Aprendiendo estrategia de la elección chilena

"Votar por la derecha es un retroceso como a la era de las cavernas pa' Chile" asegura mirando a la cámara una guapa chica muy tatuada. La chica es una exagerada, sin duda. Los chilenos conocen bien a Piñera, que puede tener muchos defectos, pero no es un cavernícola. En ese sentido su mensaje es una hipérbole que difícilmente cuajaba más allá de su estricto target.

¿Y cuál era ese target? Pues aquellos que votaron en la primera vuelta igual que la chica del spot: por Beatriz Sánchez, del Frente Amplio, en un sorprendente resultado que había superado el 20% de la votación total y que ninguna encuesta había predicho. Fue ese emerger de la extrema izquierda en la primera vuelta lo más sorprendente de la elección chilena. Más aún que el 8% de la extrema derecha que votó a José Antonio Kast.

Piñera había obtenido en primera vuelta un resultado peor del esperado, y ello era un fardo para sus posibilidades en el ballotaje. Así las cosas parecía obvio que para poder ganar, Guillier debía sumar el voto del Frente Amplio, por lo que enfocó la campaña a intentar movilizar al electorado de izquierda como variable principal. Los analistas auguraban que mantener el nivel de participación de la primera vuelta posibilitaría una victoria de Guillier. Pero no siempre en política 2 más 2 son 4.

El domingo pasado hubo una ligera mejora en los niveles de participación, con un 48% de participación. Es decir, Piñera no le debió a la abstención su victoria. Se la debió a la búsqueda del centro de buena parte del electorado que había votado en la primera vuelta. La abstención es alta, pero no inusitada para Chile. Sólo un 43% había votado en la segunda vuelta presidencial donde triunfó Bachelet la pasada elección.

Como en muchos procesos biológicos, el comportamiento político puede asemejarse a una curva normal: agrandada hacia el centro y estrecha hacia los extremos. Las perspectivas ideológicas con las que percibimos el mundo siguen este comportamiento en las sociedades sanas: la mayor parte del electorado comparte visiones centristas de la economía y la política. Unos pocos se orientan hacia la extrema derecha, y otros pocos se orientan hacia el extremo izquierdo. En sociedades enfermas, en cambio, o aquellas que viven conflictos bélicos, las posturas polarizadas se agrandan. De ahí el peligro de lo que vimos en Chile en la primera vuelta del pasado 19 de noviembre.

El resultado de la primera vuelta hizo que Guillier virase hacia la izquierda, tratando de enamorar a esos votantes del 20%: mayoritariamente jóvenes, mayoritariamente urbanos, mayoritariamente indignados de la política. Muy parecidos a los electores de Podemos en España. Sin embargo, ese acercamiento hacia la izquierda extrema pudo ahuyentar a los electores más moderados. El elector pudo percibir el peligro de hipotecar una eventual presidencia por conquistar al elector más radical, cosa que suelen terminar haciendo los partidos políticos que funcionan como bisagra para la gobernabilidad.

Piñera en cambio lo tenía más fácil, existiendo un Kast que claramente enarbolaba una derecha “más de derecha” que la suya, le resultaba más fácil un propio posicionamiento centrista. Jóvenes, estratos más pobres y habitantes de Santiago, eran las audiencias claras de Guillier, y así lo señalaban las encuestas preliminares a la elección, mientras que los mayores, los estratos medios-altos y los habitantes de las regiones le iban a Piñera.

El tema venezolano estuvo permanentemente presente en la campaña electoral chilena. Esa izquierda más zurda, que en la primera vuelta votó por el Frente Amplio, viene asociado para bien y para mal con el chavismo y el Podemos español. El temor a que el fallido experimento social que viene acabando con Venezuela pudiera repetirse en Chile estuvo presente durante toda la elección y en redes sociales se popularizó con el hashtag #Chilezuela.

El elector urbano progre al que le hablaba la chica del spot hizo que la campaña de Guillier tuviera más visibilidad de la que le correspondía por su real fuerza electoral. Pero mientras la chica de la publicidad de marras le hablaba a su segmento, lo hacía a través de un canal que llegaba a todo el electorado: la tradicional franja electoral chilena. La franja es tiempo televisivo gratis, una buena idea que equilibra el acceso a la variable que más encarece usualmente las campañas: la tele.

Sin embargo, en tiempos de hiper-segmentación quizás no sea buena idea transmitir mensajes particularizados a través de medios genéricos como la TV. Mucho más eficiente, y menos riesgoso, hubiera sido llevar ese tipo de mensajes a través de redes sociales, cuando 8 de cada 10 internautas chilenos dicen ver YouTube todos los días, por ejemplo (Google – Ipsos Oct 2017)

Lo cierto es que esa visibilidad, juvenil y urbana, que suele en ocasiones ser positiva para imponer las modas, pudo perjudicar a Guillier y asustar a otros electores. Por otro lado hubo el domingo también brecha de género. No es un fenómeno desconocido en Chile Electoral, pero se creía superado. Casi desaparece del todo en la primera elección ganada por Bachelet en 2006 y hoy reaparece con fuerza: las mujeres son de derecha en 10 puntos por encima de los hombres (Cadem Dic 2017)

Fue real y explícito el guiño de Guillier hacia la izquierda menos moderada, incluso cerrando su campaña con el endoso del venerable expresidente uruguayo José Mujica. Por fortuna el pueblo chileno le apostó al centro. Sabiamente…

Y de post-data un consejo para la izquierda latinoamericana: volver a tener posibilidades de éxito a futuro implica antes resolver el problemón que significa Maduro y su desgobierno para la marca genérica de esa izquierda.

Carmen Beatriz Fernández es profesorea de Political Systems en la Universidad de Navarra y preside la consultora DataStrategia.

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