Apostando por causas imperfectas

Por Gregorio Luri, filósofo y pedagogo (LA VANGUARDIA, 22/08/06):

Ante un conflicto tan doloroso como el actual entre Israel y Hezbollah hay dos posturas muy útiles para adormecer la conciencia: el maniqueísmo y el escepticismo diletante. Pero para practicarlas uno ha de poder disfrutar de su miopía moral. Entiendo por miopía moral esa incapacidad para captar los matices que es propia del prejuicio, esa disposición a conceder a un bando sistemáticamente el beneficio de la duda que le negamos sistemáticamente al otro o a negárselo a ambos bajo el supuesto de que un enfrentamiento entre fanáticos igualmente exaltados no tiene arreglo. Sin duda ambos bandos ya se encargan con frecuencia de suministrar abundantes razones a unos y a otros, porque parecen herméticamente blindados por sus respectivos argumentos morales.

Ambos saben que el entusiasmo moral es la única arma imprescindible en una guerra. Se me puede objetar, evidentemente, que cuando la propia existencia está en peligro la duda no es una estrategia defensiva inteligente. Esto es precisamente lo que quiero analizar desde la conciencia de la imposibilidad de discriminar, con certeza, entre los argumentos proclamados por los beligerantes, aquellos que son moralmente inteligentes y aquellos inteligentemente inmorales.

La complejidad de la situación es tan evidente que en Europa Joschka Fischer, desde la izquierda ecologista, se muestra solidario con Israel, mientras que en Estados Unidos no faltan líderes en la derecha conservadora furibundamente antijudíos. Por eso cada vez que un maniqueo solicita mi opinión, estoy tentado de contestarle que estoy a favor de todas las causas buenas y en contra de todas las malas. He sentido hasta el deseo de promover una manifestación en la plaza Sant Jaume exigiendo la inmediata dimisión de todos los malos del mundo para alcanzar la paz perpetua.

Me parece ver en estas dos posturas un efecto notable de la progresiva sustitución de la opinión pública por la emotividad pública. Como saben muy bien los editores de los medios de comunicación, la emotividad pública es mucho más sensible a las imágenes que a los argumentos, por ello las guerras que no son televisadas no suscitan manifestaciones de protesta (véase Chechenia o Darfur).

Resulta así que un país en guerra tendrá tanta más oposición de la emotividad pública internacional cuanto más respetuoso sea con la libertad de información. Por eso mismo una política inmoral inteligente procurará por todos los medios (inteligentes) la manipulación de la información disponible. Si toda novedad informativa es, por definición, efímera, el triunfo de la imagen noticiosa, que es el triunfo de la volatilidad de lo efímero, niega la condición de noticia a la reflexión de fondo. Pero no parece posible tener una opinión formada sobre este conflicto si no estamos en condiciones de ofrecer respuestas coherentes a, por ejemplo, las siguientes preguntas: ¿es Hezbollah la voz del pueblo libanés o un ariete del belicismo iraní? ¿Hasta qué punto el conflicto israelí-palestino se encuentra ligado al del Golfo? ¿La existencia futura de Israel está garantizada sin un recurso a la defensa desmedida? ¿Es el fundamentalismo islamista el totalitarismo del siglo XXI?

No deja de ser sorprendente la escasísima atención que le han prestado nuestros medios al libanés Samir Kuntar, a pesar de encontrarse en el origen inmediato del actual enfrentamiento. Cuando los milicianos de Hezbollah secuestraron a varios soldados israelíes pretendían canjearlos por Kuntar. La dificultad de este canje es la que permite sospechar que su acción fue una provocación. Ya ha habido otros intentos de liberarlo con este procedimiento (el secuestro del barco italiano Achille Lauro,en 1985), y todos han fracasado por motivos de los que cada parte se siente exculpada. Kuntar integraba un comando que en 1979, algunos dicen que para intentar boicotear las negociaciones de paz entre Egipto e Israel, desembarcó en la ciudad de Nahariya. Al ser descubiertos se retiraron hacia la costa llevando como rehenes a Danny Haran y su hija Einat, de cuatro años. Kuntar mató a ambos (ahorraré los detalles escalofriantes de su acción). Lo evidente es la influencia de la imagen de este hombre en la conformación de la emotividad pública tanto de Hezbollah como de Israel.

La conciencia honesta está inevitablemente expuesta a la duda. Precisamente por ello está muy lejos de garantizar una disposición políticamente eficaz. Esta última requiere básicamente fe. El jeque Naim Qasem lo explicó con detalle en una obra titulada Hezbollah. Método, experiencia, futuro.Lo imprescindible para el triunfo es la capacidad para guardar secretos, la entrega absoluta a la fe y la aceptación gozosa del martirio. Pero la voluntad de no renunciar a una conciencia honesta no tiene por qué desarmarnos. Más bien debería permitirnos entregar nuestra lealtad a causas imperfectas, que es lo único que nos evitará caer en el fanatismo. E incluso puede orientarnos a la hora de elegir a quién no queremos ver como perdedor en este conflicto. Desecho el término vencedor consciente de que en nuestro tiempo sólo está en condiciones de proclamarse como tal quien convence a la emotividad pública de que no ha sido derrotado.