Casi 30 años después de la caída de la Unión Soviética, tenemos una democracia frágil y que vive la crisis más seria desde la década de 1930. Es el objetivo preferido del yihadismo y de los intentos de expansión de las democraturas —China, Rusia, Irán, Turquía, entre otras— y ve cómo se desmoronan los principios e instituciones que sostenían su seguridad: la protección de Estados Unidos, la disuasión nuclear, las alianzas estratégicas, los tratados de libre comercio y el multilateralismo.
Pero el mayor peligro está dentro. Es la presencia del populismo y la democracia iliberal, según el modelo desarrollado por Viktor Orbán. Conviene prestar más atención a Hungría, porque ha sido muchas veces el laboratorio de grandes transformaciones históricas y políticas.
En el periodo de entreguerras, el almirante Horthy inauguró los regímenes autoritarios con una combinación de hipernacionalismo, oposición a los tratados de paz y xenofobia contra judíos y gitanos, antes de aliarse con la Alemania de Hitler. En 1956, la insurrección de Budapest fue sangrientamente reprimida por la intervención soviética. En 1989, la primera de las revoluciones de terciopelo que derribaron el telón de acero se produjo en Hungría, que pasó después a simbolizar la unidad, la soberanía y la libertad del continente al incorporarse a la OTAN en 1999 y a la UE en 2004.
Desde su triunfo en las elecciones legislativas de 2010, Viktor Orbán construye metódicamente un nuevo tipo de régimen: la democracia iliberal, una mezcla de culto al hombre fuerte, partido único —Fidesz— y manipulación electoral. Todo ello, acompañado de una gran propaganda de exaltación del nacionalismo y la hostilidad a la UE y a los inmigrantes.
La Constitución masivamente aprobada en 2011 y las miles de leyes posteriores aseguran el control de la justicia, la educación y los medios, el desmantelamiento de cualquier oposición y el sometimiento de la sociedad civil. Con el pretexto de defender los intereses económicos nacionales, la economía ha quedado en manos de oligarcas próximos a Orbán, que monopolizan la financiación de la UE. La piedra angular del régimen es la corrupción, que impide el desarrollo económico.
Esta democracia iliberal se está exportando a otros países del grupo de Visegrado; a Polonia, con Jaroslaw Kaczynski; la República Checa, con Milos Zeman y Andrej Babis, y Eslovaquia, con Robert Fico.
Por eso ha llegado la hora de que Europa responda al reto político, estratégico y moral de Viktor Orbán. Este nuevo tipo de régimen no es marginal ni va a desaparecer a corto plazo, porque se apoya en unas fuerzas poderosas y duraderas: el miedo a la sociedad abierta y la revolución tecnológica, el malestar cultural e identitario, el sentimiento de desposesión y las pasiones nacionalistas y religiosas.
La Unión Europea, ante este ataque frontal, no puede mantenerse en la impotencia ni seguir subvencionando con los fondos estructurales a los autócratas y oligarcas que quieren destruirla. Con la oposición interna aniquilada, Europa debe organizar la resistencia exterior.
La lucha contra la democracia iliberal debe seguir una estrategia coherente en torno a cuatro ejes. En el plano financiero, hay que seguir la pista de los fondos estructurales e intentar recuperar las sumas entregadas de forma irregular a los oligarcas. En el plano jurídico, las transferencias europeas deben estar condicionadas al respeto a los valores y los principios jurídicos de la UE. En el plano estratégico, hay que excluir a las democracias iliberales de la futura Europa de la defensa, porque no puede haber seguridad común con países que rechazan los valores comunes de la Unión. En el plano político, se debe expulsar a Fidesz del Partido Popular Europeo.
Pero no basta con las sanciones. Además, la UE debe reformarse para responder a estos ataques. Debe promover un crecimiento inclusivo. Debe atender a la exigencia legítima de protección y seguridad. Reafirmar la soberanía comercial, fiscal, medioambiental y digital de Europa. Recuperar el control de sus fronteras y de los flujos migratorios.
Ahora que la democracia vuelve a ser vulnerable, especialmente en Estados Unidos y Gran Bretaña, Europa tiene una responsabilidad histórica. El reto de la democracia iliberal es una prueba trascendental que se resolverá con su resignación a un vago alivio o su movilización para defender la libertad en el siglo XXI.
Nicolas Baverez es historiador. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.