Aprender otra vez a querer a la bomba

Lo impactante sobre las armas nucleares es que parecen haber perdido su poder de shock. Mientras que el acuerdo nuclear que se acaba de sellar con Irán en Lausana podría sugerir lo contrario y es una muy buena noticia, ese esfuerzo no debería oscurecer las malas noticias en otras partes. El impulso hacia un mundo sin armas nucleares propulsado por el discurso emblemático del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, en Praga en 2009, viene tambaleando en los últimos años, y ahora entró en franco retroceso.

Cuando Rusia anexó a Crimea el año pasado, el presidente Vladimir Putin anunció su voluntad de poner las fuerzas nucleares rusas en alerta, y hasta se refirió a planes para "sorprender a Occidente con nuestros nuevos desarrollos en armas nucleares ofensivas". El mundo apenas se inmutó. Mientras tanto, China e India están aumentando a paso firme el tamaño de sus arsenales nucleares, y Pakistán lo está haciendo aún más rápido, describiendo incluso con lujo de detalle sus planes de combinar armas nucleares con armas convencionales en el campo de batalla. Una vez más, el mundo se encoge de hombros.

Por su parte, Estados Unidos planea gastar 355.000 millones de dólares en mejorar y modernizar su vasto arsenal nuclear en los próximos diez años. Lejos de avanzar hacia un desarme, la intención parece ser la de mantener y mejorar cada componente de la capacidad nuclear terrestre, marítima y aérea de Estados Unidos actualmente. Recientemente, en una conferencia de 800 especialistas nucleares que tuvo lugar en Washington en marzo, hubo más festejo que alarma cuando un general de alto rango de la Fuerza Aérea, encarnando de manera inquietante a George C. Scott en "Dr. Strangelove", ofreció una defensa agresiva de "una capacidad para no permitir que ningún adversario tenga refugio en cualquier parte del mundo".

Espantados por las incursiones de Rusia en Ucrania, la intransigencia errática de Corea del Norte y la nueva firmeza en materia de política exterior de China, los aliados y socios de Estados Unidos en el este de Asia y Europa se han apresurado a abrazar de manera irracional las presunciones de la Guerra Fría sobre la utilidad disuasoria de las armas nucleares y su importancia central en la política de seguridad.

Como mis colegas y yo expusimos en nuestro informe -del tamaño de un libro- titulado Armas nucleares: el estado del juego en 2015 (Nuclear Weapons: The State of Play 2015) y presentado en Ginebra, Viena y Washington en febrero: "En base a la evidencia del tamaño de sus arsenales de armas nucleares, inventarios de material fisible, planes de modernización de sus fuerzas, doctrina manifiesta y prácticas de despliegue conocidas, los nueve estados con armas nucleares prevén una retención indefinida de las armas nucleares con un rol continuo en sus políticas de seguridad”.

Todo esto tiene implicancias serias para la conferencia de revisión quinquenal del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), que debería comenzar en Nueva York a fines de abril. El TNP ha sido el único factor más crucial a la hora de limitar los estados con armas nucleares del mundo a nueve, como hoy, en lugar de los 20-30 tan temidos hace una generación. Pero su credibilidad hoy pende de un hilo.

El TNP, después de todo, se basa en una negociación: los estados que no poseen armas nucleares prometen no adquirirlas, a cambio de una promesa por parte de los que sí las tienen de hacer progresos serios para eliminar sus arsenales. Y los desarrollos recientes una vez más pusieron en peligro esa negociación: muchos estados vuelven a preguntar por qué, si Estados Unidos, Rusia y otros necesitan armas nucleares, ellos no.

Frente a estos sentimientos, resultará casi imposible en la conferencia de revisión generar un consenso a favor de un mayor fortalecimiento necesario del régimen de no proliferación, con mejores salvaguardas, controles de exportación, disciplinas de seguridad y sanciones contra una retirada del tratado. Es poco probable que la irracionalidad de esta resistencia lo debilite.

No todas las noticias son lúgubres. Aparte de las negociaciones con Irán, existe otra cooperación en materia de control de armamentos, inclusive entre Estados Unidos y Rusia sobre el nuevo tratado START para reducir los despliegues estratégicos, y sobre armas químicas en Siria. A pesar de la falta de un progreso visible en cuanto a eliminar las armas de destrucción masiva en Oriente Medio, hay señales alentadoras de que Egipto y otros en la región quieren seguir intentándolo, y no utilizarán la cuestión de una zona libre de armas de destrucción masiva para hacer estallar la conferencia de revisión, como se había temido.

Lo más alentador de todo es que un nuevo movimiento internacional de relevancia está tomando cuerpo para centrar la atención de las políticas en las horribles consecuencias humanitarias de cualquier uso de armas nucleares, y crear las condiciones para que un tratado que las prohíba de una vez y para siempre. Desde 2012, Noruega, México y Austria fueron sede de conferencias importantes, y más de 155 estados han prometido brindar su apoyo a una acción apropiada. Los únicos que dan largas al tema son los estados con armas nucleares y sus aliados y socios.

Los estados con armas nucleares no firmarán en lo inmediato ningún tratado que prohíba el uso de sus armas bajo ninguna circunstancia. Se opondrán aún con más vehemencia a la eliminación total de sus armas dado que, muy probablemente, todavía falten décadas para que el mundo esté en condiciones de diseñar suficientes medidas de verificación y ejecución.

Pero para que la conferencia de revisión del TNP no acabe mal, con todos los riesgos que esto implicaría para el orden mundial, los cinco estados con armas nucleares que son firmantes del TNP pueden y deben estar preparados para llevar algo más a la mesa de negociación de lo que llevaron hasta la fecha. Los pasos pequeños –como mejorar la transparencia en sus informes o ponerse de acuerdo sobre el significado de términos técnicos como “estratégico”, “desplegado” y “reserva”- no van a satisfacer a los muchos países del TNP que se horrorizaron ante el reciente resurgimiento de mentalidades y comportamientos típicos de la Guerra Fría.

Los estados con armas nucleares pueden y deben comprometerse seriamente a reducir de manera drástica el tamaño de sus arsenales; mantener en un mínimo absoluto la cantidad de armas físicamente desplegadas y listas para un lanzamiento inmediato; y cambiar sus doctrinas estratégicas para limitar el rol y la importancia de las armas nucleares, comprometiéndose, idealmente, a “no hacer un primer uso”.

Más importante, deberían acordar plazos indicativos -de 5 a 15 años- para alcanzar todos estos objetivos iniciales. Los plazos han sido indispensables para alcanzar un desarrollo sustentable y los objetivos de reducción de carbono: salvar al mundo de la amenaza de una aniquilación nuclear no es un objetivo menos urgente e importante.

Gareth Evans, former Foreign Minister of Australia (1988-1996) and President of the International Crisis Group (2000-2009), is currently Chancellor of the Australian National University. He co-chairs the New York-based Global Center for the Responsibility to Protect and the Canberra-based Center for Nuclear Non-Proliferation and Disarmament. He is the author of The Responsibility to Protect: Ending Mass Atrocity Crimes Once and For All and co-author of Nuclear Weapons: The State of Play 2015.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *