Año nuevo y vacuna contra la crispación

El año 2020 ha sido francamente duro a todos los niveles. Un año que pasará a la historia por la pandemia y que, en lo político, será percibido como un año de continuidad en una crispación que, al contrario que en algunos países, no ha remitido siquiera para permitir afrontar con un poco de serenidad la crisis. Afortunadamente, a pesar de ese clima de crispación que hemos vivido, en la esfera social no han faltado elementos de solidaridad, de compasión, de empatía, incluso de unidad. No han faltado momentos en que la sociedad ha dado lo mejor de sí misma. Ahí han estado los aplausos de ánimo a las y los trabajadores de la sanidad desde los balcones; y los carteles del todo va a salir bien. En algunos países, incluso, hemos podido ver el cierre de filas de la oposición con el Gobierno y las escenificaciones de unidad de todo el arco parlamentario. Desgraciadamente, aquí no ha sucedido lo mismo, y la clase política no ha estado, no hemos estado, a la altura de las circunstancias. Al revés: en muchas ocasiones, se ha transmitido malestar y frustración a la ciudadanía. Tanto, que la palabra crispación se ha puesto de moda para definir el ambiente político que hemos vivido.

Año nuevo y vacuna contra la crispaciónNo se trata de un fenómeno aislado. De hecho, es la tónica en muchos países, en los que se asiste, en los últimos años, a un proceso profundo de sectarización y enconamiento político, que se acaba trasladando sobre la ciudadanía. Estados Unidos es un caso emblemático al respecto. La conjunción de un sistema bipartidista y de un régimen presidencialista puede ayudar a la polarización. Pero no es un fenómeno exclusivo de esos modelos políticos. Por contraposición a ese modelo, donde se da la confluencia entre un sistema parlamentario y un modelo multipartidista, que impide que un partido tenga la mayoría absoluta, parece que debería suavizar la polarización, y favorecer los acuerdos; incluso los acuerdos amplios y las geometrías variables. Así sucede en muchos países del mundo con parlamentarismo pluripartidista. En Europa y, especialmente, en el norte de Europa, son frecuentes los Gobiernos de coalición e incluso, con cuatro o cinco partidos compartiendo labores de gobierno. El pluripartidismo fuerza a hacer, de la necesidad, virtud; y promueve los acuerdos entre diferentes.

¿Y aquí? Pues, a pesar de que se ha producido una evolución de nuestro sistema de partidos hacia un modelo pluripartidista, las piezas no acaban de encajar del todo. Asimilar el paso que se produjo en 2015 de un sistema de bipartidismo tendencial a otro pluripartidista, y la consecuente conformación de un Gobierno de coalición, costó cuatro elecciones generales en cuatro años; y todavía hoy, los partidos siguen sin ser capaces de encajar otras piezas, como sucede con las dificultades para llegar a un acuerdo para la renovación del Consejo General del Poder Judicial. El diagnóstico de que el sistema no está funcionando como debería es bastante compartido. Pero, si empezamos a buscar responsables, seguramente las cosas van a ser bastante más complicadas y no vamos a poder alcanzar los acuerdos mínimos que se requieren para construir convivencia entre diferentes. Unos dirán que son las derechas las que se han echado al monte; otros, que las izquierdas; otros, que los nacionalismos. Personalmente, creo que pasar del diagnóstico de la crispación a la búsqueda de responsabilidades es labor estéril e incluso, contraproducente, ya que contribuye a retroalimentar esa misma crispación que se pretende combatir.

Por eso, porque no nos vamos a poner de acuerdo en el reparto de responsabilidades, me parece que es imprescindible empezar a reconstruir siendo conscientes de lo escasos que son los mimbres de que disponemos y de lo limitado que es el diagnóstico compartido. Y a sabiendas también de que existe otra limitación, y es que la autocontención, y la disposición a las renuncias en favor de los acuerdos, son ejercicios que no siempre generan réditos en el corto plazo. Subir al estrado del Congreso y sacar de la chistera algún documento o foto llamativa o hacer un discurso de brocha gorda facilita captar la atención de las cámaras. Es la tentación fácil de ganar el aplauso cerrado de los tuyos y de conseguir un titular en los medios. Es evidente que muchas de las intervenciones parlamentarias son extremadamente sobreactuadas. Lo triste no es sólo que con ese tipo de prácticas se empobrece el parlamentarismo y la vida institucional; es que, además, se transmiten a la ciudadanía las pasiones más bajas. Y eso es siempre malo, pero es especialmente grave en momentos de crisis y desánimo como el que estamos atravesando.

Por eso mismo es necesario reivindicar la cara oculta del parlamentarismo, su parte menos llamativa y mediática. Y la realidad es que la mayoría silenciosa de los parlamentarios no es diferente a la mayoría de cualquier otra profesión. Trabaja duro, intenta hacerlo lo mejor que puede, respeta y se relaciona con corrección con las personas que pertenecen a otros grupos. Las relaciones personales en el Congreso son mucho mejores de lo que transmiten las imágenes. Donde la presión de las cámaras no es tan fuerte, como sucede en las comisiones, son habituales los acuerdos, que son transversales en muchas ocasiones. Transaccionar propuestas o enmiendas es una práctica cotidiana. Muchas decisiones se adoptan por asentimiento, sin necesidad siquiera de ser votadas. Y, aunque parezca mentira, son muchas también las propuestas que se someten a votación y se aprueban por mayorías amplias, e incluso por unanimidad, en las comisiones; y muchas, también, las votaciones que no reproducen miméticamente los bloques.

La vida parlamentaria es mucho más rica de lo que percibe la ciudadanía. Los consensos, mucho más profundos de lo que transmiten las cámaras. El respeto de la pluralidad, la tolerancia y la mesura son virtudes que poseen muchos parlamentarios. El personal de la Cámara también ayuda y en muchos casos, añade pasión al buen oficio. Todas estas cosas también deben saberse y ponerse en valor. La autocrítica es necesaria, pero sin llegar, por el análisis, a la parálisis.

Por todo esto, algunos parlamentarios de los distintos grupos de la Cámara hemos conformado un intergrupo con la idea de promover buenas prácticas parlamentarias que compensen la mayor visibilidad que tienen las malas y que se trasladan a una ciudadanía de por sí agotada por la pandemia. Diputados con adscripciones diferentes hemos empezado a reunirnos, no para lamentarnos de la situación existente, sino para promover otras actitudes que nos acerquen a los países con un parlamentarismo más fluido y productivo, y con una sociedad menos polarizada. Un artículo de este mismo medio informaba estos días de la iniciativa que estamos intentando poner en marcha de una versión madrileña del club del cocodrilo de Estrasburgo. Un club informal, compuesto por europarlamentarios de los distintos grupos y que ha colaborado activamente en muchas de las decisiones más importantes que se han adoptado en la Unión Europea, incluidos sus tratados.

La versión local la hemos iniciado siete parlamentarios que pertenecemos a grupos de lo más dispares y que aparecen frecuentemente enfrentados, desde Vox hasta EH Bildu. Tenemos el reto de contribuir a mejorar el clima político desde nuestra actividad parlamentaria y de transmitir a la ciudadanía un poco de sosiego. Y de insistir hasta el agotamiento en que el mayor tesoro de la democracia consiste en la convivencia y en la cooperación entre personas que pensamos diferente y que no queremos ni debemos renunciar a pensar diferente, y tampoco a convivir y cooperar desde esa diferencia.

En los últimos días ha habido algunas deserciones, con justificaciones distintas. Y por otra parte, una avalancha de personas de distintos espacios animándonos a seguir con la iniciativa e incluso a escalarla más allá del Congreso. En cuanto pasemos las fiestas y retomemos el período de sesiones habrá que dar un nuevo impulso para conseguir que se vayan multiplicando las iniciativas conjuntas con llamamientos de gentes de izquierdas y de derechas a fomentar la mejora del clima político. Toca vacunarnos no sólo contra la pandemia, sino también contra la crispación. ¡Brindemos por el año nuevo y por recuperar la salud pública; y también la salud política!

Roberto Uriarte Torrealday es profesor de Derecho Constitucional y diputado nacional de Unidas Podemos.

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