"Pocos habrá que nieguen la utilidad de la Gramática si se considera como medio para aprender alguna lengua estraña; pero muchos dudarán que sea necesaria para la propia, pareciéndoles que basta el uso". Así decía el prólogo de la primera Gramática de la Academia (1771). A pesar de los casi dos siglos y medio transcurridos, la afirmación podría mantenerse. De hecho, una de las no pequeñas sorpresas que tendrá un lego en la materia al ver la voluminosa Nueva gramática académica es pensar: ¿toda esta gramática tiene el español? Y la respuesta es sorprendente: "Sí: y usted la domina prácticamente toda...".
¿Qué hay en una gramática? La descripción de los sonidos de una lengua (fonética y fonología), de la estructura interna de las palabras y sus constituyentes (morfología) y de las relaciones entre palabras (sintaxis). Así, el diccionario proporcionaría las piezas, y la gramática la forma de modificarlas y combinarlas.
La Nueva gramática de la lengua española que acaban de publicar la Academia española y las americanas se propone al tiempo ser una obra descriptiva (contar cómo funciona la lengua) y tener valor normativo (por ejemplo: resolver si "se la cayó un diente" es una expresión correcta). Tampoco quiere perder de vista el aspecto didáctico, para hispanohablantes y para quienes tienen el español como segunda lengua.
El plan general de la obra comprende tres diferentes versiones, que facilitarán la adaptación a uno u otro de sus fines. Los dos volúmenes aparecidos, con sus casi 4.000 páginas (más el futuro tomo tercero, la Fonética), se presentan como una obra de consulta general y al tiempo como texto de estudio de nivel universitario: explorar la anáfora o leer 30 páginas sobre las oraciones impersonales es algo que no va a hacer un hablante común. A ella seguirán un Manual de unas 750 páginas, para profesores y estudiantes de español de niveles no universitarios, e hispanohablantes cultos no profesionales de la lengua, y por fin una Gramática básica para gran público y el ámbito escolar.
Hace casi 80 años que no aparecía una gramática de la Academia: exactamente desde 1931. En 1973 se publicó un Esbozo de una nueva gramática de la lengua española, que, como el propio nombre indica, quería ser un avance de una nueva obra, pero que nunca se completó. Mientras tanto, y fuera del ámbito de la Academia (aunque ésta la auspiciara), el mayor acontecimiento en el área fue la aparición en 1999 de la Gramática descriptiva de la lengua española, dirigida por Ignacio Bosque y Violeta Demonte. Con sus 5.500 páginas, fue la primera obra que, con un criterio científico y moderno, realizó una descripción general del español (cosa que ya existía para otras lenguas de nuestro entorno). Sin este prodigioso esfuerzo de síntesis no habría sido posible elaborar la actual obra académica, y de hecho, ha sido su mismo codirector, Ignacio Bosque, quien ha tenido la responsabilidad de la Nueva gramática. Su sabia intervención ha servido para sortear otro de los escollos que se yerguen en el camino de una obra científica sobre la lengua: la "multitud de opiniones y de disputas que reynan entre los Gramáticos", como ya decía la Academia en 1771 y no ha hecho más que complicarse desde entonces.
La nueva gramática académica no rehuye señalar que hay temas debatidos: en ese sentido no habla ex cátedra, sino como una obra científica (aunque este aspecto quede lamentablemente mermado por no incluir bibliografía). Tampoco aporta, como las antiguas gramáticas, un elenco de usos dignos de imitación: las numerosas citas de autores y artículos de prensa, españoles y americanos, ya no constituyen "un canon de excelencia", sino en muchas ocasiones la simple documentación del uso. Pero quizás su aportación más novedosa sea el intento de dar una perspectiva de la lengua española en todas sus manifestaciones geográficas. La asunción implícita de otras obras (académicas o no) era muchas veces que lo que se habla y escribe en España es el español, y el resto son "variantes". Pero, aunque fuera el lugar donde nació nuestra lengua, España tiene sólo la décima parte de los hispanohablantes del mundo, y si lo consideramos políticamente, constituye sólo una vigésima parte de los Estados donde el español se habla como lengua oficial o cooficial.
La Nueva gramática da un gran salto científico y político al distinguir sistemáticamente por un lado el "español general", común a todo el ámbito de nuestra lengua (que tiene un notable grado de unidad, sobre todo en la sintaxis y en su registro escrito y culto), y por otro, y en plano de igualdad, los españoles específicos: el "europeo", de Canarias o de Valladolid, o el "español americano" de México o Chile. Cuando se describe un uso, se asigna sencillamente a las zonas donde se produce: los diminutivos en -ito se dan en todo el mundo hispanohablante, pero ande por "donde" se usa en el español dominicano y en el andaluz. A veces se añade un juicio: ande es una "variante desprestigiada".
Repárese en que el lema académico desde el XVIII, "Limpia, fija y da esplendor", se refería únicamente a esta tarea normativa. Sin haber abdicado de ella, la Academia actual, desde la dirección de Fernando Lázaro, ha abordado también la construcción de un gran corpus científico sobre el español, del que esta Nueva gramática es parte.
Siguiendo un uso inaugurado en 1999 con la Ortografía, la Nueva gramática aparece avalada por las academias de la lengua de los países hispanohablantes, por cuya intervención tanto ha hecho la dirección de García de la Concha. Parte de la labor que ha provocado que esta obra sea tan compleja y de elaboración tan costosa ha sido la recopilación de modalidades (y de normas) de todos esos lugares. Una muestra de la riqueza que puede alcanzar: construcciones como "estaba media dormida" (en vez de "medio dormida") se dan "en la lengua popular de México, parte de Centroamérica, Venezuela, Chile y del Río de la Plata, así como en el noroeste de España y en las islas Canarias". Pero se recomienda la variante "medio dormida".
De todas formas, es necesario señalar que los contenidos descriptivos son los que priman a lo largo de toda la obra, sólo salpicada aquí y allí por recomendaciones. Por ejemplo: se desaconseja el verbo haber impersonal concordado ("hubieron dificultades", en vez de "hubo dificultades"), a pesar de que es frecuente en el este de España y de uso creciente en América y en periódicos de ambas orillas. Estas notas normativas no aparecen justificadas (son juicios de valor, que emanan de la institución académica), a diferencia de las observaciones gramaticales, que lo que hacen es recoger la producción científica de los últimos años.
Por cierto: es básico que la Nueva gramática esté disponible lo más pronto posible en Internet, aunque carezca de entrada de todas las mejoras de indización y referencia de las que sin duda puede dotarse. La obra es tan rica e importante que su simple texto buscable prestaría un valioso servicio a consultantes de todo el mundo. La versión electrónica debería incluir urgentemente las numerosísimas referencias bibliográficas que han debido de servir para su redacción, y de las que la edición en papel ha prescindido, sin duda para no alargar la obra.
Si añadimos a los seis años que duró la elaboración de la Gramática descriptiva los 11 años de la Nueva Gramática, podemos concluir que ahora culminan casi dos décadas de investigación sobre el español. Además de los esfuerzos institucionales, y de los patrocinios de entidades públicas y privadas, es justo reconocer un esfuerzo individual: el del lingüista y académico Ignacio Bosque. Su aguda mirada gramatical y su fruición de la lengua convierten con frecuencia estas páginas (que muchos cometerían el error de considerar a priori áridas) en un auténtico festín intelectual.
José Antonio Millán, lingüista y editor digital.