Apoyemos a Ahmad Massoud y la resistencia afgana

Apoyemos a Ahmad Massoud y la resistencia afgana

Mientras la comunidad internacional deja a Afganistán en el abandono, los luchadores veteranos de las guerras contra la Unión Soviética y los talibanes están volviendo a sus antiguas bases, situadas en las profundidades del Valle de Panshir, en la región centro-norte del país. Aunque algunos pueblos de Panshir han caído en manos de los talibanes, un Frente de Resistencia Nacional similar al que combatió contra los soviéticos y ayudó a Estados Unidos a derrocar a los talibanes en 2001 ha empezado a organizar una campaña de resistencia.

Su causa es justa y necesaria, ya que una gran variedad de organizaciones terroristas se está reuniendo en otras partes del país. Se trata de un peligro claro e inminente para todo el planeta, ya que las montañas y valles afganos han sido el caldo de cultivo para movimientos yihadistas que después se propagaron a otros países, como Argelia, Libia, Siria y Arabia Saudí.

El restablecimiento del régimen talibán ya está inspirando a muchos de esos grupos. Los aliados de al-Qaeda en la ciudad siria de Idlib lo celebran abiertamente, así como lo hace Hamas. El regreso de los talibanes al poder ha dado a los grupos islamistas violentos no solo una fuerte victoria moral, sino –y esto es lo más preocupante- un refugio seguro. Uno de los más cercanos colaboradores de Osama bin Laden, fundador de al-Qaeda, ya ha vuelto triunfantemente a Afganistán.

Para evitar el resurgimiento de la organización terrorista más letal del planeta y sus ramificaciones, toda la comunidad internacional –en particular China e India- debe colaborar con aliados locales. Solo así los talibanes sentirán la presión suficiente para cortar lazos con sus socios convertidos en parias.

Si bien los talibanes gobernaron la mayor parte de Afganistán entre 1996 y 2001, nunca eliminaron por completo la resistencia a su régimen. En el escarpado y agreste Valle de Panshir persistió la Alianza del Norte, encabezada por Ahmad Shah Massoud. Massoud advirtió ya a mediados de los años 80 que los soldados extranjeros que estaban migrando a Afganistán tenían planes más siniestros que expulsar a los soviéticos. Dos días antes de los ataques del 11 de septiembre de 2001, fue asesinado en un bombazo suicida efectuado por gente de al-Qaeda contratada por los talibanes. Hoy, las fuerzas del mal están teniendo en la mira el hogar ancestral de Massoud en el Valle de Panshir, donde su hijo Ahmad está organizando la resistencia al régimen.

Conozco al joven Massoud por más de una década y lo he visto madurar desde una figura cautelosa y tímida hasta convertirse en un líder que inspira el respeto de sus combatientes y de la población civil del valle. Comenzó su carrera trabajando en proyectos humanitarios en Panshir como jefe de la Fundación Massoud, en vez de unirse al gobierno afgano. Nunca vio al país como una alcancía personal, como lo hicieron incontables gobernantes y burócratas de rango medio. Por el contrario, Massoud promovía la rendición de cuentas y la equidad. Y, a diferencia de muchos otros líderes afganos, que despreciaban esos conceptos y adquirieron viviendas en los Emiratos Árabes Unidos y España, Massoud dedicó estos últimos cuatro años a vivir en Panshir y construir una base sólida.

El deseo de Massoud de quedarse y luchar se ha perdido en otros líderes afganos. A diferencia de caudillos como Abdul Rashid Dostum y Atta Muhammad Nur, se mantuvo firme mientras los talibanes avanzaban hacia tomar el poder. Rechazó los ofrecimientos de dos jefes de estado de subirse aviones privados rumbo a la seguridad. Sigue el ejemplo de su padre, que nunca abandonó su patria, incluso enfrentado a las amenazantes fuerzas de los talibanes.

Pasé con él los angustiosos días de la caída de Afganistán. A lo largo de tres semanas, fuimos testigos de la rendición de provincia tras provincia a los talibanes y del pánico que se fue adueñando del país. Sin embargo, a pesar del caos y la incertidumbre, Massoud insiste en que el colapso del gobierno no llevará a su propia capitulación.

Massoud no es desconocido en la comunidad internacional. Estudió en la prestigiosa Academia Militar Real Sandhurst del Reino Unido y, posteriormente, en el King’s College de Londres. Cuando su abuelo materno le preguntó por qué escogió especializarse en estudios bélicos cuando Afganistán podía darle multitud de vistas de batallas, el joven Massoud respondió que se centraba en este ámbito para que su generación pudiera evitar la guerra en lugar de seguir enfrascada en ella. A medida que crecía, así lo hizo también su reputación, ganándole reuniones con jefes de estado y de inteligencia de todo el planeta.

Hoy, cuando enfrentamos la embestida talibán, necesita asistencia material, no bocadillos en palacios presidenciales. Los miles de millones de dólares de armamento estadounidense del que se apoderaron los talibanes en su avance hacia Kabul ya llegaron al valle, y Massoud carece de las rutas de suministro a través de Tayikistán de las que dependía su padre para repeler a los talibanes. Pero las escarpadas y rocosas gargantas del valle le dan ventajas que ningún estratega bélico puede desconocer. Y el número de sus combatientes aumenta día a día, a medida que los ex funcionarios de seguridad afganos van llegando a Panshir, no dispuestos a aceptar la toma del poder del talibán. Ha habido protestas generalizadas en Kabul y el extranjero en apoyo al llamado de Massoud a resistir.

Para proteger su enclave, las fuerzas de Massoud necesitan morteros de largo alcance que repelan las armas pesadas de los talibanes. También es vital contar con equipos de comunicaciones en una región donde los talibanes periódicamente cortan los enlaces móviles y de internet. Y los civiles que habitan en su reducto rebelde necesitan materiales de preparación para los meses de invierno, a medida que las temperaturas comiencen a bajar. Sin esa ayuda, este último bastión de resistencia a los talibanes será barrido del mapa.

Desde que los talibanes conquistaran Kabul, la comunidad internacional ha insistido en que no aceptará la reimposición de las rígidas normas islámicas del grupo ni aceptará que el país se convierta en un refugio seguro para el yihadismo. Al apoyar a Massoud, puede hacer que sus palabras se reflejen en hechos. De lo contrario, es probable que los talibanes no hagan caso de la presión internacional y reestablezcan un Emirato Islámico que ofrezca protección a grupos de orientación similar, independientemente de lo criminales que sean sus planes. Es una situación que el mundo no se puede permitir.

Kamal Alam is a non-resident senior fellow at the Atlantic Council. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *