Apretón de manos en Sharm el Sheij

Por Jorge Dezcallar, diplomático (EL MUNDO, 18/02/05):

La reunión de Sharm el Sheij entre Ariel Sharon y Mahmud Abbas ha constituido un éxito razonable, cuyos detalles los medios de comunicación de todo el mundo se han ocupado de glosar convenientemente. Sharm el Sheij ha sido posible porque Arafat ha abandonado la escena política de la forma que todos conocemos, porque las elecciones norteamericanas -que lo paralizan todo durante un año- se han celebrado despejando las incógnitas existentes y porque en Palestina ha habido elecciones limpias y libres que han alumbrado un nuevo liderazgo. Esto ha producido eso que los diplomáticos han dado en llamar un nuevo escenario, una ventana de oportunidad que, una vez más, se afirma que no se puede desaprovechar y que es indisociable de otros acontecimientos que se producen en la región.Entre estos, en particular, el de la propia evolución de la situación en Irak, que ofrece alguna esperanza por primera vez en mucho tiempo y que se quiere presentar como el amanecer de los valores democráticos en una zona del mundo, que quedaría incompleta sin solucionar el problema palestino y, por extensión, el que desde hace cincuenta años enfrenta a israelíes y árabes con los resultados que todos conocemos.

Algo parecido a esto ya ocurrió hace quince años con la Conferencia de Paz de Madrid. También se aprovechó entonces la ventana de oportunidad alumbrada por la operación Tormenta del Desierto y la subsiguiente liberación del Kuwait ocupado, con el telón de fondo del fin de la bipolaridad que en términos concretos significaba que la URSS ya no tenía capacidad para obstaculizar los designios norteamericanos, como quedó patente en Madrid.En aquella ocasión dije que Washington ponía la música de la reunión, las partes ponían los bailarines y a nosotros nos habían pedido que pusiéramos el salón, añadiendo que por nuestra cuenta estábamos dispuestos a jugar con el interruptor para bajar la luz y animar a las parejas a arrimarse si veíamos alguna posibilidad.Mucho ha llovido desde entonces, ya casi ni se baila agarrado, pero en Madrid empezó de verdad eso que se ha llamado el proceso de paz de Oriente Medio, con sus dos vías bilateral y multilateral, que luego tuvo hitos muy importantes y de suerte diversa en Oslo (dos veces), Taba, Wye Plantation y Camp David, entre otros, hasta llegar a la reunión de hace unos días en Sharm el Sheij con el cordial apretón de manos televisivo de Ariel Sharon y Mahmud Abbas.

Hay que ser optimistas y pensar que poco a poco se va progresando, que aunque haya negociaciones que fracasen siempre queda algo, que se van subiendo paulatinamente los escalones y en la siguiente ronda siempre es teóricamente posible comenzar a trabajar sobre algo de lo edificado antes. También las sociedades civiles de Israel y de Palestina han aportado su grano de arena en los acuerdos de Ginebra, contribuyendo a marcar caminos y a crear ambiente.La propia comunidad internacional se ha esforzado con iniciativas tan importantes como la Hoja de Ruta o el Cuarteto de Madrid que marcan un itinerario ideal que la ocupación, el terrorismo, la represión y los muros se han ido luego encargando de cegar.

Por eso es muy positivo que se haya declarado el alto el fuego y el fin de la segunda Intifada, la que estalló en 2000 tras una provocadora visita de Ariel Sharon a la explanada de las mezquitas, el sagrado Haram al Sharif de los musulmanes, y que ha costado casi cinco mil muertos desde entonces, convirtiendo en un auténtico infierno la vida de los palestinos que son los débiles de esta historia y, por tanto, los que se han llevado la peor parte. Pero la Intifada también convirtió en un infierno la vida de los israelíes. «Ninguna victoria es rentable, pero la mutilación del hombre no tiene remedio», decía Camus. En mi última visita a Israel, en plena revuelta, la zona turística de Haifa estaba simplemente cerrada por falta de visitantes, mi hotel de Tel Aviv registraba una ocupación bajísima, no me dejaron acercarme a ninguno de los barrios históricos de Jerusalén por motivos de seguridad (Amos Elon dice que allí «el territorialismo religioso es una vieja forma de adoración») y recuerdo a escolares judíos de muy corta edad con teléfonos móviles colgados del cuello para poder ser contactados de inmediato por sus familias en caso de atentado. «Somos una tribu en pie de guerra, con servicio militar de tres años y maniobras anuales», me comentó entonces un amigo israelí. Pero eso no es vida, porque no lo es que pizzerías, discotecas o autobuses puedan saltar por los aires en el momento menos pensado. En esas condiciones cualquier separación de los seres queridos, incluso momentánea, se convierte en permanente inquietud.

De los sufrimientos palestinos ya se ha dicho todo. Las imágenes que ha transmitido la televisión casi a diario durante estos últimos años son suficientemente elocuentes, pero la televisión no puede trasladar a sus espectadores, sentados en cómodas butacas tras un buen almuerzo, lo que es la vida en el ghetto de Gaza, donde un millón y medio de seres humanos viven hacinados en una franja de terreno de cuarenta kilómetros de largo por tan sólo seis de ancho (el 20% de esta área la ocupan asentamientos israelíes) con una inimaginable densidad de población de 55.000 personas por kilómetro cuadrado en los campos de refugiados (en España es de ochenta a pesar de nuestros flamantes 43,7 millones de habitantes), sin trabajo, sin esperanza alguna de tenerlo y sin siquiera poder salir de allí, pues los contactos con el exterior apenas existen como recuerda a diario la visión de la pista levantada del aeropuerto o los barcos hundidos en el mismo puerto. En el puesto fronterizo de Rafah se advierte que se prohíbe la salida de los varones entre 16 y 35 años, con lo que el único recurso para viajar es envejecer antes. ¿Qué futuro puede esta gente pensar que deja a sus hijos?, ¿con qué moral enfrentar el día a día?

Así que Sharm el Sheij es un paso adelante, un paso más en el difícil camino hacia la paz. Pero no hay que echar las campanas al vuelo porque ni es la solución ni pretendía serlo. Es, únicamente, el comienzo de otra esperanza -¿cuántas van ya?- y por eso hay que ayudar entre todos para que no descarrile y arribe a buen puerto.

Hay varias cosas que se pueden hacer. En primer lugar, es básico crear un mínimo de confianza mutua entre los nuevos socios en la búsqueda de esta paz esquiva. A mi juicio, la desconfianza mutua ha sido el principal lastre del proceso de paz durante muchos años. Las medidas de creación de confianza, otro invento de los diplomáticos, sirven precisamente para eso. La intención es contribuir a distender el ambiente de forma que se cree un espacio de buena voluntad sobre el que comenzar a edificar. Ya se habla de una de ellas, la liberación de varios centenares de presos palestinos (habría unos cinco mil en las cárceles israelíes) y sería conveniente ponerse pronto de acuerdo sobre este asunto para quitar argumentos a los palestinos más radicales. Parece que se va a reunir una comisión mixta para tratar el tema y no es mala idea siempre que lo haga pronto. Pero hay otras medidas que también serían muy bienvenidas en la actual coyuntura y que tienen que ver con la movilidad de los palestinos, sus posibilidades de viajar, comunicarse e ir a trabajar.

El nuevo Gobierno palestino no puede dar la impresión de ser una marioneta de nadie y al mismo tiempo necesita bazas que le permitan asentarse entre su propia gente y que le refuercen, pues nace débil y esto puede plantear dificultades. No hay que olvidar que también Sharon tiene problemas con sus extremistas religiosos y nacionalistas opuestos a abandonar Gaza. Pero es imperativo evitar en todo momento la menor imagen de subordinación o de que actúa bajo presión. Sería algo muy contraproducente y contribuiría a minar las bases del interlocutor más moderado al que probablemente Israel puede hoy aspirar. A no ser, claro, que no se quiera negociar. Además hay que ayudarle a ser eficaz, a dar a sus ciudadanos los servicios que de él esperan y para ello tiene que luchar contra la endémica corrupción y hacer las necesarias reformas administrativas con la adecuada ayuda internacional.Una ayuda que siempre ha sido generosa por parte de Europa y que lo seguirá siendo en la esperanza de que esta vez no sea destruida como represalia.

Un Gobierno palestino fuerte estará en mejores condiciones para controlar a los extremistas de toda laya que desgraciadamente tan abundantes son entre una juventud frustrada política y laboralmente desde su mismo nacimiento. Este sigue siendo el talón de Aquiles del nuevo proceso, como lo fue de los anteriores, pues en cualquier momento puede dar al traste con los esfuerzos mejor intencionados.Para ello necesitará poner fin a la actual descoordinación y multiplicidad de los servicios de inteligencia, que tienen un papel clave y extremadamente sensible en la actual coyuntura.Nunca será posible exigir a los palestinos el final de las acciones terroristas, porque ello supondría dejar en manos de los extremistas el control del proceso político -lo que no es justo ni admisible- pero sí cabe exigirles con firmeza que hagan todo lo humanamente posible para conseguirlo. Al margen de que además de injustificable, el terrorismo perjudica la imagen y por lo tanto la propia causa palestina que afirma defender.

Luego, a medida que el proceso avance -y ojalá lo haga- habrá que sentarse a hablar de muros, de asentamientos y de fronteras.Desde las resoluciones 224 y 338 de la Asamblea General de la ONU y más aún desde la Conferencia de Madrid, todo el mundo -menos algunos israelíes, lo explica muy bien Avi Shlaim en El Muro de hierro- sabe que no es posible tener al mismo tiempo paz y territorios. La seguridad de Israel no está en 2005 en tener más tierra, sino en llevarse bien con sus vecinos y en ser aceptado sin reservas en la zona geográfica en la que está enclavado.Thomas Friedman lo pone de otra forma cuando dice que Israel tendrá un día que decidir si quiere seguir siendo un país judío y democrático. También habrá que hablar de Jerusalén y de refugiados y de algún otro fleco sensible. Entonces precisarán ambos de mucha ayuda de los Estados Unidos y del resto del Cuarteto de Madrid para encarar una negociación que no será nada fácil y en la que España estará particularmente preparada para echar una mano por razones que a nadie escapan. Al final, quizás israelíes y palestinos agradezcan que la comunidad internacional acabe imponiendo y luego garantice una solución equitativa en aquellos extremos en los que ellos no hubieran logrado ponerse de acuerdo por la presión de unas opiniones públicas que pueden dificultar la tarea si perciben como debilidad o incluso rendición lo que son concesiones consustanciales a todo proceso negociador digno de ese nombre. Pero eso nunca lo reconocerán las partes y además de ello aún estamos muy lejos hoy.