Apaga y vámonos

Así que ha ganado. El país respira hondo. Un tosco egocentrismo y un analfabetismo orgulloso se han llevado el gato al agua y será presidente un hombre con graves problemas de aprendizaje y de carácter. Pensar en estas elecciones nos ha agotado tanto que millones de personas se entregarán encantadas al rastrillado de hojas caídas o a la limpieza de su garaje. Los progres elitistas somos un desastre. Los trumpersse lo han pasado de miedo, levantando sus pancartas, mofándose de los medios, golpeando a manifestantes, gritando a coro “¡que la encierren!”, y mientras nosotros nos limitábamos a mirar y aplaudir. Nadie coreó “¡Juntos somos más fuertes!”. Esas cosas no se corean.

En realidad, los trumpers nunca pensaron que su hombre fuera a ganar, y ese es su problema ahora mismo. Sólo querían organizar un buen alboroto, abuchear a la H de Hillary, ponerse camisetas de mal gusto, quizá agarrarse una o dos veces el paquete para provocar, subirse a la autocaravana con unas cervecitas e ir a pegar tiros a unos búhos manchados. A ellos les bastaba saber que la aprensión nos estaba poniendo de los nervios: y con ese “nos” aludo a los bibliotecarios, escritores de libros infantiles, aficionados al yoga, miembros de la Iglesia unitaria, pajareros, gente que se hace su propia pasta, amantes de la ópera, obsesos de la corrección gramatical en Internet, gente con libros en los estantes, todo ese grupito. Los trumpers se regocijaban al saber que nos tirábamos de los pelos. Nos tenían cogida la medida, como el mocoso que sabe perfectamente cómo conseguir que te subas por las paredes o eches espuma por la boca.

¡Ay de los votantes de Trump!: los desastres que caerán sobre este país se les achacarán a ellos más que a nadie. A los incultos hombres blancos que lo eligieron, que son vulnerables, no les gustará le que va a pasar. Ante todas las condescendientes tonterías que hemos leído sobre Trump y sobre la transformación de la clase obrera blanca y la pérdida del sueño americano, yo digo “¡Anda ya!, ¿por qué no metéis la cabeza en agua fría?”. El resentimiento no excusa la estupidez descarada. EE UU sigue siendo la tierra en la que los hijos de las camareras pueden llegar a ser médicos, novelistas y pediatras. A nuestros hijos nos les servirá absolutamente de nada que le riamos las gracias al candidato de la crueldad y la ignorancia.

Los elitistas progres estamos libres de culpa. El Gobierno está en manos de los republicanos. Que se las apañen con Trump. Los demócratas nos podemos pasar cuatro años cultivando tomates de variedades antiguas, meditando, leyendo a Jane Austen, viajando por el país, saboreando cervezas artesanas y dejando que los republicanos levanten su muro, inicien una guerra comercial con China, deporten a los sin papeles y se enfrenten a la adicción a los opiáceos, mientras nosotros emprendemos una larga marcha vigorosa y disfrutamos del aroma de las rosas.

Como decía Elvis, y es verdad: no seamos crueles. A todos nos tocó soportar crueldades de pequeños. Sin embargo, al llegar a la veintena ya hay que dejar atrás la crueldad. Donald Trump ha sido el candidato más cruel desde George Wallace. El país ya está cansado de su ruido, incluso de sus votantes. Es probable que se convierta en el presidente más aborrecido desde Hoover. Sus hijos llevarán su apellido como una carga. Trump nunca estará contento en su propio pellejo. Pero ¿quién sabe el daño que le hará al país? Sus partidarios votaron por el cambio y ¡menudo cambio van a tener!

Pero volvamos a la vida real. El otro día regresé a mi pueblo natal y me encontré con Stan Nelson, mi profesor de gimnasia, con un aspecto estupendo a sus 96 años. El 6 de junio de 1944 desembarcó en Normandía al mando de una lancha llena de soldados, pero nunca lo mencionó cuando nos daba clase, sólo nos ponía a hacer flexiones en barra nos gustara o no. Vi a Lyle Bradley, mi profesor de biología y piloto de los infantes de Marina en la guerra de Corea, que con sus más de 90 años todavía disfruta observando aves. En esa época yo no estudiaba mucho, pero ahora me gusta estudiarlos a los dos. Les ha pasado de todo y son optimistas. Políticamente, este año pasado no ha reportado ninguna enseñanza. Ni una. Cero. Nada de nada. El futuro da miedo. Que los incultos tengan su momento de gloria. Yo ya no voy a prestar más atención a los profesores.

Garrison Keillor es escritor y famoso por sus programas de radio.
© Garrison Keillor, distributed by The Washington Post News Service with Bloomberg News.
Traducción de Jesús Cuéllar Menezo

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