Anatomía de un régimen populista de derechas

El presidente Erdogan apareció recientemente muy orgulloso conduciendo el TOGG, el nuevo coche eléctrico producido en Turquía por ingenieros turcos. Al adquirirlo, Erdogan se convertía en el primer propietario de este sueño turco. Anteriormente, se inauguró, antes de finalizar su construcción, la primera planta nuclear de Turquía, construida por el Instituto de Energía Atómica de Rusia.

Esto no es todo. Entre los drones turcos, famosos en la guerra en Ucrania, los portaaviones fabricados por la creciente industria de defensa y los macroproyectos como puentes que salvan distancias antes impensables, “el país está listo para el segundo siglo de la República Turca” según Erdogan y el Partido de Justicia y Desarrollo (AKP).

Sin embargo, esta imagen de la “grandeza recuperada” de Turquía sólo la compran los votantes de Erdogan. El resto cree que el país se está hundiendo y si no cambia el Gobierno, no hay futuro.

Frente a estos logros, prevalecen sombríos indicadores económicos y la lucha de millones de turcos que se despiertan diariamente con precios ascendentes. Sufren una tasa (oficial) de inflación del 44%. La tasa actual es superior al 100% según un grupo independiente de economistas. El desempleo juvenil ronda el 22%. La lira turca perdió el 45% de su valor en 2021, y otro 28% en 2022. Las reservas del Banco Central se han agotado para afrontar la crisis de las divisas. El déficit por cuenta corriente está sobre el 5% y el endeudamiento del sector privado es una bomba de relojería en una economía de alto riesgo. Además, los terremotos que asolaron 11 provincias dejando más de 50.000 víctimas mortales, asestaron un duro golpe a la maltrecha situación económica.

Este panorama es drásticamente diferente al Gobierno del AKP, que llegó al poder en 2002 en medio de una grave crisis económica que distanció a los votantes de sus partidos de siempre.

Con pedigrí del islam político, el Gobierno del AKP estabilizó la economía en su primera década con un crecimiento medio superior al 5%, a pesar de la crisis financiera mundial y del euro, constituyéndose en una estrella de los mercados emergentes. El Gobierno abanderó los procesos de democratización, adhesión a la UE y la integración en el mercado global. Fueron aplaudidos en Occidente como los “demócratas musulmanes” y constituyeron un referente de convivencia del islam.

La combinación de la postura promercado con la promoción del Estado de bienestar social atrajo paralelamente a empresarios y grupos desfavorecidos. Se expandió la seguridad social y se ampliaron las ayudas sociales, que se convirtieron posteriormente en los instrumentos de cooptación del AKP.

Esta expansión, acompañada por finanzas públicas saludables, fue facilitada parcialmente por la coyuntura económica internacional. La disponibilidad de liquidez en los mercados globales y el anclaje en la UE atrajeron la inversión extranjera directa. Se fortalecieron las instituciones económicas dotando de independencia al Banco Central y las agencias reguladoras.

No obstante, el retroceso democrático, originado en 2010 y agravado en 2018 con la transición al hiperpresidencialismo sin separación de poderes, erosionó las instituciones económicas y democráticas, facilitando el populismo antiliberal y la resistencia del régimen.

En su segunda década, el modelo económico se ha basado en la expansión del crédito y la manipulación de su coste. Los tipos de interés se mantienen artificialmente bajos gracias a la intervención en el Banco Central, justificado por la creencia de Erdogande que los intereses bajos son el antídoto de la alta inflación, apoyándose explícitamente en que el islam no aprueba la aplicación de intereses.

Este modelo populista ha facilitado el acceso a un mayor nivel de consumo gracias a créditos para bodas, muebles de los recién casados, teléfonos móviles, automóviles, e hipotecas. Se suman la deducción de impuestos, viviendas subvencionadas o las jubilaciones anticipadas, concedidas ya a más de 2 millones de personas, incluso con 40 años.

Este régimen populista de derechas con tintes autoritarios distribuye y redistribuye de forma efectiva. Los beneficios no están limitados a las élites, empresas aliadas que pueden ser los beneficiarios más grandes, sino a otros grupos diversos.

En una economía dependiente del capital extranjero, el agotamiento de los flujos convencionales ha sido un revés considerable. El Gobierno ha reaccionado con malabarismos mediante el intercambio de divisas con China, los Emiratos Árabes y Qatar, las ventas de inmuebles a extranjeros y la política de control de las tasas de interés y tipos de cambio. El objetivo ha sido claro: mantenerse en el poder.

Eeste domingo se va a revelar si el Gobierno logrará su objetivo a pesar de la crisis económica y la ruptura democrática. Por primera vez, la oposición está muy cerca de derrotar a Erdogan y su régimen en una carrera reñida.

Isik Ózel es profesora titular de Ciencia Política en la Universidad Carlos III de Madrid.

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