Aprovechar el momento

Por L. Paul Bremer, enviado presidencial a Irak y presidente de la Comisión Nacional sobre Terrorismo (ABC, 20/06/06):

GEORGE Bush viajó a Bagdad, según dijo al primer ministro, Nuri Kamal al Maliki, «para verle cara a cara». Pero su visita sorpresa estableció algo más que una relación directa. Fue un indicador de impresionantes acontecimientos que traían buenos presagios para el futuro de Irak y para la guerra contra el terrorismo en general. En el vestíbulo de uno de los antiguos palacios de Sadam -literalmente, en el ojo del huracán- Bush imploró a los iraquíes que «aprovecharan el momento». Y ahora hay indicios de que lo están haciendo.
Gracias a los esfuerzos de los hombres y mujeres del Ejército estadounidense, las oraciones de millones de iraquíes tuvieron su respuesta en la muerte del «príncipe» de Al Qaida en Irak. Abu Musab al Zarqaui fue responsable del atroz asesinato de miles de iraquíes inocentes. Apoyaba el objetivo de Al Qaida de matar a estadounidenses, y él mismo decapitó a varias víctimas ante las cámaras. La experiencia de los pasados treinta años con grupos terroristas indica que su muerte contribuirá en tres aspectos a la guerra contra el terrorismo. Primero, sacar de escena a un líder terrorista tiene una importancia simbólica. Los grupos terroristas mantienen una ideología de culto y su inspiración depende de un líder carismático. Las ramificaciones de la muerte de Zarqaui se extienden más allá de Irak, por su importancia en la guerra que Al Qaida ha declarado a todo Occidente. Con Bin Laden oculto, Zarqaui ha sido el operativo más importante de Al Qaida. Ahora ha desaparecido.
En segundo lugar, el incidente exacerbará las tensiones internas en Al Qaida. Las organizaciones terroristas mantienen el secretismo hasta la paranoia. La clave que nos condujo a Zarqaui provino de la propia organización. Seguramente eso preocupará a los demás asesinos. ¿En cuál de sus compañeros pueden confiar? En el pasado, dicha incertidumbre ha desembocado en luchas de aniquilación mutua, e incluso guerras, en el seno de los grupos terroristas. Y las informaciones confidenciales aportadas por el pueblo iraquí se han multiplicado por diez en el último año, lo cual sugiere que están hartos de las atrocidades terroristas.
En tercer lugar, la muerte de un líder terrorista tiene un importante efecto en la eficacia operativa del grupo, al menos a corto plazo. Los miembros del grupo carecen de dirección; varios hombres luchan por convertirse en el nuevo líder. La paranoia y la incertidumbre dificultarán, como mínimo, su capacidad para dirigir una estrategia de ataques coordinados. Pero, aunque la muerte de Zarqaui es un hito importante, no es la victoria. Sin duda, habrá más violencia y terrorismo.
Al Qaida sigue en Irak; esos asesinos extranjeros tienen un sueño sencillo para este país, que es el de imponer por la fuerza un gobierno extremista, similar al de los talibanes, que apoye al terrorismo en todo el mundo. Por otro lado están los insurgentes iraquíes, casi todos ellos sunníes. Esos hombres, asesinos del servicio de espionaje y las fuerzas de seguridad de Sadam, tienen un sueño distinto, pero igual de claro para Irak. Quieren recuperar a tiros el poder e instaurar una dictadura similar a la de Sadam.
Por último, las milicias chiíes también han contribuido a la violencia. Se trata de un fenómeno surgido en los dos últimos años: durante los catorce meses que yo pasé en Irak, la coalición confirmó menos de cien muertes atribuibles al sectarismo. El objetivo declarado de Zarqaui era provocar una guerra sectaria entre chiíes y suníes: consideraba a todos los chiíes apóstatas y mataba a hombres, mujeres y niños indiscriminadamente. Cuando la coalición y las nacientes fuerzas de seguridad iraquíes se mostraron incapaces de frenar esos ataques, algunos chiíes acudieron a sus milicias ilegales, culpables de terribles actos de venganza.
A pesar de ese terrorismo y de la violencia, Irak ha experimentado un impresionante avance político. Hace dos años, en una sorprendente carta, Zarqaui decía a sus seguidores que la democracia estaba llegando al país y que no había lugar para ellos en un Irak democrático. Cuando los iraquíes celebraron tres elecciones el año pasado, el temor y el odio de Zarqaui a la democracia se puso de manifiesto en el mensaje contundente que lanzó: «El que vote, morirá». Así que cada iraquí que acudiera a las urnas arriesgaba su vida. No obstante, en las elecciones del 15 de diciembre, la participación fue superior a la de cualquier elección presidencial estadounidense en 130 años. Cuesta imaginar un ejemplo más impresionante de valentía nacional.
La clave del éxito en Irak es proporcionar seguridad, y la clave de la seguridad es derrotar a la insurgencia suní. Ello negará a Al Qaida un respaldo importante y acabará con los argumentos que aducen las milicias chiíes para actuar por su cuenta. Dará al Gobierno la oportunidad de reconstruir la economía y seguir el camino de la democracia plena.
Lo que hace falta es una campaña militar para derrotar a los insurgentes. El plan de campaña debería determinar cuestiones adicionales como el número, el tipo y el despliegue de las fuerzas de la coalición. El anuncio realizado el miércoles por el primer ministro de que se iba a lanzar una gran operación para afianzar Bagdad tal vez sea el primer paso de ese plan. Deberíamos aprovechar ahora esta oportunidad y proporcionar todo el respaldo al Gobierno iraquí. El presidente Bush decía en su rueda de prensa que el éxito definitivo depende de los iraquíes, y eso es cierto. Pero también tiene razón al insistir en que nosotros haremos todo lo necesario para posibilitar ese éxito.
Sin embargo, en Estados Unidos algunos hablan de fijar calendarios para la retirada de nuestras fuerzas. Sería un error histórico. Retirar nuestras tropas antes de que los iraquíes puedan defenderse pondría en peligro la seguridad estadounidense al fomentar más terrorismo. Sería una traición al Gobierno democrático de Irak y a los sacrificios de hombres y mujeres estadounidenses. Todos los que observan el drama constante que se está viviendo en Irak -el pueblo iraquí, el pueblo estadounidense y los terroristas de todas partes- deben comprender que nuestro objetivo en Irak es la victoria, y que haremos todo lo que sea necesario para conseguirla.