Aprendiendo de una pandemia

La recombinación genética para saltar la barrera de la especie era altamente probable al albergar el murciélago cuarenta tipos de coronavirus (ya se conocían seis en el ser humano). Enseñanza a retener: no se priorizan con discernimiento los recursos a la investigación. Decía Marx que la humanidad solo se plantea las preguntas que es capaz de responder. Es falso, aunque suene bien. De ser cierto, no se indagaría con financiacion pública el origen del Big Bang, objeto de estudio intrínsecamente especulativo que mantiene ocupadas a muchas personas incurriendo en costes económicos, y de oportunidad intelectual, elevadísimos y mínima probabilidad de darle respuesta científica (muro/época de Planck). Las cuestiones especulativas, metafísicas o puramente lógicas no carecen de interés, ciertamente, y a veces es suficiente el esfuerzo personal, unos cuantos libros, papel y lápiz -en Matemáticas y Filosofía, por ejemplo- para profundizar en su conocimiento. No obstante, las especulaciones científicas, utilizando enormes medios materiales para cazar hormigas a cañonazos, son generalmente un despilfarro estimulado por absurdas políticas de prestigio y emulación de países ricos.

Echando bien las cuentas (tiempo perdido; brillantes jóvenes intelectualmente infrautilizados en investigaciones que acaban en callejones sin salida; recursos mal asignados), va siendo hora de jerarquizar, seleccionar y priorizar las investigaciones que son verdaderamente importantes para nuestra especie. Esto obligaría a deslastrarse oficialmente de lo que corresponde al ámbito de la pura especulación «científica» («Ni siquiera es falsa», diría Pauli), aunque espíritus eminentes crean que van a descubrir el Grial del conocimiento. Yo situaría entre los bizantinismos científicamente inútiles -al menos hasta universalizar el uso de la inteligencia artificial y computación cuántica- la teoría de Cuerdas, la mitad de la Cosmología, la teoría de Juegos, el ITER, los mensajes extraterrestres y, para no extenderme demasiado, los modelos de proyección climática a cien años mientras no se demuestre la existencia de solución general a las ecuaciones de Navier-Stokes. Pero hay más, muchos más. Y situaría en la cúspide de la búsqueda científica todo lo relacionado con la salud, excluyendo el perfeccionamiento de la especie mediante manipulación genética.

Si por insuficiencia de recursos tuvieran que escoger entre investigaciones excluyentes (por ejemplo, GPS o implantes dentales buenos y baratos, de momento inexistentes), ¿qué preferirían ustedes? El GPS es, prácticamente, la única aplicación útil de la teoría de la Relatividad, con utilidad inferior a la de implantes dentales, cerillas, la pastillita azul, el bolígrafo o la aspirina. Además, el GPS debe muchísimo más a la electrónica que a la relatividad, en cuyo estudio, directo o indirecto, se siguen gastando miles de millones no se sabe para qué, salvo a mayor gloria de Einstein.

Sí es sabido que los virus emergentes son potencialmente el problema fundamental a encarar (no olvidemos HIV, ni ébola ni zika). Mucho más grave que el cambio climático. Sin embargo, los insuficientes recursos oficiales dedicados a la investigación, ampliamente relegada al sector privado con mayor vocación curativa que preventiva (antes de la emergencia del virus no hay test de detección ni vacuna), lastran los conocimientos. Nadie sabe predecir dónde se producirá una recombinación genética favorable al paso de la cepa patógena del animal anfitrión del virus al ser humano. Por dos veces en este siglo (vamos por la tercera) virólogos chinos alertaron en publicaciones especializadas de la adaptación inminente de coronavirus al ser humano. En 2003 se identificó el SARS-CoV, causante de la primera epidemia mortal debida a un coronavirus. En 2012, el MERS-CoV. En noviembre 2019 apareció el virus respiratorio bautizado como SARS-CoV-2 por la OMS, que puede mutar a más letal, si bien la estrategia evolutiva es atenuar la virulencia para no matar a los anfitriones. Antes de 2003 estos virus casi no se estudiaban, pues las otras cuatro cepas conocidas, adaptadas al ser humano, provocaban sobre todo resfriados benignos.

Estaba cantada la emergencia. Cuarenta especies de coronavirus se albergan en los murciélagos, anfitrión natural. El virus probablemente pasó del murciélago al pangolín antes de emerger en el mercado de Wuhan, epicentro de la epidemia. Fue ahí donde quizás el virus se recombinó genéticamente para saltar la barrera de la especie. De la pandemia que se incuba, la lección fundamental a retener es que el ser humano estaría científicamente mucho más avanzado, en lo que es nuclear a su destino, si no perdiera el tiempo, por pura soberbia competitiva, en investigaciones tan prestigiadas como superficiales e inútiles.

Juan José R. Calaza es Economista y matemático.

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