Antropología e ideología en Beirut

Cada vez que en el centro de Beirut cruzo por el frente de la confrontación política entre el Gobierno libanés de Fuad Siniora (apoyado por americanos y saudís) y la oposición alentada por Hizbulá (apoyada por Irán y Siria), me entra una sensación clara y surrealista de estar paseando por un festival de rock americano de los años 70 metido en un decorado de película de la segunda guerra mundial. Esta escena del centro de Beirut encarna las múltiples confrontaciones ideológicas y culturales que existen hoy en Oriente Próximo y en el mundo, y puede que sea el frente de guerra más visible de una confrontación global más amplia. Como todo lo que es libanés, esta confrontación grave, a menudo tensa, y cada vez más imprevisible, nos llega aliñada con un poco de levedad, y con mucha humanidad.

A un lado están los numerosos emplazamientos de los soldados del Gobierno, blandiendo sus armas, por entre carros blindados y bastantes líneas de alambradas, reflejando la especial camaradería de su profesión castrense y la mortalmente seria naturaleza de su misión. El porte universalmente relajado de las tropas, sin embargo, indicaría que el día D aún queda lejos. Una pista la aporta el hecho de que esta muscular escena de guerra se desarrolla en un tramo de calle donde se encuentran ubicados un conservatorio de música, una iglesia, un Buddha Bar, una tienda Subway, bancos importantes, la oficina del primer ministro y una de las mejores tiendas de habanos de Beirut.

Delante de esta posición militar, al otro lado del frente --un cruce de calles con muy poco glamur, pero útil, y esquina de un aparcamiento-- está la ciudad de lona de varios centenares de protestantes a tiempo completo de Hizbulá --el Movimiento Patriótico Libre y media docena más de minimovimientos--, donde la sensación es que los niños duermen durante la mayor parte del día y se manifiestan durante la mayor parte de la noche con buena música y caótica retórica política.

Cuando hace buen tiempo, sobre todo cuando anochece, durante los fines de semana y los días de fiesta oficiales, miles de familias convergen en el centro de Beirut para manifestarse en favor de la oposición. El olor de carne a la parrilla flota en el aire, música mezclada con arengas políticas lo llena todo y centenares de parejas jóvenes, familias y grupos de amigos se sientan en sillas y colchones, jugando a cartas o al backgamon, ondeando banderas, y, fundamentalmente, fumando pipas de agua cargadas de tabaco de un fino olor como de sandía y rosas.

Por un momento, te imaginas que el Paraíso debe de ser algo así: gente amigable pasándolo bien, con mucha camaradería, buena comida y música, y solo agradables aromas de jardín provenientes de mil pipas de agua. Es solo un pensamiento fugaz, porque estamos ante un tema serio, que empuja al Líbano hacia una confrontación cada vez más estridente de resultado muy incierto.

Ese dramático frente en el centro de Beirut es mucho más que una antropológicamente fascinante bifurcación de una sociedad muy plural y tolerante. Es también más que la capacidad de un gran centro urbano para seguir añadiendo material a su repertorio histórico inventando nuevas formas de congregarse la gente y afirmar su poderosa humanidad, así como su sencilla necesidad de disfrutar de la vida.

Esas agudas distinciones culturales y políticas entre esos dos bandos que se encuentran el uno frente al otro en el centro Beirut se extenderán ahora por toda la ciudad, siguiendo la decisión que tomó el 8 de enero la oposición liderada por Hizbulá de hacer llegar las protestas pacíficas a otras oficinas del Gobierno e instalaciones públicas. Al igual que la dinámica del centro de Beirut, esta escalada es correspondida paso a paso por un Gobierno cada vez más seguro de sí mismo y confiado. Entre sus decisiones importantes, están el amplio despliegue del Ejército y la policía para garantizar el orden y mantener todas las dependencias abiertas. Pequeños destacamentos de ambos cuerpos son visibles por toda la ciudad, en puntos estratégicos. Fundamentalmente se componen de un carro blindado con un soldado joven apareciendo por la escotilla, fumándose un cigarrillo o mascando un sándwich de shawarma de calidad, con unos pocos amigos paseándose por la calle.

El mensaje de todo esto resuena mucho más allá del centro de Beirut, y refleja una tendencia que estamos viendo en diversas tierras árabes simultáneamente: gobiernos en el poder haciendo frente a desafíos de oposiciones islamistas y que aguantan el pulso, defendiendo sus posiciones, y correspondiendo con una lucha política; en casos como los de Palestina, Irak y Somalia, el Estado también lucha militarmente. El punto muerto de Beirut sigue siendo pa- cífico y político, aunque los políticos de ambos bandos ocasionalmente se adentran por tierras movedizas con su vitriólica retórica.

Aquí encontramos una muy retardada síntesis entre antropología, ideología y política en el moderno Oriente Próximo, donde grupos con prioridades muy distintas y con apoyos domésticos y forá- neos muy significados se preparan para la lucha y batallan por el control de su sistema de gobierno. Su peso aproximadamente idéntico y la determinación de los dos grandes bandos en el Líbano hace presagiar que con el tiempo habrá un pacto acordado, a no ser que intereses foráneos en ambos lados prefieran la batalla prolongada.

Observen de cerca esta batalla política. El Líbano podría emerger de todo eso como un faro histórico de contestación pacífica, y cada vez más democrática, al poder en un mundo árabe moderno; o, si las cosas van mal, podría hacerse añicos y derrumbarse acabando en los escombros de su propia autodestrucción, movido por una combinación de políticos locales mediocres estimulados por unos patronos extranjeros egoístas.

Rami G. Khouri, editor del diario de Beirut Daily Star. Traducción de Toni Tobella.