Qué sentirá al ver la popularidad de un AMLO que llena la enorme plaza pública del Zócalo con gente del común y es purificado en una ceremonia indígena? ¿Qué, al verlo recrear una narrativa moral que alguna vez creyó tener la epopeya del FSLN y que ahora perdió fuera de los seguidores de su búnker en el barrio de El Carmen de Managua? ¿No se morirá de envidia al ver la cercanía de AMLO con la gente mientras él sale en caravanas protegido de policías? ¿Y si se le ocurriera a Ortega crear una Comisión de la Verdad para investigar las muertes en Nicaragua desde abril, como lo acaba de sugerir su colega mexicano para aclarar las masacres de los normalistas en Iguala?

Cuando AMLO dice “la verdad cristiana es revolucionaria, la mentira es reaccionaria y del demonio”, ¿qué sentirá Ortega que se piensa seguidor de Cristo? Y si de nostalgia se trata, ¿qué tal si Ortega decide, al estilo Trump, Make Nicaragua Great Again?

María Lourdes Pallais es periodista y escritora.

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