Apocalipsis griego: ¿Versalles o Brest-Litovsk?

Cuando mi breve ensayo El coraje de la desesperación, sobre Grecia después del referéndum, fue reproducido por In These Times, cambiaron el título por Cómo Alexis Tsipras y Syriza ganaron la partida a Angela Merkel y los eurócratas. Aunque efectivamente creo que la aceptación de las condiciones de la Unión Europea (UE) no fue una simple derrota, estoy lejos de una visión tan optimista. Dar la vuelta al NO del referéndum para dar el SÍ a Bruselas representó una conmoción verdaderamente devastadora, una dolorosa y frustrante catástrofe. Para ser más precisos, fue un apocalipsis en los dos sentidos de la palabra, la habitual (catástrofe) y la original literal (descubrimiento, revelación): el antagonismo básico de la situación, el callejón sin salida, quedó claramente puesto de manifiesto.

Muchos comentaristas de izquierdas (Habermas incluido) se equivocaron al leer el conflicto entre la UE y Grecia como el conflicto entre tecnocracia y política: el tratamiento de la UE a Grecia no es tecnocracia sino política en su estado más puro, una política que incluso va en contra de los intereses económicos (como quedó establecido de manera patente por el Fondo Monetario Internacional -FMI-, un auténtico representante de la racionalidad económica en frío, que declaró inviable el plan de rescate). En todo caso, fue Grecia la que representó la racionalidad económica y la UE la que representó la pasión político-ideológica. Después de que reabrieran los bancos y la Bolsa griegos, se produjeron una tremenda fuga de capitales y una caída de las reservas que no eran principalmente una señal de desconfianza en el Gobierno de Syriza sino de desconfianza en las medidas impuestas por la UE, un mensaje descarnadamente claro de que (tal y como estamos acostumbrados en estos tiempos a exponerlo, en términos de estado de ánimo) el propio capital no cree en el plan de rescate de la UE (y, por cierto, la mayor parte del dinero prestado a Grecia va a los bancos privados occidentales, lo que significa que Alemania y otras potencias de la UE están gastando el dinero de los contribuyentes para salvar a sus propios bancos, que cometieron el error de conceder préstamos incobrables, por no hablar del hecho de que Alemania se ha beneficiado enormemente de la huida de capital griego de Grecia a Alemania).

Cuando Varoufakis justificó su voto en contra de las medidas impuestas por Bruselas, comparó el acuerdo con el Tratado de Versalles, que era injusto y que llevaba en su seno una nueva guerra. Aunque el paralelismo es correcto, yo preferiría hacerlo con el Tratado de Brest-Litovsk entre la Rusia soviética y Alemania a principios de 1918, en el que, para consternación de muchos de sus partidarios, el Gobierno bolchevique cedió a las exorbitantes demandas de Alemania; cierto, se retiraron, pero esto les dio un respiro para fortalecer su poder y esperar. Y lo mismo pasa con Grecia hoy en día: no estamos al final, la retirada griega no es la última palabra por la sencilla razón de que la crisis va a golpear de nuevo, en un par de años si no antes, y no sólo en Grecia. La tarea del Gobierno de Syriza es prepararse para ese momento, para ocupar posiciones y planear opciones pacientemente. Mantener el poder político en estas condiciones imposibles, sin embargo, ofrece un espacio mínimo para preparar el terreno para la acción futura y para la educación política.

Ahí reside la paradoja de la situación: si bien el plan de rescate no va a funcionar, no hay que perder los nervios y salir corriendo, sino seguirlo hasta la próxima explosión. ¿Por qué? Por la evidente falta de preparación de Grecia para la grexit; no había un plan B sobre cómo hacer esta dificilísima y complejísima operación. Hasta ahora, el Gobierno de Syriza ha funcionado sin controlar realmente el aparato del Estado, con sus dos millones de funcionarios: la policía y el poder judicial pertenecen en su mayoría a la derecha política, la administración es parte integrante de la corrompida máquina clientelista, etc., y es precisamente de esta vasta maquinaria estatal de la que habrá que depender en caso de la enorme tarea de la grexit (deberíamos tener en cuenta asimismo que la grexit era el plan del enemigo, incluso hay rumores de que Schäuble ha ofrecido cincuenta mil millones de euros a Grecia si abandona la eurozona). Lo que hace tan molesto al Gobierno de Syriza es precisamente el hecho de que sea el Gobierno de un país de la eurozona: "La vehemencia con la que se le han opuesto se debe precisamente a la presencia de Grecia en la eurozona. Realmente, ¿a quién le iba a importar que llegara al poder en un pequeño país con el dracma como divisa?".

¿Qué espacio de maniobra tiene el Gobierno de Syriza cuando se le reduce a promulgar la política de su enemigo? ¿Debería dimitir y convocar nuevas elecciones en lugar de promulgar la política que se opone directamente a su programa? Una decisión así es muy fácil, es en última instancia una nueva versión de lo que Hegel llamaba la belleza del espíritu. Como explica Étienne Balibar, por encima de todo Syriza necesita ganar tiempo y las potencias de la UE están haciendo todo lo posible para privar a Syriza de tiempo, tratan de arrinconar a Syriza, de forzarle a una decisión rápida: o la capitulación total (su dimisión) o la grexit. ¿Tiempo, para qué? No sólo para prepararse para la próxima crisis. Debemos tener siempre en cuenta que la tarea básica del Gobierno de Syriza no son ni el euro ni saldar sus cuentas con la UE sino, por encima de todo, la reorganización radical de las instituciones sociales y políticas corruptas de Grecia a largo plazo: "El extraordinario problema de Syriza, que no ha sido afrontado por ningún otro partido político en el Gobierno, era modificar los marcos institucionales internos en condiciones de asalto institucional externo" (como hizo Alemania a principios del siglo XIX bajo la ocupación francesa).

El problema que Grecia está afrontando ahora es el de la "gubernamentabilidad de la izquierda": la dura realidad de lo que significa para la izquierda radical gobernar en el mundo del capitalismo global. ¿Qué opciones tiene el Gobierno? Los candidatos obvios (la simple social-democratización, el socialismo de Estado, la retirada del Estado y la dependencia de los movimientos sociales) no son suficientes, evidentemente. La verdadera novedad del Gobierno de Syriza es que supone un acontecimiento de gobierno: es la primera vez que una izquierda radical occidental (no al viejo estilo comunista) ha llegado al poder del Estado.

Toda esa retórica, tan querida de la Nueva Izquierda, de actuar a distancia del Estado, tiene que darse de lado: hay que asumir heroicamente toda la responsabilidad por el bienestar de todo el pueblo y dejar atrás la actitud crítica básica de la izquierda de encontrar una perversa satisfacción en proporcionar explicaciones sofisticadas sobre por qué las cosas han tenido que tomar un giro equivocado.

El dilema al que se enfrenta el Gobierno de Syriza es una difícil elección de hecho que debe abordarse en crudos términos pragmáticos, no una gran elección de principios entre la acción real [de gobierno] y la traición oportunista. Las acusaciones de "traición" dirigidas al Gobierno de Syriza se formulan para evitar la pregunta realmente importante: ¿cómo hacer frente al capital en su forma actual? ¿Cómo gobernar, cómo hacer funcionar un Estado "con gente"? Es muy fácil decir que Syriza no es simplemente un partido de gobierno sino que tiene sus raíces en la movilización popular y los movimientos sociales: Syriza "es una coalición poco rígida, contradictoria en sí misma e internamente antagónica, de pensamiento y práctica izquierdistas, enormemente dependiente de la capacidad de los movimientos sociales de todo tipo, totalmente descentralizada e impulsada por el activismo de redes de solidaridad en un amplio campo de acción a través de líneas de conflicto de clase, de activismo de género y de sexualidad, de cuestiones de inmigración, de movimientos antiglobalización, de defensa de los derechos civiles y humanos, etc." Sin embargo, la pregunta sigue en pie: ¿cómo afecta o cómo debería afectar esta dependencia de la auto-organización popular a la dirección de un gobierno?

En su Grecia ha sido traicionada, Tariq Ali escribió: "A principios de mes, estaban celebrando el voto del NO. Estaban dispuestos a hacer más sacrificios, a arriesgarse a vivir fuera de la eurozona. Syriza les dio la espalda. La fecha del 12 de julio de 2015, cuando Tsipras se avino a las condiciones de la UE, llegará a ser tan infame como la del 21 de abril de 1967. Los tanques han sido sustituidos por los bancos, como lo expresó Varoufakis después de ser nombrado ministro de Finanzas". Considero convincente este paralelismo entre 2015 y 1967 pero, al mismo tiempo, profundamente engañoso. Cierto, tanques rima con bancos [en inglés, tanks rima efectivamente con banks], lo que significa: Grecia está ahora de facto bajo ocupación financiera, con la soberanía fuertemente restringida; todas las propuestas del Gobierno tienen que ser aprobadas por la troika antes de someterse al Parlamento; no sólo las decisiones financieras sino incluso de datos están bajo control extranjero (Varoufakis no tenía acceso a los datos de su propio ministerio; ahora le acusan de traición por intentar tenerlo) y, para colmo de males, en la medida en que el Gobierno democráticamente elegido obedece estas reglas, proporciona voluntariamente una máscara democrática a esta dictadura financiera (en cuanto a las acusaciones recientes contra Varoufakis por traición, son una muestra de obscenidad en su estado más puro: mientras en las últimas décadas desaparecían miles de millones y el Estado manufacturaba informes financieros falsificados, el único acusado fue el periodista que hizo públicos los nombres de los titulares de cuentas ilegales en bancos extranjeros; sin embargo ahora Varoufakis ha sido acusado al instante con un pretexto ridículo. Si ha habido un héroe de verdad en toda la historia de la crisis griega, ése es Varoufakis).

¿Debe asumirse entonces el riesgo de la grexit? Nos enfrentamos aquí a la tentation événementielle, es decir, a la tentación de seguir el curso de los acontecimientos: la tentación, en una situación difícil, de cometer una locura, de hacer lo imposible, de asumir el riesgo y salir corriendo, cualesquiera que sean los costes, bajo la lógica subyacente de que "las cosas no pueden estar peor de lo que ahora están". El problema es que, con toda seguridad, las cosas pueden ir mucho peor, hasta estallar en una crisis social y humanitaria total. La pregunta clave es: ¿hubo realmente alguna posibilidad objetiva de un acto auténticamente emancipador que extrajera todas las consecuencias político-económicas del NO en el referéndum? Cuando Badiou habla de un acontecimiento emancipador, siempre hace hincapié en que un hecho no es un acto en sí mismo: sólo se convierte en tal con carácter retroactivo, mediante la esforzada y paciente obra de amor de quienes combaten por él, que le profesan fidelidad a él. Debería por tanto abandonarse (deconstruir, incluso) la cuestión de la oposición entre el curso normal de las cosas y el estado de excepción caracterizado por la fidelidad a un acontecimiento que interrumpe el curso normal de las cosas. En un curso normal de las cosas, la vida simplemente continúa por su propia inercia; estamos absortos en nuestras preocupaciones y rituales diarios y entonces algo sucede, un despertar causado por algún acontecimiento, una versión secular de un milagro (una explosión social emancipadora, un encuentro amoroso traumático...); si optamos por la fidelidad a este acontecimiento, toda nuestra vida cambia, nos enfrascamos en la obra de amor y nos esforzamos por inscribir el acontecimiento en nuestra realidad; luego, en algún momento, la secuencia del acontecimiento se agota y volvemos al flujo normal de las cosas...

Ahora bien, ¿y si el verdadero poder de un acontecimiento debiera medirse precisamente por su desaparición, cuando el acontecimiento queda desconectado de su resultado, del cambio de la vida normal? Pongamos un acontecimiento socio-político: ¿qué queda de sus consecuencias cuando su energía extática está agotada y las cosas vuelven a la normalidad? ¿Hasta qué punto es esa normalidad diferente de la previa al acontecimiento?

Así que, volviendo a Grecia, es fácil contar con el gesto heroico de prometer sangre, sudor y lágrimas, de repetir el mantra de que la política auténtica significa que no hay que constreñirse a los límites de lo posible sino arriesgar lo imposible; pero ¿qué supondría esto en caso de grexit? En primer lugar, no olvidemos que el referéndum no era ni sobre el euro (el 75% de los griegos prefieren seguir con el euro) ni sobre la permanencia en la UE o no. La pregunta era: "¿Quiere que esta situación continúe o no?", lo que significa que el resultado tampoco puede leerse como una señal de que el pueblo griego esté dispuesto a soportar sacrificios y más sufrimiento para afirmar su soberanía. El NO fue un NO a su situación sin salida, que era la situación de austeridad, pobreza, etc. Fue una demanda de una vida mejor, no una disposición a más sufrimiento y sacrificio (por lo general, los motivos de una disposición a un sufrimiento exagerado son extremadamente problemáticos). En segundo lugar, en el caso de grexit, ¿no se vería el Estado griego compelido a adoptar una serie de medidas (nacionalización de los bancos, impuestos más altos, etc.) que son simplemente una reedición de la vieja política económica socialista-estatal-nacional-soberana? No hay nada en contra de este tipo de política, pero ¿funcionaría en las condiciones específicas de la Grecia de hoy, con su aparato estatal ineficaz y dentro de una economía global? He aquí los tres puntos principales del plan anti-austeridad de la Plataforma de Izquierda, que enumera una serie de medidas «perfectamente realizables»:

"1.- La reorganización radical del sistema bancario, su nacionalización bajo control social y su reorientación hacia el crecimiento.

2.- El rechazo total de la austeridad fiscal (superávits primarios y presupuestos equilibrados) a fin de abordar con eficacia la crisis humanitaria, cubrir las necesidades sociales, reconstruir el Estado social y sacar la economía del círculo vicioso de la recesión.

3.- La aplicación de procedimientos preliminares que lleven a la salida del euro y a la cancelación de la mayor parte de la deuda. Hay opciones perfectamente realizables que pueden conducir a un nuevo modelo económico orientado a la producción, al crecimiento y al cambio en el equilibrio social de fuerzas en beneficio de la clase trabajadora y de la población".

Además, dos especificaciones adicionales:

"La elaboración de un plan de desarrollo basado en inversión pública, que sin embargo permitirá asimismo inversión privada en paralelo. Grecia necesita una relación nueva y productiva entre los sectores público y privado para entrar en una vía de desarrollo sostenible. La realización de este proyecto será posible una vez que se restablezca la liquidez, combinada con el ahorro nacional.

Retomar el control del mercado interno frente a productos importados revitalizará y reforzará el papel de las pequeñas y medianas empresas, que siguen siendo la columna vertebral de la economía griega. Al mismo tiempo, las exportaciones se verán estimuladas por la introducción de una moneda nacional".

Es difícil de ver en todo esto algo más que el conjunto habitual de medidas intervencionistas del Estado: retorno a la moneda nacional, impresión de dinero, financiación de grandes obras públicas, apoyo a la industria nacional... Esta clase de medidas, adecuadamente calibradas, puede funcionar pero ¿funcionarían en la Grecia de hoy, con un enorme endeudamiento externo de individuos y empresas privadas (que no pueden cancelarse), con una economía plenamente integrada en Europa Occidental y a expensas de ella, de la que depende para importar alimentos y productos industriales y médicos? En otras palabras, ¿dónde, en qué otro lugar, se encontraría Grecia a sí misma? ¿En el otro lugar de Bielorrusia y Cuba? Como Paul Krugman escribió hace poco, hay que admitir que nadie sabe realmente cuáles serían las consecuencias de la grexit; es un territorio a falta de explorar.

Ahora bien, una cosa está clara, no obstante: "La grexit es el nombre de nada menos que una política de independencia nacional", por lo que no es de extrañar que algunos partidarios de la Plataforma de Izquierda recurran incluso a la extremadamente problemática y (para mí) totalmente inaceptable auto-caracterización de "populismo nacional" (por cierto, hay que rechazar ambos mitos optimistas, el mito de la Plataforma de Izquierda de que hay un claro procedimiento racional de acometer la grexit que traiga una nueva prosperidad y su contrapartida -defendida por Jeffrey Frankel, entre otros- de que, al ejecutar fielmente el plan de rescate, Tsipras puede llegar a convertirse en un nuevo Lula).

Así que la elección ya no es simplemente grexit o capitulación: el Gobierno de Syriza se encuentra en una situación única, obligado a hacer aquello a lo que se opone. Persistir en una situación tan difícil y no tirar la toalla es auténtico valor. En estos momentos, el enemigo del Gobierno de Syriza no es en primer lugar la Plataforma de Izquierda sino los que aceptan sinceramente la derrota y lo que en realidad quieren es jugar la carta de la UE. Este peligro resulta evidente cuando se tiene en cuenta el efecto de la capitulación de Syriza: la capitulación, me confiesa Varoufakis en una conversación privada, "ha desradicalizado a los que se han quedado en los ministerios, con el resultado de que o bien son incapaces o bien no tienen ningún deseo (para no incomodar a la troika) de planificar la próxima ruptura. Es más, la troika los tiene como conejillos de indias en una cinta sin fin, haciéndoles correr cada vez más rápido para poner en práctica sus medidas tóxicas. En pocos días se han convertido en cooptados e incapaces de planear nada por el estilo de lo que lo mencionas. Para terminar con este punto, una cosa decisiva es que la troika está forzando inteligentemente que la normativa gubernamental abarque más y consolide unos feudos propios dentro del Estado. Así por ejemplo, las unidades de lucha contra el fraude fiscal han sido absorbidas por la Secretaría General de Ingresos Públicos (cuya dependencia de la troika ya he denunciado), de manera que el Gobierno no cuenta con instrumentos a su alcance para combatir la evasión fiscal de la oligarquía. Lo mismo ocurre con las privatizaciones. La troika está estableciendo nuevos órganos que controla totalmente".

¿Queda entonces algún resquicio de esperanza? El verdadero milagro de la situación y una de las pocas fuentes de moderada esperanza es que, a pesar de la capitulación ante Bruselas, parece que alrededor del 70% de los votantes griegos siguen todavía apoyando el Gobierno de Syriza; la explicación es que la mayoría percibe que el Gobierno de Syriza está haciendo lo que hay que hacer en una situación imposible.

Existe un riesgo de que la capitulación de Syriza termine por quedarse sólo en eso y nada más que eso, lo que permitirá la reintegración plena de Grecia en la UE como un humilde miembro en quiebra, de la misma manera que hay un riesgo de que la grexit se convierta en una catástrofe a gran escala. Sobre este punto no hay una respuesta clara a priori; cualquier decisión sólo se justificará con carácter retroactivo en función de sus consecuencias. Lo que hay que temer es no sólo la perspectiva de un mayor sufrimiento del pueblo griego, sino también la perspectiva de otro fiasco que desacredite a la izquierda para los años venideros, mientras que los izquierdistas sobrevivientes argumentarán que su derrota demuestra una vez más la perfidia del sistema capitalista...

Slavoj Zizek, filósofo y crítico cultural, es profesor en la European Graduate School, director internacional del Birkbeck Institute for the Humanities (Universidad de Londres) e investigador senior en el Instituto de Sociología de la Universidad de Liubliabna. Su obra Menos que nada. Hegel y la sombra del materialismo dialéctico (Akal) se publicará en septiembre.

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