Antonio Machado y Soria: amor que cien años dura

Soria es una de las capitales más poéticas de España. A ello ha contribuido el paso por la ciudad de vates tan definidos de nuestra lírica como Bécquer y Gerardo Diego. Sobre la de ambos despunta la figura de Antonio Machado, el mayor poeta español del pasado siglo XX, por ser quien dejó una huella más profunda con un puñado de palabras verdaderas. Por eso su recuerdo permanece todavía vivo.Hace ahora poco más de un siglo, en la primavera de 1907, con esa luz dudosa del frío amanecer, un viajero especial llegaba en el tren de la línea Torralba-Soria, procedente de Madrid, a la estación de ferrocarril de San Francisco, en las afueras de Soria. Era corpulento, un corpachón naturalmente terroso, y vestía su tamaño con unos ropones negros, ocres y pardos. Se llamaba Antonio Machado Ruiz. Pronto cumpliría 32 años. Acudía -le dijo al mozo de equipajes, que lo acercó hasta una céntrica casa de huéspedes en la calle de El Collado, 50- a tomar posesión de su plaza de Catedrático de francés, recién ganada en las oposiciones, en el instituto General y Técnico. Tramitó sus credenciales en la secretaría del viejo caserón, que otrora fue colegio de jesuitas, ante el director del centro, Gregorio Martínez y en presencia del secretario Miguel Liso y Torres. Y, dado lo avanzado del curso 1906-1907, les manifestó su intención de no incorporarse a sus tareas docentes hasta pasadas las vacaciones de verano.Aún quiso permanecer unos días más en la nueva ciudad. Para ir conociéndola mejor. Su traza era medieval, pues el casco urbano apenas había sobrepasado el cinturón de su muralla semiderruida y contaba con una población de poco más de 7.000 habitantes. A él, tan cosmopolita, le pareció una de esas viejas ciudades de Castilla, abrumadas por la tradición, con una catedral gótica y varias iglesias románicas, donde apenas se encuentra un rincón sin leyenda ni una casa sin escudo. Lo que más le impresionó fue el recorrido que realizó por las afueras. Descendiendo, desde la plaza mayor, hacia el viejo puente de piedra sobre el río Duero. Prolongando, luego, la caminata por su margen izquierda, entre San Polo y San Saturio, junto a los álamos erguidos que acompañan el agradable paseo hasta la ermita del patrón colgada sobre la roca. Era el tiempo de la primavera, cuando el paisaje soriano se encontraba en plena regeneración de la naturaleza.El encuentro con Soria resultó trascendental. Al entrecruzarse los caminos, la suerte de su destino quedaba echada. Machado será para el resto de su vida activa profesor de instituto; pero tanto su obra literaria como su vida afectiva vendrían a dar un vuelco inesperado. También la ciudad quedaría marcada por él.¿Cómo podía olvidar Antonio Machado su primera toma de contacto con la Soria chiquita y con su asombrosa panorámica? De ahí que plasmara esa visión prístina del paisaje en su poema Orillas del Duero (IX). De vuelta a Madrid, Machado se apresuró en incorporar ese lienzo verbal a su segundo libro poético: Soledades. Galerías. Otros poemas, entonces en prensa, que refundía y ampliaba el anterior de Soledades de 1903, y que saldría publicado a finales de 1907 en la editorial de Gregorio Pueyo.Se trata de un poema de exaltado afecto hacia la ciudad que, generosa, lo acogía. Sintiéndola en el brotar de la primavera que es ya mística en ésa su primera apreciación, en el rendir del campo adolescente, parco de aderezo floral. Toda la descripción que Machado realiza parece aglutinar la impresión global del término de su viaje en tren con pinos, cigüeñas y campanarios, para acabar en la hoz del río Duero, terso y manso, con el fondo de montañas todavía con nieve. Es la primera vez que los nombres de Soria y España aparecen emparejados en su poesía. La pobre tierra soriana que acaba de salir de los hielos invernales se convierte por la gracia del Sol y la estación primaveral en la hermosa tierra de España del final del poema.Manuel Alvar advierte que es en este momento cuando vira en redondo: todos los cambios que descubríamos en sus versos se iniciaron -y arraigaron para siempre- en una fecha definitiva: 1 de mayo de 1907. A la poesía española le nacían nuevos temas y nuevos modos. En tal sentido, Orillas del Duero resulta un caso excepcional dentro de la poesía de un autor colocado, como él mismo reconoce, al margen de la vida. El poema supone uno de los síntomas de que esa nueva poética se está fraguando en Antonio Machado, en contradicción fecunda con una poética modernista...El poeta sabrá descubrir en el mirador de Soria un punto de vista de especial valor. La Soria alejada de los caminos de España, una de las provincias menos populosas, de vida tradicional, sin el contagio de las grandes ciudades, era el punto de observación idóneo para encontrar la esencia del alma española. Desde aquí aprenderá a mirar hacia fuera, hacia el paisaje, hacia los grandes problemas nacionales, sin perder por entero la intensa veta intimista de los poemarios anteriores. Una proyección sobre el propio medio social que confirman sus colaboraciones en la prensa local como Tierra Soriana.En Soria, Antonio Machado gozará la dicha, intensa y breve, del amor con la joven Leonor Izquierdo Cuevas -hija de los patronos de su pensión en la calle Estudios, 7-, con quien se casó el 30 de julio de 1909. Aunque sufrirá, temprano, el infortunio de perderla -boda y mortaja del cielo bajan-, víctima de la tuberculosis, el 1 de agosto de 1912. Empero, los cinco años de su estancia en Soria fermentaron su meditación serena mediante esa poesía diferente. Abandonó los ecos becquerianos para centrarse en las voces que dicen de la intrahistoria del paisaje y del paisanaje.El fruto maduro es el innovador Campos de Castilla (1912), su tercer poemario, del que el poema Orillas del Duero era un claro presagio. Se trata de un libro emblemático que se sumará a los de sus compañeros de generación: Unamuno, Azorín y Baroja, quienes, aunque desde perspectivas diferentes, coincidían en poner el dedo sobre la llaga del problema de España. Partiendo del maestro Giner de los Ríos, pretendían una reforma moral de los españoles basada en la educación. Machado asumió también el mensaje regeneracionista de Joaquín Costa de escuela y despensa, traduciéndolo por el de educación y trabajo igual a renovación del país, en un compromiso patriótico, dada la situación degradada de España. Campos de Castilla suponía, por eso, la ofrenda más alta que podía hacer entonces un poeta meridional a la Castilla materna.El gran filósofo José Ortega y Gasset opinaría al respecto: «...Antonio habita las altas márgenes del Duero y empuja meditabundo el volumen de su canto como si fuera una fatal dolencia». Lo que rubricó el rector de Salamanca Miguel de Unamuno añadiendo: «Es todo un poeta y Soria le ha suscitado un fondo del alma que acaso de no haber ido allí dormiría en él».Gracias a la buena acogida del libro, que acaparó en aquellos momentos la atención de la crítica, Machado logró sobreponerse al desgarro ocasionado en su espíritu por la muerte de su angelical esposa. A su vez, la ciudad de Soria, tan dejada de la mano de todos, pasaba a un primer plano en el mundillo cultural de Madrid.Las almas huyen para dar canciones. Y Antonio Machado se marchó de Soria el 8 de agosto de 1912, deambulando, viudo y pensativo, por los institutos de Baeza y Segovia hasta regresar, con la Segunda República, a Madrid, donde le sorprendió el atroz cainismo de la Guerra Civil en 1936. Desde ese largo horizonte de ausencia, el poeta, que se decía acabado, compondrá algunos de sus más bellos poemas como son los del ciclo de Leonor o aquellos otros en los que, desde Baeza, contrapone los paisajes de su tierra natal a los de su tierra de adopción. Son paisajes del alma, nunca olvidados. De ahí que se señale que el mejor cantor de Soria se encuentra en la distancia.Con todo, las tierras de Soria dejaban de ser para siempre hoscas y vulgares. Como escribió el periodista y buen amigo José María Palacio: «Nadie ha puesto más alto el nombre de Soria, ni ha sugerido mayores estimaciones por su tierra árida y fría que Antonio Machado. Y nadie ha despertado mejor que él un hondo sentido admirativo hacia las cosas y el ambiente de la meseta del Alto Duero».Agradecido, el Ayuntamiento soriano lo nombró hijo adoptivo y le hizo regresar el 5 de octubre de 1932 para rendirle público homenaje. La ciudad y las tierras de Soria se habían consagrado como el ámbito machadiano trascendido por antonomasia.Ése fue el milagro del poeta, cuyo efecto benéfico perdura hasta nuestros días. Una ciudad memorable: «Soria, ciudad castellana / ¡tan bella! bajo la luna». Y ésta, la razón por la que instituciones y pueblo soriano celebran el centenario de su llegada.

José María Martínez Laseca, profesor de Literatura y experto en Antonio Machado. Recientemente ha publicado el libro Antonio Machado: su paso por Soria.