Antoni Asunción. In memóriam

Este es un artículo dedicado a un amigo y los amigos son un género muy especial. Porque la familia te la regalan, por más que en ocasiones sea un regalo envenenado, y ya sabrás tú lo que hacer con ella. Los amigos los vas haciendo o deshaciendo tú mismo a lo largo de la vida. Y con la edad te ocurre que hay personas que desearías que no desaparecieran, que murieran más tarde que tú porque forman parte del gozo de vivir. Antoni Asunción era uno de ellos. Seguí su fulminante cáncer de esófago y su añadido, metástasis de cerebelo, se puede decir que día a día. Todo en menos de un mes. ¿Por qué no llamamos a las enfermedades por su nombre? Ayuda a romper misterios y facilita la sensibilidad. Nos hace humanos.

Nunca tuve amistad alguna con un ministro del Interior. Son misiones de Estado que uno debe evitar porque es obvio que el Estado está por encima de las personas, de no ser así no sería Estado. Las boberías para las tertulias y tertulianos. Las cosas son como son. Por esos azares del destino, que no recuerdo muy bien, se fue consolidando una cofradía múltiple. Acabamos formando un singular grupo de amigos adictos a la droga de la política que nos reuníamos dos veces al año, las más, en Barcelona, otras en Valencia y alguna en Lisboa, donde Toni Asunción tenía negocios y conocimientos. Lo formábamos, y espero no revelar secreto alguno, cuatro personas que nos dedicábamos cuando tocaba, durante un mínimo de ocho horas, en ocasiones un día entero, a hablar de política. Debo añadir, de política, de risas y de buena gastronomía: Ciprià Císcar, ya fuera de responsabilidades en el PSOE; un tipo con un sentido del humor oculto y brillante. Y el profesor Javier Paniagua, un legionario de la amistad –con razón o sin ella, un amigo debe ser defendido siempre–. Yo era el único no valenciano.

Eran sesiones que nadie recogió documentalmente, quizá mejor, donde hablábamos de política con un punto de humor cargado de sarcasmo. Las echaré en falta, porque sin Toni Asunción hubieran sido imposibles. Gracias a él admitimos una teoría que estaba fuera de nuestros pasados dogmáticos: “Lo más importante en política sucede por casualidad”. Quedó como la “teoría Toni Asunción” y desde entonces soy fiel a ella.

Tenía cuatro años menos que yo y se conservaba tan estupendamente que no hacía más que insistir en lo bueno que era el gimnasio para liberarse de la adrenalina de la política… y de la realidad. Falleció en el intento. En la más hermosa necrológica que se le ha dedicado –Salvador Enguix, en La Vanguardia, “Un hombre valiente”– están los rasgos más llamativos de su personalidad insólita en la política española. El primero y fundamental, no necesitaba de la política para poder vivir y esa es una característica que en la postransición habrá de ser fundamental. Su trayectoria podría convertirse en un esquema novelístico digno de Blasco Ibáñez: de Manises a Manises. ¡Pero vaya lo que va dentro!

Alcalde de Manises, socialista, en las primeras elecciones municipales. Luego presidente de la Diputación valenciana, donde demostrará un par de rasgos insólitos: la escrupulosidad de las cuentas y la audacia de rodearse de gente que sin ser conocidos o amiguetes, podían desempeñar funciones de primer orden. Entre otras cosas nace el IVAM (Museo) y despierta una clase política de irresistible ambición, tanto en el PSOE-PSPV, como en el PP que espera la oportunidad que le brindarán los socialistas en sus luchas intestinas. La Comunidad Valenciana en su primera época es un modelo, y a partir de ahí se convierte en bancal de intereses que llevará hasta Camps, Rita Barberá y unos señores que parecían salidos de una escuela de ejecutivos montada por Berlusconi. El deterioro de la Comunidad Valenciana servirá quizá de espejo para estudios sobre el proceso de corrupción política y el despilfarro del erario.

Antoni Asunción salta a la política española como diputado. Sería engorroso y hasta arriesgado relatar cómo al final le descubre un veterano socialista, correoso y difícil, pero atento a lo que surge. En el gobierno de Felipe González de 1988 el presidente hace una oferta a Enrique Múgica que constituye la ilusión de toda una vida. Múgica había empezado en la política, y en la cárcel, escribiendo poesía. Entonces era militante del PCE. Ahora Felipe González le ofrece el Ministerio de Cultura y lleno de entusiasmo prepara su equipo. Antoni Asunción será su mano derecha, personalidades en principio incompatibles. Asunción es discreto y Múgica un vendaval.

Pero hete aquí que aparece el no va más. Jorge Semprún se ofrece para ser ministro de Cultura. Semprún, la leyenda, “Federico Sánchez”, la ilusión de todos aquellos emboscados de los años del franquismo, presenta su honroso palmito ante la nueva generación de socialistas. Nada que ver con los Alfonso Guerra del teatrillo y las sinfonías de Mahler. Un Semprún Maura es un valor de peso en toda Europa. ¡Quién puede decir que no a una golosina política de tal envergadura en 1988, cuando el PSOE se desliza a marchas forzadas hacia el abismo del que aún no ha salido!

O sea que, con esa desfachatez que otorga el mando y que González disfrutaba administrándolo, le dijo: “Enrique, no podrás ser ministro de Cultura, irás a Justicia”. Y como siempre que uno bordea el poder, dijo sí, que muy agradecido, no sin pronunciar una frase digna del gran Marx, Groucho. “Felipe, si dices que he sido el mejor ministro de Justicia de la democracia, ¿por qué me cesas?”. Así se lo transmitió a su asesor cultural, digámoslo así, Toni Asunción. ¿Qué te parece director de Prisiones? No tenía ni idea, pero como se trataba de otro profesional de la política dijo sí.

A Toni Asunción, como a todos entonces, decirle cárceles era como decir ETA. A él se debe, entre otros, la liquidación del GAL y aquellas políticas amparadas por personajes como el Chispa, el electricista que hacía horas en el ministerio, José Luis Corcuera, rodeado de policías corruptos hasta las cachas y del cirujano ideólogo, Damborenea. Asunción descompuso el “Frente de Makos (Cárceles)” y se convirtió en objetivo preferente de ETA.

Simplificando mucho, lo que vino luego fue el tema Roldán, que exigiría más que un artículo. Dimitió tras ser ascendido a ministro y sin vuelta de hoja. Para Felipe González constituyó una provocación. Ese momento en el que uno tiene que decirle a un presidente de Gobierno, un dios en la tierra: “Si no admites mi renuncia, ten en cuenta que el lunes no iré a mi despacho”. Había durado apenas cinco meses. No había precedentes de dimisión ministerial.

Siguió haciendo política de menor cuantía con la ilusión de poder enderezar aquel socialismo valenciano que estaba llamado a conceder la impunidad, durante décadas, al PP más corrupto de España. No creo que hubiera otro lugar donde cupieran tantos talentos políticos como en Valencia y con mayor incompetencia para consensuar sus políticas. Se fueron por el barranco.

Quizá Toni Asunción signifique el final de una generación política salida de la transición. Posiblemente incluso de una época del PSOE, en que aún era posible gente que uniera talento sin ambición económica. Yo le echaré de menos, y la humilde cofradía que se reunía una vez al año en Barcelona, Valencia o Lisboa, tanto o más que yo. Amigos inolvidables es una expresión que nos hace aún más viejos de lo que somos, porque nos cierra la posibilidad de repetir experiencias como aquellas.

No se me ocurre mejor homenaje al amigo querido, perdido y añorado que aquella vieja canción que cantaba como nadie Elis Regina, Aguas de marzo, como este maldito mes. Recuerdo que Elis Regina, bellísima, la mató con 36 años, en un suicidio asistido, la dictadura militar brasileña. Es una composición de Tom Jobim, otro mago de la música brasileña: “Es palo, es piedra, es el final del camino Es un resto de tronco… Es un casco de vidrio, es la vida, es el sol Es la noche, es la muerte…”.

Grgeorio Morán

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