Años de plomo, ola de secuestros

Las hijas del industrial Javier Ybarra, secuestrado y asesinado por la banda terrorista ETA en 1977, durante el funeral por su padre delebrado en Getxo, Vizcaya
Las hijas del industrial Javier Ybarra, secuestrado y asesinado por la banda terrorista ETA en 1977, durante el funeral por su padre delebrado en Getxo, Vizcaya

En 1977, ETA asesinó a 10 personas, los GRAPO a ocho y bandas de extrema derecha a 11. En 1978, el número de muertos pasó de 29 a 91: 65 de ETA, seis de los GRAPO, 13 de grupúsculos de extrema izquierda y seis de comandos de extrema derecha. Comenzaban los años de plomo. En 1979 fueron 127 las víctimas mortales, la mayoría de los asesinatos los cometieron ETA y los GRAPO.

Ese año, ETA, que pronto se haría con el monopolio del terror, secuestró al diputado de UCD Javier Rupérez. Suárez se negó a negociar la liberación. Otegi integraba aquel comando, el mismo que atentó contra Gabriel Cisneros tras un intento fallido de secuestro. En 1988, un mes después de firmarse los Pactos de Ajuria Enea, ETA secuestró al empresario Emiliano Revilla, que permaneció 249 días cautivo. En 1993, durante el secuestro del industrial Julio Iglesias Zamora, surgió el lazo azul como símbolo de unidad contra la barbarie, de la que no se libró el funcionario Ortega Lara en 1996. Su secuestro fue el más largo de ETA. En plena ola de pánico (ETA secuestró y asesinó a José María Ryan porque el Gobierno se negó a desmantelar Lemóniz; Luis Suñer corrió mejor suerte y fue liberado y Terra Lliure secuestró y disparó al periodista Federico Jiménez Losantos), unos desalmados raptaron al Brujo Quini una tarde de fútbol en la que hizo dos goles. El periodista Antonio Rubio narró las vicisitudes de la investigación y su liberación en un libro.

Atacar con un martillo soldador

Raúl del Pozo

Si en los 70 se hubiera propuesto sacar a Franco del Valle, habría vuelto la dictadura. Algunos políticos de hoy no saben que en esa época muchos demócratas no podían dormir en casa y pandillas con bates de béisbol asaltaban los cafés. La Transición estuvo a punto de reventar. El camino de la libertad estaba plagado de militares golpistas, policías de ultraderecha y pistoleros terroristas. El PCE logró amnistías y reconciliación con el aparato del franquismo intacto. ETA y el GRAPO mataron a centenares de personas y secuestraron a políticos y empresarios. La trama negra y la estrategia de la tensión se iniciaron cuando un comando de seis hombres entró en el despacho de Antonio María de Oriol y Urquijo, frente al Retiro. El secuestro se produjo al día siguiente de la rueda de prensa clandestina de Carrillo. El GRAPO lo reivindicó. Martín Villa propuso la legalización de la ikurriña; Suárez impuso su autorización, pero el secuestro de Oriol ponía en evidencia al Gobierno. Los ultras recibieron con ira la autorización de la ikurriña. Los GRAPO, grupo urbano, marginal, feroz, dio golpes que hicieron tiritar al Estado. Creían que seguía la guerra civil. El 24 de enero secuestran al general Villaescusa. Cuenta Pío Moa que tomó dos copas de aguardiente que no le hicieron efecto. Llevaba un martillo de soldador escondido en un ancho jersey. "El policía estaba leyendo el periódico. Cerdán disparó. Yo le volteé el cuerpo para sacar la Star corta, de bellas líneas, pero no es cierto que le diera martillazos al moribundo". Abril Martorell pidió a Guerra que solicitara a las autoridades argelinas la posibilidad de trasladar allí a los GRAPO. "Un Gobierno no legitimado por las urnas, es decir, no democrático, solicitaba ayuda contra el terrorista a un partido ilegal", escribió Guerra. La gestión no fue necesaria, pues la policía encontró a los secuestradores y liberó a los secuestrados. Dos años más tarde, en la Universidad Menéndez Pelayo, un tipo del público preguntó a Guerra sobre la muerte de Carrero. En la respuesta bromeó sobre la ascensión al cielo de su Dogge Dar. Por la noche en un restaurante del Sardinero se reunieron a cenar militantes del PSOE y de UGT; fueron asaltados por una pandilla de extrema derecha: los hostiaron. Se defendieron y salieron de estampida. "Al día siguiente -recuerda Guerra- supimos que la batalla la había organizado Oriol, para el que había yo gestionado una salida de su cautiverio".

Javier Ybarra, en las manos de Dios

Luis María Anson

ETA secuestró a cerca de un centenar de ciudadanos españoles. A diez de ellos, los asesinó para intensificar el terror en las provincias vascongadas y en toda España. Las siembras de Caín presidieron siempre las acciones etarras, aunque lo que pretendían, sobre todo, con los secuestros era recaudar fondos para la financiación de la banda. Desde principios de siglo no necesitaron perpetrar secuestros. Los proetarras se habían instalado en el poder político. Directa o indirectamente, mandan o han mandado en un centenar de municipios, entre ellos San Sebastián. Han sido tan honrados que no se ha producido una sola denuncia por malversación o por mordidas. Algunos periodistas malintencionados aseguran que nadie se atreve a denunciar las tropelías cometidas por los etarras en los municipios que controlan. Tuve relación con Javier Ybarra. Era un admirable caballero cristiano, un vasco enamorado de España, un político inteligente y razonador, un excelente escritor, un inolvidado presidente del grupo vasco de periodismo. Elogié en el periódico su libro Gentes vascongadas, que me envió dedicado muchos años después de su publicación. Me contestó con una agradecida carta de puño y letra que conservo. Estuvo sin aspavientos y no demasiada cercanía a favor de la causa de Don Juan. En una ocasión, Sainz Rodríguez ironizó sobre su franquismo como alcalde de Bilbao. "Sí -contestó Ybarra-, pero no llegué a escribir como hizo vuestro Areilza, que, ante la visita de Franco a Bilbao, publicó un bando en el que decía: 'Bilbaínos, mañana tendréis el placer imperial de contemplar al César'". Fue Javier Ybarra secuestrado en mayo de 1977. Eta pidió mil millones de pesetas por su rescate. Dos serpientes putonas, Apala (Miguel Ángel Apalategui) y Paquito (Francisco Múgica), ordenaron asesinarle. Su cadáver fue encontrado en el macizo de Gorbea, a la sombra de un monte de versos legendarios. Había escrito una carta a sus hijos en la que decía: "Estoy en las manos de Dios y perdono a los que me prendieron".

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