Aniversario del triunfo de Trump: crece el hartazgo en EE.UU.

Aniversario del triunfo de Trump

Las noches electorales estadounidenses suelen ser maratonianas, y la de 2016 no fue distinta: en mi caso, estuve 18 horas sin parar, colaborando con muchos medios españoles para intentar explicar qué es lo que estaba pasando.

Empecé la noche en el programa El Gato al Agua con la ilusión de asistir a la elección de la primera mujer presidenta de los Estados Unidos; estuve después en Antena 3, y a las 3:30 empezaba a ser pesimista; pero minutos después aún pedía calma en El País, asegurando que los números cambiarían a medida que se contabilizaran los datos de nuevos distritos... Fue en el Canal 24 horas de Televisión Española, entre las 5:00 y 6:00, cuando tras actualizar la página del New York Times me di cuenta de que se había acabado y que Donald Trump iba a ser el nuevo presidente de los Estados Unidos. Hoy hace un año de eso.

Sé que es una metáfora manida, pero sentía como si me hubieran dado un golpe en el estómago. Doce horas después de haber empezado el seguimiento electoral, tras una entrevista en RNE, tres horas en Las Mañanas de Cuatro y una entrevista en La Sexta Columna, llegué a casa y abrí una botella de vino mientras veía el discurso de Hillary. No voy a mentir, lloré tanto que no me hizo falta quitarme las mil capas de maquillaje y sí, me bebí la botella entera.

En los primeros momentos fue muy difícil hacer un análisis coherente. Recuerdo que un contertulio declaró que los resultados eran la consecuencia de "una revolución de las masas". No estuve de acuerdo entonces y un año después sabemos mucho más sobre lo que realmente pasó. Hay datos que muestran el daño del último pronunciamiento del director del FBI, James Comey, sobre los e-mail de Hillary, y aunque no hay evidencia de que afectó al desenlace hay cada vez más información sobre la campaña de desinformación de Rusia.

A pesar de las peculiaridades de las campañas y el sistema, hubo estadounidenses que votaron por Trump y otros que no lo hicieron, algunos están felices con su presidencia y otros se muestran indignados. Vamos a empezar con los que están felices con Trump, porque se trata de un grupo bastante reducido -y no una masa-.

Depende de dónde saques los datos, quienes aprueban a Trump como presidente son entre el 37% y el 38%, por un 59% que le suspende. Eso da un resultado neto negativo de -22 puntos; o sea, el único con un neto negativo a estas alturas de la presidencia tras siete décadas de encuestas. Bill Clinton es el segundo más bajo, pero con un neto positivo de 11 puntos.

Quienes más satisfechos están con Trump son aquellos votantes que se declaran republicanos, aquellos que según los datos del Pew Research Center de 2015 suponen un 39% de los ciudadanos estadounidenses. Pues bien, según los datos que el Pew Research Center ha publicado este mes no hay ningún grupo demográfico que esté contento con Trump, a excepción de los evangélicos blancos que son el único grupo que lo apoya con un 67% de total. Sin embargo, entre la gente blanca de Estados Unidos sólo le aprueba un 43%.

El refrán de la política americana que dice que "los demócratas se enamoran, los republicanos hacen piña" sigue siendo absolutamente cierto. Hay elites del Partido Republicano que están horrorizados con Trump. El expresidente George H.W. Bush votó por Hillary Clinton, la mujer del hombre que lo derrotó en 1992; su hijo, otro expresidente republicano, George W. Bush, votó en blanco. Y hemos visto críticas de senadores como John McCain, Jeff Flake o Bob Corker a la gestión del presidente. De nuevo comprobamos que son las base de votantes republicanos los que están cada vez más alineados con Trump. Esta es su base de siempre, una base que tiende a ser la parte más blanca, masculina y religiosa de Estados Unidos. Por eso, vemos que son los evangélicos blancos los más satisfechos con Trump.

¿Qué es lo que les hace estar tan contentos con su presidente? Esta respuesta no siempre se justifica en los logros del presidente o en sus éxitos políticos. Una encuesta de Gallup dejaba claro que la razón por la cual había gente contenta con Trump era porque hacía un buen trabajo o al menos lo hacía lo mejor que podía en circunstancias difíciles. Y eso a pesar de sus intentos fallidos en el veto migratorio, la revocación del Obamacare y la reforma fiscal. Al menos, piensan sus votantes, está intentando cumplir sus promesas.

Además, Trump ha cumplido un gran reto republicano al nombrar a un conservador, Neal Gorsuch, en el Tribunal Supremo. Para los conservadores cristianos el retroceso en materia de anticoncepción tras acabar con el Obamacare ha sido un éxito; y la salida del Tratado Transpacífico (TPP), que fue una promesa a sus votantes, también, aun cuando ha provocado pérdida de puestos de trabajo en las fábricas. Además, Trump también ha tenido un regalo para los supremacistas blancos. Se lo hizo en agosto cuando echó la culpa de la violencia en los incidentes racistas en Charlottesville (Virginia) a "los dos lados", dando legitimidad a una causa vergonzosa.

No es una sorpresa que mientras un 80% de los republicanos apruebe su trabajo, un 90% de los demócratas no esté en absoluto contento. Quizá porque es sabido que los demócratas suelen incluir entre sus filas a más mujeres que hombres, a una mayoría de los no blancos -gente negra, hispana o asiática- y a menos personas religiosas. Lo que menos les gusta de Trump es su carácter -que no es muy propio de un presidente-, su mal temperamento, su arrogancia y que es realmente desagradable. Tampoco les agrada su inexperiencia y que parece que no sabe lo que está haciendo. Básicamente, los demócratas ven lo en él lo mismo que se ve desde fuera de Estados Unidos.

Pero en Estados Unidos hay otra cara menos conocida : hay mucha gente indignada. Quizá Charlottesville ha sido el peor momento para ellos. Nunca habíamos visto a un presidente hablar así y menos no condenar enérgicamente las acciones violentas de los supremacistas blancos. Y luego están los tuits que pone, los insultos que dice... pero también la corrupción, el nepotismo y el amiguismo. Me duele cada vez que llega una alerta en mi teléfono. Es agotador.

Ahora bien, lo más enfadados son también los más activos, y hay una indignación que está empujando a moverse para cambiar las cosas. Ha surgido un movimiento de resistencia de izquierdas que es muy activo, pero hay tanto que solucionar que a veces es imposible saber por dónde empezar.

Las mujeres, que tanto han perdido bajo la Administración Trump, están liderando gran parte de la resistencia y su enfado ha impulsado a muchas a postularse como candidatas para cargos públicos. De hecho, si las mujeres fuésemos capaces de aumentar por encima del 20% nuestra representación en el Congreso -tanto en la Cámara de representantes como en el Senado- supondría un gran avance para el movimiento. Entre los candidatos demócratas más mencionados para 2020 ya hay cuatro mujeres: Elizabeth Warren, Kirsten Gillibrand, Kamala Harris y Amy Klobuchar. Podríamos llegar a ver unas primarias demócratas con tantas mujeres como hombres y eso también sería un enorme paso adelante.

Pero aunque Trump una a los demócratas en su indignación, hay mucho que les divide. Además, la indignación tiene un lado oscuro, es muy útil para impulsar el activismo pero te deja quemado y exhausto. Sólo hay que ver cómo está la gente, y eso que sólo llevamos un año desde la victoria de Trump.

Alana Moceri es analista de relaciones internacionales, comentarista y escritora. Además, es profesora en la Universidad Europea de Madrid.

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