Apagar los incendios de Indonesia

Cada año, Indonesia es presa de incendios forestales que provocan enormes daños ambientales, sociales y económicos. Los de este año (los mayores en casi dos décadas) destruyeron tres millones de hectáreas de tierra, y se calcula que causaron 14 mil millones de dólares de pérdidas en agricultura, degradación forestal, salud, transporte y turismo.

Lo que quizá sea más alarmante es el impacto climático. Indonesia ya es uno de los mayores emisores de dióxido de carbono del mundo. Por los incendios, su promedio de emisiones diario en septiembre y octubre de este año fue diez veces superior a lo normal. Solo el día 14 de octubre, las emisiones de los incendios ascendieron a 61 megatoneladas, casi el 97% de todas las emisiones del país ese día. Por eso los incendios de este año (sucedidos apenas unas semanas antes de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático en París, donde los líderes mundiales esperan llegar a un acuerdo global para limitar las emisiones de dióxido de carbono) resaltan la necesidad urgente de que Indonesia y sus socios en materia de desarrollo actúen rápidamente para encarar este azote regional y global. Si no lo hacemos, combatir el cambio climático será aún más difícil.

La causa de los recurrentes incendios que castigan a Indonesia es la práctica habitual de encender fuego para abrir terrenos para la producción de aceite de palma, agravada por una sequía prolongada que puede atribuirse en parte al fenómeno del Niño. Si bien una fiscalización más estricta de la legislación indonesia contra esta práctica (Ley Básica Forestal de 1999 y Ley de Plantaciones de 2014) puede ser útil, se necesita mucho más.

La razón es simple: los incendios en Indonesia son especiales, porque el terreno contiene turba, una densa acumulación de materia orgánica en proceso de convertirse en carbón. Cuando la turba se enciende, el fuego puede reptar por debajo de la superficie y aparecer súbitamente en otra parte, días o semanas después. Y lo mismo que el carbón, la turba contiene cantidades inmensas de carbono, que son liberadas a la atmósfera cuando la tierra se quema, desbroza y drena para hacer lugar a las plantaciones.

La escala de los incendios refleja la dificultad que supone para las autoridades hacer cumplir las normas. Para los agricultores es mucho más barato desbrozar los terrenos con fuego. Además, tienen pocas alternativas a producir aceite de palma o leña.Por eso en cada estación seca se quema cada vez más tierra.

Y cada año las consecuencias son peores. Se estima que en 2015 la exposición al humo afectó a unos 75 millones de personas, y se cree que unas 500 000 solo en Indonesia han contraído enfermedades respiratorias relacionadas con los incendios.

Hay cinco medidas clave (todas ellas objeto de intenso debate en Indonesia) que ayudarían a prevenir los incendios. En primer lugar, revocar las licencias ya otorgadas para la explotación de áreas de turbera y quitar las concesiones a los dueños de propiedades donde se produzcan incendios. Además, se necesita una moratoria a futuros desmontes forestales, y que su cumplimiento lo vigilen las comunidades locales.

El siguiente paso debe ser rehumidificar las turberas y restaurar los bosques de turba degradados, seguido de la creación de sistemas de alerta temprana para detectar y controlar incendios forestales. Por último, con ayuda del sector privado, Indonesia necesita establecer un sistema comunitario de gestión forestal.

También se puede esperar mucho de la cooperación regional. Indonesia y Malasia, que juntas representan el 85% del mercado mundial de aceite de palma, acordaron establecer un consejo de países productores para armonizar normas y promover prácticas de producción ambientalmente sostenibles.

Para reforzarlo, es necesario que los consumidores y los mercados también envíen señales a las empresas que directa o indirectamente apoyan la agricultura de tala y quema. Un buen modelo es el Compromiso de Indonesia para el Aceite de Palma de 2014, por el que cinco grandes productores se comprometieron a adoptar soluciones más sostenibles que excluyan la deforestación, respeten los derechos humanos y comunitarios, y creen valor para los accionistas.

Los pequeños agricultores necesitan opciones distintas de la agricultura de tala y quema para mejorar sus escasos ingresos. Hay necesidad clara de un enfoque integrado de gestión de la tierra que incluya la conservación, la rehabilitación, la inversión en medios de vida sostenibles y la adopción de reformas institucionales.

También hay cada vez más consenso en la necesidad de aplicar normas industriales generales para la producción y el procesamiento sostenibles de los productos agrícolas. Las instituciones multilaterales de ayuda al desarrollo, como el Banco Asiático de Desarrollo (BAD), tienen que dar apoyo para garantizar una implementación de iniciativas de acceso a mercados, sistemas y capacidades en formas que aumenten el cumplimiento normativo. Y también hay que promover reformas regulatorias en los niveles nacional y local que mejoren la planificación del uso de la tierra, creen incentivos para la conservación de los bosques y promuevan el uso de tierras con bajo contenido de carbono.

Indonesia tiene un compromiso firme con el desarrollo ecológico sostenible. Hace poco prometió reducir sus emisiones de CO2 en un 29% de forma unilateral antes de 2030, y en un 41% con apoyo internacional. Apagar para siempre los incendios forestales de Indonesia es esencial para lograrlo. Por el bien del planeta, todos tenemos que ayudar.

Stephen Groff is the Asian Development Bank’s vice-president for East Asia, Southeast Asia, and the Pacific. Traducción: Esteban Flamini

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