Apostar por una Europa federal

Como salida a la actual crisis de la deuda y financiera, la Unión Europea debería enfilar la senda de unos Estados Unidos de Europa. Esta senda nos conduce hacia una mayor democracia y un modelo de gobierno que extrae las enseñanzas adecuadas de antiguos errores.

«¡Un día vendrá en el que las armas se os caigan de los brazos, a vosotros también! Un día vendrá en el que la guerra parecerá también absurda y será también imposible entre París y Londres, entre San Petersburgo y Berlín, entre Viena y Turín, como es imposible y parece absurda hoy entre Ruan y Amiens, entre Boston y Filadelfia. Un día vendrá en el que vosotras, Francia, Rusia, Italia, Inglaterra, Alemania, todas vosotras, naciones del continente, sin perder vuestras cualidades distintivas y vuestra gloria individual, os fundiréis estrechamente en una unidad superior...» Esta visión de los Estados Unidos de Europa la formuló ya a mediados del siglo XIX el escritor francés Víctor Hugo. Pero todavía le quedaban por delante a nuestro continente conflictos sangrientos, que destrozaron Europa de la forma más brutal dos veces en un periodo de 20 años. Y a pesar de ello, nosotros, los europeos, hemos logrado algo extraordinario y de lo que nos enorgullecemos con demasiada poca frecuencia: hoy en día, más de 500 millones de personas viven en paz y libertad en la Unión Europea. Más de 315 millones de personas comparten el euro, la moneda común. Por todas las declaraciones en torno a la crisis se podría pensar que las cosas le van mal a Europa. Es verdad que varios Estados de la UE tienen graves problemas. A pesar de ello, los escenarios catastróficos que tantas veces se han trazado en los últimos meses sobre la disolución de la zona del euro no se han producido, y no se producirán.

Lo que toca ahora es fijar el rumbo adecuado al futuro. Y para poder resolver con éxito los problemas hay que identificar las causas.

Cuando en 1991 sonó en la ciudad neerlandesa de Maastricht la hora del nacimiento de la unión monetaria, se creó un Banco Central Europeo (BCE) independiente. Pero no un gobierno económico europeo. No se situó al lado del poderoso presidente del BCE ningún ministro de Finanzas europeo, sino 17 ministros de finanzas nacionales.

Existe una moneda europea común, pero no un presupuesto europeo común digno de ese nombre que pueda utilizarse eficientemente con fines de política económica. En Europa nos peleamos durante meses y con mucho alboroto para fijar en la UE un 1% o un 1,05% del PIB europeo como recurso financiero común en forma de presupuesto de la Unión Europea. Y al mismo tiempo nos maravillamos de que los europeos tengamos más dificultades que EEUU para movilizar las fuerzas de crecimiento en nuestro continente. Pero es que EEUU disfruta en Washington de un presupuesto federal con un volumen de alrededor del 35% del PIB.

El que quiera unas políticas presupuestarias sólidas y al mismo tiempo solidarias necesita un ministro de Finanzas europeo responsable ante el Parlamento Europeo y que tenga derecho de intervención claro frente a los Estados miembros. Y al mismo tiempo un presupuesto europeo que disponga de los medios necesarios para disfrutar de una capacidad creadora real en términos de política de crecimiento.

En los últimos tres años se ha trabajado mucho para estabilizar la unión monetaria. El nuevo Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEE), que puede activar hasta 500.000 millones de euros, es un logro histórico. Lo mismo se puede decir del pacto fiscal europeo, sobre cuya base 25 Estados europeos se han comprometido, de forma creíble, a mantener unas finanzas públicas sólidas y a poner freno a la deuda nacional. También la actuación del BCE es de una importancia crucial para seguir manteniendo la estabilidad del euro. Todas estas medidas son importantes para combatir la crisis. Pueden hacer ganar tiempo, pero no reemplazar a una estabilización duradera de la vacilante estructura que se configuró en Maastricht.

Es necesario lograr un fortalecimiento político y democrático básico de la actual Unión Europea. En el fragor de la batalla, tanto el pacto fiscal como el instrumento de rescate duradero (MEE) se han tenido que dejar al margen de los tratados europeos. Pero desde el punto de vista de la democracia parlamentaria ésta no puede ni debe ser una solución a largo plazo. ¡Las decisiones no deben estar sólo en manos de troikas formadas por expertos financieros independientes! Además, en mi opinión se debería ocupar el Parlamento Europeo, a la vista de todos, de dilucidar qué directrices son correctas y cuales son falsas. La canciller alemana Angela Merkel propuso a principios de este año que la Comisión Europea se transformara en un Gobierno Europeo. Considero que este cambio de concepto es correcto, pero que llega con retraso. Yo misma ya he sido elegida cinco veces seguidas parlamentaria europea por las ciudadanas y ciudadanos de Luxemburgo. Desearía que la elección previa de un comisario en el Parlamento Europeo se convirtiera en norma en el futuro. Las elecciones europeas de 2014 son la próxima oportunidad para ponerse de acuerdo sobre estos cambios.

Para los Estados Unidos de Europa necesitaremos un sistema bicameral como el de los Estados Unidos de América. Es posible que algún día necesitemos un presidente de la Comisión Europea elegido por voto directo, tal como ha propuesto el ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, y como ha incluido recientemente el Partido Popular Europeo en su programa. Las elecciones de EEUU nos han mostrado la capacidad de movilización que puede tener para todo un continente una decisión de tales características sobre una persona. Si bien es cierto que ello exige que los políticos entablen un diálogo directo con los ciudadanos, incluso en un remoto municipio de Ohio, y sean capaces de ello. En Europa, en una lucha electoral directa de este tipo sólo tendrían posibilidades los candidatos políglotas.

No podremos construir los Estados Unidos de Europa de un día para otro. Será necesario disponer de nuevos tratados y que quizá también Alemania modifique su Constitución. Tendremos que responder a la pregunta de si todos los Estados de la UE o sólo los del euro osarán seguir la senda de la futura Europa federal. La posición que adopte el Reino Unido será decisiva. Los economistas Kenneth Rogoff y Carmen Reinhart escriben en su libro «Esta vez es distinto», basándose en un análisis detallado de las crisis financieras de los ocho últimos siglos: «Bajo la presión de la crisis surgirá una dinámica que hoy todavía no podemos imaginarnos: al final los Estados Unidos de Europa podrían llegar mucho antes de lo que la mayoría piensa.»

Viviane Reding es vicepresidenta de la Comisión Europea.

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