A Benedicto XVI, al comenzar su visita pastoral a España de este pasado fin de semana invitó a que se edificara el futuro de nuestro país y de Europa «desde la verdad auténtica, desde la libertad que respeta la verdad y nunca la hiere, y desde la justicia para todos, comenzando por los más pobres y desvalidos».
Como Juan Pablo II, que en 1982 y en el mismo escenario de Santiago de Compostela lanzó su potente grito de «Europa, sé tú misma», el Papa Ratzinger abogó por que «Dios vuelva a resonar gozosamente bajo los cielos de Europa» y no se arrincone la fe en el ámbito de lo privado.
En menos de tres décadas, España no es la misma. Tampoco Europa. El viento de la laicidad ha arrasado con tal virulencia que amenaza con arrancar hasta sus mismas raíces cristianas. Por eso, Benedicto XVI se lamentó ante los periodistas en el vuelo de Roma a Santiago del rebrote del laicismo «fuerte y agresivo de los años 30», cuando el odio a la religión en los comienzos de la II República llevó a extremos de paroxismo incendiario, con la quema de iglesias y conventos que los historiadores unánimemente han resaltado. El Papa lo recordó, antes de iniciar su segunda visita a España, como antídoto para moderar las políticas beligerantes pero sin dejar de aportar la solución adecuada. Propuso, en efecto, un encuentro entre fe y laicidad, pero nunca un desencuentro. El fenómeno de la laicidad lo ha visto repetido en otros países de Occidente que ha visitado: Francia, República Checa y Reino Unido.
La Europa abierta a la trascendencia fue el tema de la homilía pronunciada en la Plaza del Obradoiro de Santiago, una pieza de espléndido calado teológico. «Europa -propuso Benedicto XVI- debe abrirse a Dios, salir a su encuentro sin miedo, trabajar con su gracia por aquella dignidad del hombre que habían descubierto las mejores tradiciones, además de la bíblica, la de las épocas clásica, medieval y moderna, de las que nacieron las grandes creaciones filosóficas, literarias y culturales de Europa».
«Dejadme -pidió el Pontífice casi en tono de súplica- que proclame desde aquí la gloria del hombre, que advierta de las amenazas a su dignidad por el expolio de sus valores y riquezas originarios, por la marginación o la muerte infligidas a los más débiles o pobres».
Los mensajes del Papa fueron propuestas válidas para la multitud que asistía a los actos en Santiago y Barcelona y para los 150 millones de espectadores que siguieron por televisión en todo el mundo las retransmisiones de la visita. En ningún momento utilizó palabras de condena o de desaliento, sino que extendió la mano para ofrecer la colaboración de la Iglesia en los problemas sociales que afligen a la sociedad de nuestros días. En afortunada expresión, y al hilo del abrazo de los peregrinos a Santiago el Mayor, dijo que «la Iglesia es ese abrazo de Dios en el que los hombres aprenden también a abrazar a sus hermanos», un abrazo que se traduce en obras de beneficencia para paliar en parte el hambre y la falta de recursos imprescindibles de algunas familias españolas, víctimas del flagelo del paro y de la crisis económica. El Papa dio las gracias a los católicos españoles por la generosidad con que sostienen tantas instituciones de caridad y de promoción humana. «No dejéis -fue un llamamiento apremiante del Pontífice- de mantener esas obras que benefician a toda la sociedad». En 2008, la Iglesia ahorró al Estado con sus obras asistenciales unos 30.000 millones de euros, dato facilitado en su día por la Conferencia Episcopal Española. Frente a dicha cifra, la Iglesia recibe unos 253 millones de euros a través de las declaraciones de la renta.
Puede ser curioso anotar que Benedicto XVI fue profeta de la crisis financiera en 1996, antes de ser Papa, cuando el periodista alemán Peter Seewald le sometió a un interrogatorio exhaustivo que se compiló en el libro La sal de la tierra. En un momento de la entrevista, el periodista se refiere al sistema económico de Occidente, que mostraba una preocupación exclusiva por el mercado, y le pregunta al entonces cardenal si ese sistema podría sobrevivir los próximos diez años. Joseph Ratzinger responde al principio con una frase que quiere dejar clara su falta de autoridad e idoneidad en esa materia: «Yo entiendo muy poco de la situación económica en el mundo». A renglón seguido, sin embargo, entra al trapo y dice: «Pero me parece evidente que [el sistema económico] no podrá durar tanto tiempo. Para empezar existe la contradicción de la deuda de los Estados que viven en situaciones paradójicas, gastando dinero y siendo garantes del dinero por una parte, y por otra, están en bancarrota debido a las cifras de la deuda. También está la deuda Norte-Sur. Todo esto manifiesta que estamos viviendo en un proceso que es una auténtica red de ficciones y de contradicciones que, evidentemente, no puede continuar igual por mucho tiempo».
Volviendo a este viaje a España, hay que recordar que el Gobierno -este extremo es todo un síntoma de buena voluntad- lo había calificado de «visita pastoral» y que ya antes de su inicio, produjo sus frutos. El Papa tuvo noticia en Roma, en plenos preparativos del viaje, de que el Gobierno español había aplazado la Ley de Libertad Religiosa por entender que la discusión parlamentaria levantaría ampollas en buena parte de la ciudadanía, lo que hizo responder a un sindicalista de la izquierda apolillada: «El Gobierno se arrodilla ante el Papa».
Al ilustre visitante, que demuestra con sus dos visitas a España la jerarquía de sus afectos (el año que viene acudirá a la Jornada Mundial de la Juventud), se le vio estos dos días con aspecto saludable, sin necesidad de más ayudas que las imprescindibles en un hombre de 83 años que tuvo que recorrer a veces espacios intrincados y desniveles no aptos para mayores.
Quiso ser «un peregrino entre los peregrinos». Durante unos minutos lució la clásica esclavina con la concha del caminante y la cruz de Santiago (una concha de peregrino figura en su escudo pontificio). El Papa, que, como fino intelectual, busca en la semántica el significado más sobrenatural, interpretó el verbo peregrinar como «salir de nosotros mismos para ir al encuentro de Dios allí donde Él se ha manifestado».
Y, entre tanto, Barcelona vivía la cuenta atrás de la presencia del Papa, con una importante asistencia de fieles. De cualquier forma, al aspecto cuantitativo de la respuesta fue inferior al calor y entusiasmo de la bienvenida, En la Ciudad Condal, consagró, en un rito bellísimo, el templo inacabado de la Sagrada Familia, de Antoni Gaudí («arquitecto genial y cristiano consecuente»). Era obvio que con el nombre de la Familia de Nazaret, Benedicto XVI centraría la homilía de la misa en la defensa del matrimonio, que los escolásticos definían sencillamente como el enlace «de uno con una y para siempre», y de la familia. Es un tema sobre el que incide el Papa, «con ocasión o sin ella», haciendo un llamamiento al Estado para que apoye al hombre y la mujer que contraen matrimonio y forman una familia. «El amor generoso -afirmó el Pontífice- entre un hombre y una mujer es el marco eficaz y el fundamento de la vida humana». Reivindicó también que la natalidad sea dignificada, valorada y apoyada jurídica, social y legislativamente.
Como sucede en todos las visitas internacionales de este Papa y del anterior, en las ceremonias litúrgicas se emplea el latín, el idioma del país visitado y la lengua vernácula (o cooficial) de la zona. Por eso, Benedicto XVI empezó y terminó la homilía en catalán, como en Santiago utilizó el gallego en algunos parlamentos.
La Sagrada Familia, con una historia tan larga como esperada por el pueblo catalán, va a ser sin duda un icono de las grandes catedrales de este siglo. Su consagración por un Papa que conoce toda la sabiduría teológica con que fue diseñado este templo modernista ya la ha visto el mundo entero, vía satélite, en un acontecimiento sin precedentes. El agua, el aceite, el incienso empleados en la liturgia de la consagración forman parte del reino mineral, que también está representado en su arquitectura. Además del reino vegetal, el reino animal y, singularmente -en los huesos de Cristo- el reino del hombre son un tratado de la observación de la naturaleza confrontada con las Escrituras.
El Papa mantuvo un encuentro con el presidente del Gobierno. A algunos les gustaría saber de qué hablaron porque nunca se saben los contenidos de estas entrevistas, aunque se cuenten. El viaje, en términos coloquiales, ha sido un éxito. No faltó la polémica por la comparación del Pontífice entre la laicidad de ahora y la de los años treinta. Sólo el Papa -sin entrar en materias vinculantes- puede hablar con esa claridad. En la celebración de las dos misas, y en las homilías correspondientes, su gesto fue grave, sin concesiones a liturgias inventadas y ramplonas. En otros momentos, sonreía permanentemente. Benedicto XVI tiene una mirada sonriente, la de un niño contento. No mira a la multitud, sino al individuo. No le interesan las personas, sino la persona. Tal vez por eso, cuando el citado Peter Seewald le preguntó cuántos caminos puede haber para llegar a Dios, el que por aquellas fechas no sabía que el dedo de Dios le había apuntado como Sucesor de Pedro contestó: «Tantos como hombres».
José Joaquín Iriarte, periodista.