Aprovechar la oportunidad de la salud

La pandemia del COVID-19 y sus repercusiones han devastado comunidades y economías en todo el mundo. Con apenas seis meses de vida, el COVID-19 ahora parece pronto para convertirse en la enfermedad más cara de la historia, que le costó a la economía global alrededor del 3-8% del PIB sólo este año.

Pero el costo crónico de la salud precaria, aunque menos obvio, es mucho mayor. En un nuevo informe del Instituto Global McKinsey, estimamos que la mala salud reduce el PIB global un 15% cada año –alrededor del doble del posible impacto negativo de la pandemia en 2020- como resultado de muertes prematuras y condiciones de salud que hacen que la gente no pueda participar plenamente en la sociedad y la economía.

La buena noticia es que las herramientas que necesitamos para enfrentar este problema están a nuestro alcance. Nuestro informe, por lo tanto, propone un camino para promover tanto una mejor salud como un crecimiento económico más rápido, a un costo bajo o sin costo alguno.

Para brindar mejores resultados en materia de salud, los gobiernos, los proveedores de atención médica, las empresas y los individuos pueden hacer eje en la prevención y utilizar las medidas existentes de manera más amplia. En nuestra investigación, examinamos los desafíos sanitarios de unos 200 países. Descubrimos que implementar intervenciones conocidas –como programas de saneamiento público, procedimientos quirúrgicos para tratar afecciones como cataratas y trastornos cardíacos y un mayor acceso a la atención primaria- podría reducir la carga de enfermedad global un 40% en 20 años, y un 47% en los países de bajos ingresos.

Una reducción de esa magnitud redundaría en enormes beneficios. Por ejemplo, una persona de 65 años en 2040 podría ser tan saludable como una persona de 55 años hoy, la mortalidad infantil bajaría un 65%, la brecha de desigualdad sanitaria se reduciría y 230 millones más de personas estarían vivas en 2040.

La prevención es clave para reducir la carga de enfermedad. Descubrimos que el 70% de los beneficios de salud resultarían de garantizar entornos más limpios y seguros, comportamientos más saludables (inclusive abordando los factores sociales subyacentes), controles médicos regulares y un mejor acceso a las vacunas.

Prevenir la diabetes a través de cambios alimentarios y actividad física es una de las medidas más efectivas en este sentido, mientras que ocuparse de la seguridad de los caminos, la contaminación ambiental y el consumo de sustancias también puede resultar de vital importancia, dependiendo del país. Otras intervenciones que marcan una diferencia incluyen aquellas vinculadas con las enfermedades cardiovasculares, la inmunización para los niños y las vacunas contra la gripe para los adultos.

El 30% restante de los beneficios provendría de intervenciones terapéuticas, como tratamientos multimodales para dolor de la baja espalda, migrañas y problemas de salud mental. Esas estrategias suelen combinar educación con respaldo psicológico, terapia física y medicamentos.

Centrarse en la prevención también puede ayudar a aumentar la resiliencia de las poblaciones a las crisis de salud como las pandemias y el cambio climático. Esas mejoras se necesitan de manera urgente: la tasa de fatalidad del COVID-19 ha sido mucho más alta entre aquellas personas con enfermedades preexistentes como obesidad y afecciones cardíacas.

Mejor aún, el mundo cosecharía los frutos económicos en la medida que la gente más saludable prospere, se expanda el empleo y aumente la productividad. Estimamos que una mejor salud podría sumar 12 billones de dólares al PIB global en 2040, lo que representaría un estímulo del 8% -o 0,4 puntos porcentuales de crecimiento adicional por año-. Estos réditos no sólo podrían ayudar a la economía global a recuperarse del impacto de la pandemia del COVID-19, sino también a contrarrestar los vientos en contra demográficos de más largo plazo que surjan de una población que envejece.

Y hay una ventaja adicional: centrarse en intervenciones sanitarias comprobadas podría ofrecer un beneficio económico incremental de 2-4 dólares por cada dólar invertido. En los países de mayores ingresos, los costos de implementación podrían estar más que compensados por las mejoras de productividad en el suministro de atención médica. Pero las economías emergentes tal vez necesiten fortalecer su infraestructura sanitaria para gozar de retornos similares.

Orquestar una transformación de la salud es un desafío, como lo han demostrado los esfuerzos de reforma que se hicieron en el pasado. Pero las respuestas de la salud pública a la crisis del COVID-19 han mostrado que el cambio rápido es posible cuando la situación así lo exige.

Por ejemplo, los hospitales han repensado sus flujos de pacientes y personal en los pabellones dedicados al COVID-19, mientras que médicos y pacientes han cambiado rápidamente a consultas médicas a distancia. La velocidad de la innovación médica y el nivel de colaboración global en investigación y desarrollo han sido inéditos. Y la gente en todo el mundo ha cambiado su comportamiento para frenar la propagación del coronavirus, usando mascarillas faciales, lavándose las manos frecuentemente y reduciendo las interacciones cara a cara.

Nuestra investigación nos deja extremadamente convencidos de que mejorar la salud utilizando las herramientas existentes podría ser un punto de inflexión socioeconómico. Pocas inversiones mejoran el bienestar y reducen la desigualdad de manera tan efectiva, a la vez que ofrecen retornos económicos tan altos. Enfrentar la pandemia nos brinda una oportunidad que no se da todos los días de tomar las medidas necesarias para promover una salud y una prosperidad amplias en el largo plazo. No podemos darnos el lujo de dejarla pasar.

Jaana Remes is a San Francisco-based partner at the McKinsey Global Institute. Katherine Linzer is a Chicago-based partner at McKinsey & Company.

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