Ante la pertinaz sequía: ¿qué hacemos con Franco y sus pantanos?

Nos deja un febrero con temperaturas de mayo, pero sin sus lluvias. La desertificación y los extremos acompañan al cambio climático, pero los climatólogos saben que tampoco podemos echarle la culpa de todo invierno seco al calentamiento global. ¿O nos pensamos que lo de la "pertinaz sequía" de la década de 1940 era solamente una excusa del régimen de Franco para no encender la luz?

En el clima Mediterráneo hay ciclos secos. Entre los 40 y los 50 se sucedieron varios, y los hidrólogos se echaron las manos a la cabeza en 1949 al constatar dos años seguidos extraordinariamente secos. Esto trajo consigo un cambio en el diseño de los embalses de regadío planeados durante la dictadura de Primo de Rivera y la Segunda República por Lorenzo Pardo, cuyos cálculos para las necesidades de las cuencas hidrográficas españolas aguantaron terremotos políticos y hasta la Guerra Civil.

El primer ministro de Obras Públicas del régimen, el ingeniero Peña Boeuf, adoptó este Plan para las presas del Ebro. Pero Enrique Becerril, también ingeniero, introdujo una importante modificación aumentando la reserva de agua para hacer frente a años muy secos consecutivos.

Este asunto aparentemente técnico llevó a un enfrentamiento político entre los ministerios de Obras Públicas y Agricultura con el de Industria, y más en particular con el Instituto Nacional de Industria, dirigido por el ingeniero militar Antonio Suanzes. Suanzes quería el agua para producir electricidad, no para plantar melocotones. Y aunque muchas veces los usos eran compatibles, otras veces había que pelear. ENHER, la empresa del INI dirigida por los también ingenieros (y también supervivientes a los cambios políticos) Eduardo Torroja y Victoriano Muñoz Oms, estaba empezando a construir 12 saltos de agua en el río Noguera Ribagorzana, que separa Aragón y Cataluña. La bronca vino a cuento del último embalse del sistema, el de Santa Ana, cuya reserva extra para años muy secos exigiría reducir el caudal destinado a la energía eléctrica.

Siguió una discusión técnica sobre cómo se calibraban los pluviómetros y cómo se determinaba la probabilidad y el riesgo de dos años secos consecutivos. En realidad se estaba dirimiendo un asunto político clave: invertir recursos en el campo o en la ciudad, agricultura o industria.

De esta historia podemos sacar dos moralejas. La primera es que, aunque en los años 40 la escasez de electricidad se debió en parte a una mala gestión de recursos y al estancamiento del crecimiento, la sequía fue mucho más que una excusa. Fue una llamada de atención que llevó a replantearse la organización hídrica del territorio español, dentro del objetivo declarado en aquellos tiempos (y no sólo en España) de no dejar que ni una gota de agua llegara al mar sin servir a la economía nacional.

La segunda es que las presas de Franco no eran solo cosa de Franco. Sí, Franco apareció hasta la saciedad en el NO-DO inaugurando pantanos en compañía de algún sacerdote que consagraba estas "modernas catedrales" (de nuevo el NO-DO), símbolos del progreso tecnológico y económico que la dictadura utilizaría como principal legitimación interna y externa. Y sí, el ingenio popular le devolvió la paliza con el mote de Paco el Rana, que tal vez sigue teniendo su gracia cuando nos lo imaginamos saltando de pantano en pantano. Pero el humor, que tantas virtudes tiene, no debe confundirse con un argumento. Los pantanos no fueron el fruto de la obsesión hídrica o saltarina de Franco.

Fueron cosa de los ingenieros de Franco. Y de los miles de trabajadores de todo tipo y condición que se encargaron de hacer realidad sus proyectos. Cuando digo los ingenieros de Franco no quiero decir que fueran sus esbirros; me refiero a los ingenieros que llenaron de contenido económico político a un régimen heterogéneo y complejo surgido de una victoria militar. Como cuando decimos los ingenieros del Canal de Suez: me refiero a los que construyeron el franquismo. Y lo hicieron cargados no sólo de cálculos sino de precedentes, teorías, proyectos, intereses, ideologías y luchas de poder.

Y aquí es a donde quería ir a parar. Franco no ocupa todo el espacio de ese periodo de la historia de España que, no sin alguna buena razón, alguien decidió bautizar con su nombre. En los últimos tiempos Franco y el franquismo se han convertido en armas políticas, lo que incita a la polarización de la discusión pública e incluso académica sobre el periodo. Esto dificulta su comprensión y, lo que es peor, la comprensión de nuestra sociedad actual.

Volviendo al ejemplo: a pesar de la sequía, los embalses españoles están a casi un 60% de su capacidad. Esto se debe a las lluvias del otoño, pero también a las previsiones de reserva. Permitirán hacer frente a las necesidades domésticas y de regadío en muchas regiones de España que, en caso contrario, estarían condenadas al secano y a las restricciones de agua.

Eso sí, si vienen varios años de sequía concatenados, esto será inevitable. Porque que el sistema sea funcional no significa que sea perfecto. Es más, como la infalibilidad no es algo a lo que nadie aspire, se le pueden hacer objeciones más justas. Por ejemplo, en las últimas décadas ecologistas y ecólogos han logrado cambiar la opinión pública y de los gobernantes sobre las grandes presas, llamando la atención sobre el peligro que suponen para los ecosistemas y demandando una gestión más eficiente y sostenible del uso de los recursos hídricos existentes.

La palabra ecosistema apenas estaba en circulación en la década de los 60, pero lo que sí sabían los ingenieros de Franco eran el daño que se infringía a los pueblos y familias desplazadas. Este tema ha sido enormemente polémico tanto en democracias como en dictaduras: desde Estados Unidos evacuando las reservas indias para inundar la tierra a la China actual con más de un millón de desplazados para la Presa de las Tres Gargantas, pasando por la presa de Tignes en la Francia de los 50.

Habrá que estudiar cómo ocurrieron esos desplazamientos en el franquismo, qué números de desplazados podemos determinar y cómo difieren de las cifras oficiales, qué indemnizaciones hubo, y qué parecidos y diferencias existen con otros países. Pero si ese estudio empieza con una condena a los pantanos como el sueño húmedo de un dictador megalómano, dirá más sobre las (a menudo maniqueas) controversias políticas actuales que sobre nuestro pasado.

Como ha recordado recientemente Enrique Moradiellos a propósito de su última biografía de Franco, la historia no puede reducirse a la memoria ni a la caricatura. Lourenzo Fernández Prieto y su grupo hablan de un antifranquismo historiográfico congelado. En un reciente debate en la revista Segle XX, por lo demás amable y enriquecedor, se tildaba poco menos que de franquista la recuperación de historias como la de arriba. Esa reacción, comprensible biográficamente, tiene el peligro de empobrecer el debate público.

No podemos reducir cuarenta años de historia contemporánea de España a la caricatura de un Franco ignorante y destructor. Hay que estudiar y entender las consecuencias negativas del aislamiento político y de ciertas políticas autárquicas, el estancamiento económico que siguió a la Guerra Civil y la mundial, el hambre, la miseria y la represión.

Pero también hay que indagar en los factores internos y externos de la industrialización, la homologación de la economía española a la de los países capitalistas y, cómo ocultarlo, la extensión de muchos de esos atributos que relacionamos con el Estado del bienestar a grandes capas de la sociedad española. Gustavo Bueno habló de un socialismo de derechas en su libro El mito de la Derecha (complementario de El mito de la izquierda, y ambos de más de actualidad que nunca en el actual escenario pluripartidista). Los historiadores que estudian este proceso deben poder explicarlo. Si no, lo harán otros.

Lino Camprubí (Universidad de Sevilla) es autor de Los ingenieros de Franco (Crítica, 2017) y co-editor de De la Guerra Fría al calentamiento global: Estados Unidos, España y el nuevo orden científico mundial (La Catarata, 2018).

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *