El 2016 nos ha dejado en herencia dos revoluciones democráticas inesperadas e importantes: el 'brexit' y la elección de Trump. Ambas anglosajonas, pero que influirán en el futuro europeo mientras celebramos el 60 aniversario del Tratado de Roma y elecciones en Francia, Holanda y Alemania (y puede que en Italia). Y con los partidos de extrema derecha en cabeza en los sondeos en los dos primeros países y ganando puntos en Alemania criticando la política migratoria, Schengen y el euro.
También entre las dos guerras mundiales el mundo anglosajón produjo dos acontecimientos catastróficos. La no ratificación americana del tratado que creaba la Sociedad de las Naciones y la devaluación de la libra en 1930, que hizo implosionar el orden económico mundial y aceleró los nacionalismos y la aparición del nazismo y los fascismos.
Parece que, ahora como entonces, las dos caras de la crisis, la económica y la política, se alimenten mutuamente. Y es difícil predecir lo que pueda ocurrir. Es posible que la recuperación económica, hoy por hoy demasiado lenta, y el control de los movimientos migratorios disminuyan el apoyo a los partidos populistas. O puede que más y más graves atentados y una nueva recaída en la crisis aumenten el sentimiento antieuropeísta. Si quienes lo representan llegasen al poder en algún gran país europeo, como por ejemplo si en Francia ganara Marine Le Pen, el 2017 no sería de celebración sino el del réquiem de Europa. Con todo lo que ello implicaría. Parece poco probable, pero recordemos que con el sistema electoral francés un candidato puede ser elegido en segunda vuelta habiendo obtenido solo el 25% de votos en la primera.
El 2017 dependerá también de lo que haga un presidente de Estados Unidos que ha propuesto que su país no siga siendo el guardián de un orden mundial que le perjudica, ni siga pagando por la seguridad de los europeos, ni las consecuencias de la apertura de su mercado o de lo que considera cuento chino del cambio climático. Sus argumentos no son solo económicos, son también identitarios y reflejan el temor de las clases medias occidentales –también las europeas– al mestizaje cultural y religioso.
La incertidumbre es grande, y hay fuertes razones para inquietarse. Tenemos el precedente de otro 17, el de 1917, que también fue un año de cambios sin precedentes en el orden político, económico y cultural. Uno de esos años que, como dice Jean Christophe Buisson, «cambian el mundo». Ese año EEUU entró en guerra rompiendo, para lo mejor y lo peor, su tradicional aislacionismo; estalló la Revolución rusa, que dio lugar a la URSS, el primer régimen totalitario, al que siguieron el nazismo y el fascismo, precipitando al mundo en un apocalipsis cuyas consecuencias aún marcan nuestra época. La Declaración Balfour, que prometió a los judíos un hogar nacional sobre los restos del Imperio Otomano, mientras que otros británicos se los habían prometido a las tribus árabes que les ayudaron a conquistar Damasco y Jerusalén, es el detonante de la situación de Oriente Próximo, cada vez más grave y más imposible de resolver.
También del 17 es la Declaración de Corfú, que abrió la puerta a que los pueblos que vivían bajo los imperios austrohúngaro y otomano se unieran en un país artificial que acabó en los horrores de los 90 y cuyas consecuencias todavía desestabilizan a parte de Europa. En 1917 Alemania lanzó el concepto de guerra total, y con el gas y los tanques se industrializaron las matanzas en masa precursoras de Auschwitz e Hiroshima. Como nos recuerda Stefan Zweig, en 1917 murió «el mundo de ayer». Hitler y Mussolini eran anónimos heridos de guerra, De Gaulle un prisionero y Mao publicaba sus primeros artículos. Nada hacía prever el papel que jugarían en lo que ocurriría después.
También hace un siglo el mundo asistió a cambios culturales y científicos trascendentales. Einstein y sus ecuaciones, la radiactividad, el primer centro anticáncer de Marie Curie, la primera grabación de un disco de jazz, Freud y el super yo, Apollinaire y el surrealismo… Desde entonces la aceleración de la técnica y de la comunicación social ha sido impresionantes, pero la hiperabundancia de información no aumenta la inteligencia colectiva –hemos pasado del 'homo sapiens' al 'homo zappens'–, la productividad económica está extrañamente estancada y somos incapaces de tomarnos en serio la amenaza climática. Muchos cambios se están incubando. Entre ellos el de la robótica, más importante que el del vapor y la electricidad juntas. Puede que el 2017 sea también uno de esos años que cambian la historia.
Josep Borrell, expresidente del Parlamento Europeo.