Apolo y Venus han huido

Mi amigo José Ros, que ha pasado un cuarto de su vida volando desde Madrid a Málaga, y viceversa, me tiene definido que el verano llega a España cuando ves a la mayoría de los pasajeros ataviados con ropas como si se hubiera estropeado el aire acondicionado y, en lugar de tomar un avión, fueran a tumbarse en una hamaca a tomar el sol. Los aeropuertos suelen tener una temperatura que oscila entre 20 y 24 grados, según sea invierno o verano, de tal manera que los 20 grados en invierno te producen sensación de calor, y los 24 en verano te confortan con una temperatura grata, cualquiera que sea la vestimenta elegida. Sin embargo, en cuanto llega el verano se extiende la sospecha entre los pasajeros de que en los aeropuertos y en el interior de los aviones van a sufrir un calor insoportable.

Cuanto más escasa es la tela que cubre nuestras miserias físicas, más evidente es observar que Venus y Apolo parece que han huido de nuestros lares, a pesar de que los establecimientos dedicados al equilibrio físico, son casi tan abundantes como las peluquerías.

Apolo y Venus han huidoEn estos momentos, en España, hay abiertos centenares de gimnasios que facturan bastante más de 2.000 millones de euros anuales y atienden a unos 5,5 millones de españoles. Naturalmente decir gimnasios es una manera anticuada de definir lo que para ser modernos se define con la cursilería de fitness, donde los entrenadores, o sea, los coachs, personal y colectivamente se dedican durante el año a rebajar kilos de más, fortalecer los músculos, y cuidar el aspecto externo.

No obstante, cuando vas a una playa, observas que la inmensa mayoría de los bañistas o no han ido a los gimnasios o han desaprovechado de manera lastimosa las cuotas que pagan mensualmente. Estómagos caídos como estalactitas, en ellos; vientres exagerados, que parecen anunciar falsos embarazos, en ellas; kilos en exceso en cuerpos donde grasa y celulitis se acumulan sabiamente en la parte central del cuerpo para evitar caídas y lograr un aparente equilibrio. Si la acumulación de grasas no fuera simétrica y, además, se almacenara en la parte superior del abdomen, por ejemplo, en los hombros, los obesos caerían al suelo tras el más pequeño de los tropiezos.

Los griegos -desde Mirón a Praxíteles, pasando por Policleto- lograron plasmar el ideal de la belleza humana, un ideal que se esculpió en mármol y que repetirían genios como Miguel Ángel. Pero ese ideal de la belleza, basado en certezas evidentes, ha dado paso a una desequilibrada parodia que va desde los tristes resultados de la anorexia hasta la obesidad mórbida, causas ambas de muertes terriblemente prematuras. Si se decía que el ser humano es el único animal capaz de beber sin tener sed, también es la excepción en lo de comer sin tener hambalire. El lobo puede matar y destrozar a su víctima, aunque esté saciado, pero no come más carne, y si sigue matando es por previsión a un futuro en el que puede que se encuentre sin nada que masticar para su supervivencia. Recuerdo a una de las tres perras boxer que me han acompañado a lo largo de la vida y que, cuando íbamos a la montaña, tras proporcionarle la comida que le habíamos llevado, una vez satisfecha su hambre, no abandonaba las sobras, sino que se dedicaba a horadar un hoyo en la tierra, donde escondía lo que había sobrado, como haríamos nosotros racionalmente metiendo en el frigorífico la comida sobrante.

Pero no nos alimentamos racionalmente. Engullimos muchas más calorías de las que consumimos, porque estar sentado frente a un volante, o un ordenador, o un mostrador, o un escritorio, representa la vigésima parte de esfuerzo que cazar, arar, sembrar, pescar, talar o recolectar, actividades tradicionales y habituales hace sólo tres o cuatro generaciones. No necesito grandes investigaciones empíricas para saber que me alimento más y mejor que mis abuelos, y apenas hago esfuerzos físicos. Y, es por ello, para compensar ese desequilibrio, por lo que muchas personas andamos hora y media todos los días y, tres o cuatro veces a la semana, dedicamos un tiempo prudencial para nadar y hacer ejercicio. No pretendo -a mi edad sería imposible- intentar acercarme a la perfección establecida por los escultores griegos, pero quiero evitar esos excesos de grasa que dificultan el traslado, restan agilidad y, sobre todo, atentan a la salud y obligan a incrementar el terrible gasto sanitario que va a ser difícil de sostener en nuestro país.

A finales de los 70 del siglo pasado, en un parque temático estadounidense, me sorprendió la gran cantidad de paralíticos que había de visita, pero la sorpresa fue mayor, cuando se levantaban de la silla de ruedas y veía que caminaban con normalidad, bueno, con las dificultades del exceso de peso. Como parece que estamos condenados a repetir lo que se generaliza en Estados Unidos, nuestro número de obesos aumenta, seguidos de una larga lista de aspirantes, como se puede comprobar este verano en la playa. Los fabricantes de automóviles lanzan un nuevo modelo cada dos años, pero los cambios en el modelo humano requieren miles de años para llevar a cabo pequeñas transformaciones, y lo cierto es que el modelo no ha quedado nada mal, aunque no nos esforcemos en conservarlo.

La primera vez que estuve en Olimpia, recuerdo el asombro de mi hijo Tíndaro, cuando se encontró, de repente, con la estatua de Hermes, atribuida a Praxíteles. Mide más de dos metros, y si a ello añadimos la altura del pedestal y la luz de aquél día, el encuentro resultaba impresionante, incluso para un niño que andaba por los 10 u 11 años de edad.

Parecida impresión produce la armonía de las Afroditas representadas en mármol. Según la leyenda, Venus nació, ya adulta, de entre la espuma del mar, cerca de Pafos. No he estado en Pafos, pero sí he visitado este verano algunas playas de nuestro Mediterráneo, y no he visto salir a ninguna Venus de las aguas. Más bien he llegado a la conclusión de que el vestido, más allá de sus primigenios objetivos de pudor, cumple una misión estética y es la de ocultar las imperfecciones de nuestros cuerpos, llenas de líneas curvas, donde se demuestra que la curva puede ser la línea más bella, pero también la más fea y grasienta. Como dice una amiga mía, si las bodas se celebraran en la playa, nadie podría decir que se tratara de una ceremonia elegante, porque las ropas disimulan nuestro deterioro.

También he observado una especie de intento de compensación, y es el aumento de tatuajes, no sólo en los machos, sino, cada vez más, en las hembras. Parece evidente que es difícil encontrar a Venus y a Apolo paseando en atuendo de baño a la orilla del mar, porque han huido. Pero si tardan en volver, y ha transcurrido más de un lustro, puede que causen asombro, no por su belleza o por su perfección, sino porque es posible que sean los únicos que no llevarán tatuajes sobre la piel.

Luis del Val es escritor.

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