Apocalipsis en la era Trump

Hay un patrón común en casi todas las guerras y tragedias originadas por el hombre. El ser humano tiende a pensar que lo peor no ocurrirá. Tendemos a dar por sentado que aquello de lo que disfrutamos permanecerá intocable. Nadie pensó que un asesinato en Sarajevo propulsaría la primera guerra mundial, por no hablar de que la segunda gran guerra se produciría 20 años después de la primera. La memoria es frágil. Una mirada a la actual era de populismo global nos debería producir cierto vértigo.

Hasta hace poco el 'establishment' del Partido Demócrata norteamericano respiraba tranquilo al pensar que sería Hillary Clinton su candidata. Su solidez arrollaría con una gran victoria al excéntrico Donald Trump, capacitado para el espectáculo pero no para ser tomado en serio por los electores. Pero las cosas cambian rápido. Los norteamericanos muestran rechazo hacia la candidata demócrata, con una imagen altiva de la que no logra desprenderse.

Las encuestas les muestran empatados o a Trump por encima en algunos casos. Bernie Sanders ganaría con más facilidad a Trump, aunque es probable que sea Clinton la candidata, a menos que la investigación que el FBI realiza sobre el uso de su correo electrónico cuando era secretaria de Estado le termine por descalificar. Improbable, pero no imposible.

Una pregunta nada alarmista: ¿cómo sería Trump al frente de la primera potencia mundial? Robert Kagan, influyente pensador conservador, daba algunas claves en su artículo 'Así es como el fascismo llega a América' en 'The Washington Post'. No es nuevo: el legítimo grito indignado frente a las fallas de la democracia puede terminar por destruirla en un quiebro autoritario. Si el candidato Trump no muestra respeto por casi nada, su deriva ególatra y autoritaria solo puede agravarse cuando controle el Ejército, el FBI y las armas nucleares. «¿Quién se atreverá entonces a plantarse frente a él?», se pregunta Kagan.

El problema más grave no es la victoria de Trump, sino la proliferación de 'Trumps' en el mundo. Líderes con más o menos aires tiranos, pero decididos a transformar el enfado legítimo de los 'perdedores de la globalización' en un proyecto populista dispuesto a chocar, por las buenas o por las malas, con otros países. Ahí está Putin, cuya ensoñación nacionalista le ha llevado a invadir una parte de un Estado soberano como Ucrania y a tensionar las relaciones con la Unión Europea como nunca antes desde el final de la guerra fría. Al sur, el presidente Erdogan, hace años decidido a occidentalizar Turquía y acceder a la UE, se dedica ahora a dilapidar los derechos humanos y perseguir a la prensa, todo ello bien abonado con una primitiva islamización en su discurso.

Pero es la proliferación de 'Trumps' en el seno de la UE la deriva que más nos debiera inquietar. A quienes están preocupados con el referéndum que el Reino Unido celebrará el 23 de junio para decidir si sale de la Unión Europea les gusta recordar un precedente: en 1933, con Hitler ya en el poder, los alemanes decidieron en referéndum abandonar la Liga de Naciones. Proliferan en el Reino Unido los discursos xenófobos y sobran líderes 'trumpistas', destacando el exalcalde de Londres Boris Johnson y el histriónicamente peligroso Nigel Farage, líder del Partido por la Independencia.

Al otro lado del canal de la Mancha las cosas no están mejor. Marine Le Pen, líder del Frente Nacional, a la cabeza en las encuestas en Francia, propondrá un referéndum también si el año que viene llega al poder. Lo mismo ha dicho Geert Wilders, otro populista, este holandés, cuyo partido también está en alza. En Austria, gracias al voto de los emigrados no ganó un candidato de extrema derecha las elecciones presidenciales; hubiera sido el primero en un país europeo desde la segunda guerra mundial.

En Alemania, por primera vez socialdemócratas y conservadores están por debajo del 50% y es Alternativa por Alemania, partido extremista que carga contra los refugiados, quien gana espacio. En Escandinavia y el este de Europa hay casos similares. Es fácil imaginar el efecto cascada que puede seguir al 'Brexit'.

Frente a la rotundidad de las soluciones que propugnan los populistas, los partidos tradicionales están sumergidos en el síndrome 'sí, pero', con respuestas matizadas, acordes a la complejidad de los retos de la globalización, pero incapaces de producir cambios que apacigüen la gran ola de la indignación.

Quienes quieren defender el proyecto europeo están siempre a la defensiva. Un estudio reciente reconoce el impacto positivo que podrían tener los refugiados en nuestras economías y demografías, pero a ningún líder se le ha ocurrido sacar pecho y, al estilo de Justin Trudeau, primer ministro de Canadá, salir a darles la bienvenida.

Carlos Carnicero Urabayen, Analista político.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *