Ante una coyuntura preocupante

Comencemos con lo sucedido en España a partir de 1959. Basándonos en las cifras del Producto Interior Bruto por habitante proporcionadas por Angus Maddison en su The World Economy Statistics (OECD, 2003), el español saltó de percibir en 1959, 3.050 dólares Geary-Khamis (1990), a 15.659 en 2001, o sea, en 42 años se alcanzaba esa cifra. Gran Bretaña tuvo un PIB por habitante parecido al español de 1959, en 1869, y alcanzó la cifra española de 2001 entre 1987 y 1988, o sea, que precisó para este avance un poco más de 118 años. Empleando el mismo método vemos que la vecina Francia lo logró desde 1921 a un poco después de 1983, por lo que tardó 62 años. Alemania logró este avance en 65 años. Los siempre potentes Estados Unidos precisaron 88 años. No es necesario aducir más realidades para que se comprenda por qué las generaciones españolas que siguen a 1959 creen que es muy fácil un rápido desarrollo. Por eso acaban por adoptar una actitud de buscar consumos crecientes de cualquier tipo, porque todo lo acabará resolviendo un desarrollo muy rápido, como sucedió en el inmediato pasado.

Ante una coyuntura preocupanteIncluso, por ello, se acabó por aceptar como lógico el endeudamiento. Existían, y existe, algo así como una convicción de que se encontraban los españoles dentro de una realidad propicia para disfrutar, casi de inmediato, de cantidades crecientes de bienes y servicios, y además en rápida progresión. Keynes, en Madrid, en 1930, en su conferencia en la Residencia de Estudiantes, «La Economía de nuestros nietos», comenzó a llamar la atención sobre esta realidad. En el caso español la observación de lo sucedido –recordemos aquella declaración de Rodríguez Zapatero de cómo, con rapidez, íbamos a sobrepasar la renta individual media de los franceses– parecía garantizar un futuro opulento. Claro que esto tiene sus consecuencias sociales que engendran crisis económicas. En el libro de Robert William Fogel et al., Political Arithmetic. Simon Kuznetsandthe Empirical Tradition in Economics (The University of Chicago Press, 2004), se lee cómo en los procesos de rápido crecimiento se provoca en los jóvenes alienación. El motivo es que se trata de modo creciente de personas que, desde que fueron niños de familias minúsculas, se encontraron con unas madres que estaban ya, por lo que sucedía en lo económico, espiritualmente vacías, y por consiguiente, incapaces de transferir a sus escasos hijos, activos espirituales vitales, tales como una mente a favor de proyectos de autoestima, de un sentido de la disciplina, así como que posean un sueño de oportunidades y un anhelo de conocimientos». Da la impresión de que esto ratifica aquello de Shakespeare en «Cymbeline»: «La abundancia hace a los hombres cobardes», cobardía que es preciso superar para alcanzar el triunfo en la actividad económica.

Por lo señalado en relación con el rápido crecimiento del PIB por habitante de España en su reciente pasado, esta nueva sociedad comienza a enraizarse entre nosotros, y pasa por ello a exigir, incluso al Sector Público, que cómodamente llegue a sus manos una corriente muy amplia que contenga una serie variada de bienes y servicios que la productividad de nuestra economía –recordemos sobre esto un magnífico estudio dirigido por Julio Segura sobre la cifra de nuestras patentes– es incapaz de suministrar. Pero la salida se buscó en el endeudamiento y eso creó la aparición en España de una «recesión de balance». Este término procede del trabajo de R. C. Koo, The japanese economy in balance sheet recession, publicado en Business Economics, abril 2001, y su generalización pasó a existir desde el artículo «Recesiones de balance y crisis económica mundial», en el libro de Flassbeck et al., «Un manifiesto global para recuperar nuestras economías y salida de la crisis» (Ediciones Deusto, 2014). Koo señaló que en Japón se explica la prolongada atonía de su economía a causa de que «las empresas y familiar japonesas habían adquirido los activos mediante crédito… Para recuperar el balance positivo, las familias y empresas no tuvieron más alternativa que renunciar al consumo y la inversión y asignar el ahorro a pagar deudas», y por ello «la economía pierde constantemente una demanda agregada equivalente a la cantidad que se ha ahorrado pero no se ha tomado prestada». Brunnermeier y Sannikov, en un trabajo preparado para una reunión en agosto de 2014 en la Universidad de Princeton, señalaron que en Japón las empresas no financieras experimentaron esencialmente esta recesión de balance, y en Estados Unidos, eso fue lo sucedido en las familias. Antonio Torrero, en relación con esto en su aportación «España, una recesión de balance» (Universidad de Alcalá, 2014) estima «que en España estamos sufriendo una recesión de balance», porque «el nivel alcanzado por el endeudamiento de las familias, de las empresas y del sistema bancario fuerzan al adelgazamiento de sus balances. El factor compensador es el incremento de la deuda del sector público que no cesa de aumentar, atenuando el efecto contractivo del endeudamiento del resto de los agentes».

Mantener este sendero lleva, sucesivamente, a la ruina social y a la crisis económica. Pero ¡cuán difícil es alterarlo en una sociedad crecientemente masificada, en la que, como decía Ortega, el pecado supremo es ser diferente! Señaló Olegario González de Cardedal en su artículo «¿Qué fue de la ética civil?», en ABC de 22 de octubre de 2014, «la experiencia instalada del último año en España nos obliga a preguntarnos por los fundamentos morales de la sociedad, por los cauces existentes para la formación de individuos capaces de ir más allá del poder técnico, de la capacidad física y de la fuerza de los imperativos de verdad, honradez, dignidad inmanente, respeto y servicio al prójimo, para no sucumbir a la codicia, ambición, pasión de prestigio y de poder».

Todo esto nos exige mucho a todos, para que en España no triunfe esta tesis de Schopenhauer en su obra capital, publicada en 1818, El mundo como voluntad y representación: «El mundo de los hombres es el reino de la casualidad y del error, que lo dominan y gobiernan a su guisa sin ninguna piedad, ayudados por la estupidez y la perversidad, que no cesa de blandir su látigo», por lo que «toda inspiración noble y sabia encuentra difícilmente la ocasión de mostrarse, de actuar, de hacerse oír, mientras que lo absurdo y lo falso en el terreno de esas ideas..., la malicia y la astucia, en la vida práctica, reinan incólumes, y así sin discontinuidad».

Juan Velarde Fuertes, presidente de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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