¿Andaluces mestizos?

Era de temer. Las devastaciones de la Logse empiezan a manifestarse en la nueva hornada de políticos que se dispone a desalojar a la antigua de sus poltronas. Vean si no. Doña Teresa Rodríguez, eurodiputada y candidata a la presidencia de Andalucía por el partido Podemos, reitera machaconamente, entre las quinientas palabras que componen su vocabulario, el adjetivo «mestizo» aplicado a la cultura andaluza. Quiere indicar doña Teresa que los andaluces somos el resultado de un cruce de moros y de cristianos y que nuestra peculiar cultura (¿acaso el alma de nardo del árabe español cantada por Manuel Machado?) es fruto de ese cruce, o eso entiende ella. Y lo manifiesta con la insolencia que le dispensa su juventud y con el aplomo que le confiere estar en posesión de un título de licenciada en Filología árabe.

La reivindicación muslime de doña Teresa no es del todo original. Ya la agitó en su momento el notario don Blas Infante, que en 1924 peregrinó a Marruecos en busca de la esencia de lo andaluz y allí se vistió de chilaba y se convirtió al islam (la shahada), en una humilde mezquita de Agmat, una ocurrencia del padre de la patria andaluza que ahora sus seguidores intentan ocultar o minimizar.

Andaluces mestizosEn realidad los andaluces tenemos de moros tanto como los asturianos, los santanderinos, los catalanes o los sorianos. Es indudable que durante la larga vecindad de los ocho siglos de España islámica muchos musulmanes tomaron esposas cristianas, lo que contribuyó a la diversidad racial de la población islámica, pero, como la ley islámica prohíbe bajo pena de muerte el enlace de musulmana con cristiano, esta relación se produjo muy raramente en el bando contrario. Por otra parte, la coexistencia (nunca convivencia) que cristianos mozárabes y musulmanes mantuvieron durante los primeros siglos de al-Andalus se interrumpió cuando las comunidades mozárabes desaparecieron debido a la emigración a las tierras cristianas del norte o a la deportación a Marruecos decretada por los almohades.

Luego llegó Fernando III, que en sólo veinticinco años conquistó media Andalucía y vació de moros, literalmente, el valle del Guadalquivir. A medida que avanzaba Castilla, las ciudades islámicas quedaban desiertas y sus moradores tenían que replegarse a tierra musulmana, de donde, a los pocos años, eran nuevamente desalojados por el avance cristiano. Las morerías o barrios moros que quedaron atrás fueron insignificantes, apenas un par de docenas de vecinos donde antes hubo miles. Las casas, las alquerías y los campos se repoblaban, aunque deficientemente, con colonos cristianos traídos del norte, gallegos, castellanos, vascos... Finalmente, tras la sublevación de 1264, Alfonso X expulsó a estos pocos moros que habían quedado en tierra cristiana. Algunos se acogieron a la superpoblada Granada y otros pasaron al Magreb.

El historiador González Jiménez ha calculado que, a finales del siglo XV, sólo quedaban en toda Andalucía unas trescientas veinte familias mudéjares. ¿Y los moros de Granada? También estos tuvieron que abandonar la ciudad, aunque se les otorgaron tierras en las Alpujarras. En 1502 los Reyes Católicos les plantearon la disyuntiva: o conversión al cristianismo o expulsión del país. Casi todos optaron por representar la comedia de su conversión y se transformaron en moriscos (o sea, dudosos cristianos sospechosos de seguir practicando en secreto la religión islámica). Ni quisieron asimilarse ni la Iglesia, que siempre desconfió de ellos, se lo consintió. En los libros de bautismo se señalaba el nacido con la nota morisco o moriscote.

Los moriscos se rebelaron en 1568 (la guerra de las Alpujarras), pero fueron derrotados a pesar del apoyo que recibieron del mundo musulmán, de los turcos, de los berberiscos y de la incordiante Francia. Después de este episodio se convirtieron en constante objeto de sospecha, integrantes de una quinta columna al servicio de sus correligionarios turcos y berberiscos. A ello se añadía que gozaban de una tasa de natalidad superior a la cristiana. Llegará el día, advertían los más pesimistas, en que los moriscos sean más que nosotros y se apoderen otra vez de España sin disparar un tiro (más o menos lo que hoy temen algunos a la vista de la creciente e inexorable implantación de comunidades musulmanas que cruzan el estrecho para establecerse en Europa).

Eso duró hasta que, después de muchas vacilaciones, por miedo a las repercusiones económicas más que por piedad, se optó por la radical solución de expulsar a los moriscos en tiempos de Felipe III.

Recapitulando: no hay motivo para pensar que los andaluces seamos una población mestiza. Es cierto que, como buena parte del resto de los españoles, nuestra tierra tiene un pasado islámico que merece estudio y reconocimiento. Es razonable también que conservemos con orgullo los monumentos dejados por ese pasado (Giralda de Sevilla, Mezquita de Córdoba, Alhambra de Granada, Aljafería de Zaragoza, etc.). Pero nuestros ancestros no son moros, sino cristianos del norte (castellanos, vascos, gallegos, aragoneses y catalanes), que nos transmitieron nuestra cultura, la cristiana occidental, aunque la hayamos enriquecido con derivaciones locales y faralaes varios. Mejor así, porque, de haber predominado la cultura y la religión islámicas, doña Teresa Rodríguez-Rubio Vázquez (todos apellidos cristianonorteños) gozaría de muchas menos libertades y hasta es posible que debido a su condición de mujer le prohibieran mitinear, y no digamos tomar el sol a sus anchas en nuestras cristianísimas playas.

Terminemos con las palabras del eminente arabista don Emilio García Gómez en una memorable Tercera de ABC ( ¿Andaluces moros?, 26/1/1982): «La ósmosis sanguínea entre musulmanes y cristianos siempre fue dificilísima en uno de los dos sentidos. Ahora hay quienes añoran no estar bajo un estado musulmán y quienes medio se han convertido al islamismo. Respeto tales ideas, pero una cosa son las ideas y otra la historia. Si alguien sostiene tener sangre árabe y no es por pura fantasía romántica, tiene que probarlo y por dificilillo lo tengo (…) Es posible que, al revolver viejos papeles, pergaminos o repartimientos, encuentre que sus antepasados bajaron a la maravillosa Andalucía de Cintruénigo, de Mondoñedo, de las Encartaciones, de Almendralejo o de Frómista».

Juan Eslava Galán, escritor.

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