Amor a Cataluña en el marco de perpetuidad de España

Qué certeras y justas palabras las pronunciadas por el Rey Felipe VI en el acto de su proclamación. Las lenguas constituyen las vías naturales de acceso al conocimiento de los pueblos y son a la vez los puentes para el diálogo de todos los españoles. Uno tiene hondas y perdurables raíces en esta amada Cataluña, en esta impar provincia saturada de bellezas inéditas, en esta legendaria Girona en que, en frase de Sagarra, la Seo levanta su pálida armonía de piedra gris hacia el lejano cielo.

En la mochila de los recuerdos bienqueridos se alinean, en emotiva remembranza, la solemnidad desafiante del Montseny, las agrestes altiveces de Las Guillerías, la elegancia y variedad sorprendente de La Selva –«aquesta es una de les terres més fines de Catalunya», apostilla Josep Pla–, con el relicario señorial y plácido de Santa Coloma de Farnés. En su partido judicial figuran los nombres cimeros del Dr. Coll y Rodés, el cardenal Narciso Jubany, Carlos Obiols Taberner, amigos entrañables de perenne evocación. Todo ello forma parte irrenunciable de nuestra vida familiar y profesional. El título de «fill adoptiu» lo llevamos clavado en el alma.

No permanece Cataluña ajena a las aventuras y desventuras del inmortal hidalgo. La pluma de Cervantes se enardece al reconocer a Barcelona como «archivo de la cortesía, albergue de los extranjeros… correspondencia grata de firmes amistades». Como constata Salvador Espriu en «La pell de brau», diversas son las hablas y diversos los nombres, y habrá mil nombres para un solo amor.

Cabe potenciar al máximo el amor a este mosaico multiforme, a estas variadas parcelas de nuestro añejo solar patrio. Se nos vienen a la mente aquellas inspiradas estrofas de Joan Maragall en su célebre «Himne Iberic», prodigando sus más cálidas alabanzas a la Cantabria bravía, a los jardines y canciones de Andalucía, a la Castilla sola de tierra adentro, a Cataluña que revive «al crit de la tramontana». «Terra entre mars, Iberia, mare aimada, tots els fills te fem la gran cançó». Qué gran abarcamiento del mundo jurídico tuvimos ocasión de pulsar en la labor investigadora de la Academia de Jurisprudencia y Legislación de Barcelona. Qué hermoso festival el de las «havaneras» en Calella de Palafrugell, escuchando entre los rizos de sus aguas remansadas en su costa las sentimentales canciones invocadoras de postreros episodios discurrentes en nuestra presencia cubana. Nos llegan los emotivos acentos de «El meu avi» –«quan el Catalá sortía a la mar els nois de Calella feien un cremat»–. Siempre «mans a la guitarra».

En Cataluña gozó siempre de gran predicamento la zarzuela española; cierta vez, coincidiendo en un restaurante bajo el cielo puro de Viladrau, tuvo lugar un casual encuentro con Marcos Redondo. En la sobremesa, con qué gusto se evocó por todos mis amigos catalanes el hermoso canto a Murcia de «La Parranda». «En la huerta del Segura, cuando ríe una huertana, resplandece de hermosura toda la vega murciana». Los años pasan, los recuerdos perduran. Quizás empieza a anunciarse algún síntoma de incipiente senectud. En el archivo poético se abre paso el clásico poema de Vicente Medina, excusándose de sus pasividades: «Si es que tengo una cansera».

Después de tantos años en Gerona, en despedida y marcha por imperativo profesional, amigos muy queridos corearon complacientes esa frase inspirada de Cervantes: «Con esto poco a poco llegué al puerto a quienes los de Cartago dieron nombre, cerrado a todos vientos y encubierto. A cuyo claro y sin igual renombre se postran cuantos puertos el mar baña, descubre el sol y ha navegado el hombre».

Francisco Soto Nieto, doctor en Derecho. Exmagistrado del Tribunal Supremo.

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