Apuesta por la moderación

El secreto se llama madurez. Es verdad que la sociedad española pasó de premoderna a posmoderna sin solución de continuidad y en ese tránsito dejó algunas pistas falsas para los amantes del griterío y la confusión. Vivimos tiempos difíciles, pero otros han sido peores. Por eso, no hay lugar para extremismos ni convulsiones. Los sedicentes profetas que se rasgan las vestiduras con cualquier pretexto tienen un eco limitado. Una cosa es el comentario banal a la hora del café y otra muy diferente el ejercicio responsable del derecho al voto en unas elecciones políticamente relevantes. Por eso fracasan una y otra vez los augures del Apocalipsis. España es mucho más madura de lo que aparenta en una visión superficial. Aquí, por fortuna, no arraigan los partidos contrarios a Europa o a la inmigración, ni las apelaciones ridículas al populismo al estilo de Beppe Grillo. «Las ideas, incluso las grandes ideas, se pueden improvisar; las creencias, no». Valga esta sabia advertencia de Ortega para explicar por qué los españoles confían en la política del sentido común. Agobiadas por la crisis, las clases medias administran con prudencia los remanentes de una prosperidad ahora en peligro. Que nadie se confunda: la gran mayoría estamos muy lejos de dogmatismos intransigentes o de pasiones enfermizas.

En nuestro centro-derecha sólo perduran las creencias que enlazan con sentimientos naturales: España y su vertebración en la unidad, pero también en la pluralidad; libertades, sin duda, siempre bajo el imperio de la ley; exigencias éticas ( honestevivere, dirían los romanos) para actuar en la vida pública; en fin, políticos que dan solución a problemas reales y no crean problemas artificiales. Democracia eficiente, lo he llamado alguna vez. Léase, el lugar donde se sitúan millones de personas que se identifican con esa honrosa virtud que llamamos «sentido de la responsabilidad». Gritan poco, en efecto, pero trabajan mucho. «Para practicar la virtud hace falta sosiego», escribió Madame de Staël, sutil e inteligente. Llevamos dos años bien cumplidos de legislatura y los ciudadanos sensatos valoran el trabajo sólido de Mariano Rajoy y su equipo. El programa reformista es intenso, como prueba día tras día el boletín oficial y como anticipan los proyectos en marcha. Está claro que la máquina legislativa no cambia la realidad en un momento, pero produce resultados a medio plazo. Nadie habla ya de «rescates» ni de «intervenciones». Muy al contrario, España está de moda en los mercados. Todavía renquea la economía familiar y nos abruma la lucha contra un desempleo que amenaza ser endémico. Ayer dijo el presidente del Gobierno que España es la que se ha «llevado por delante» a la crisis y no al revés, como todo el mundo pensaba. Una imagen muy expresiva para quien mira la realidad con criterios objetivos.

Nadie puede negar los aciertos de una política económica que afronta con seriedad los problemas y renuncia al aplauso fácil. Queda pendiente la prometida reforma tributaria. Las clases median merecen ese apoyo, sin duda. Es urgente desmontar el argumento de la izquierda sobre la supuesta ruptura del «contrato social» (léase, el Estado del bienestar) por culpa de la voracidad insaciable de los «ricos» y los «poderosos». Por eso, hace falta una pedagogía eficaz para explicar a la gente, con palabras y con números, cuál es el grado de bienestar que nos podemos permitir y cuáles son los criterios de justicia distributiva para su aplicación. Economía es la prioridad lógica, pero también hay que hacer política. Una vez más, desde la moderación y el centrismo. A día de hoy, el PP ha desplazado a un PSOE ofuscado en la condición de partido-eje de la gran corriente constitucional que predomina en la opinión pública. Esa mains

tream (como dicen en los Estados Unidos) construye consensos sociales en todos los países civilizados. Si algunos se quieren apartar, están en su derecho, pero deben tomar nota de la dirección equivocada del Tea Party y de los populismos europeos. El único beneficiario de las deserciones será la izquierda. Ya sé que unos pocos prefieren la «explosión» al gusto de Nietzsche. Pero no les vamos a seguir por ese camino…

Sobre estos y otros asuntos importantes se habló durante el fin de semana en la convención popular en Valladolid. Muchos sólo atienden a las ausencias (mejor o peor justificadas) y a las anécdotas menores. «También en tierra firme hay naufragios», decía Goethe. Los lectores ya me entienden. Unos pocos desean que las cosas acaben en rupturas a la manera de UCD. Me temo que se cansarán de esperar… Muy al contrario, un PP reforzado come centro y eje de la gran mayoría constitucional debe ser capaz de abrir espacios adaptados a los nuevos contextos. Incluso en los temas más delicados, ya sean el desafío soberanista en Cataluña o las secuelas del terrorismo en el País Vasco. Ser moderado es una forma de entender la vida y no es, en cambio, una derecha acomplejada ni una izquierda disfrazada. Moderación no significa tibieza ni, por supuesto, miedo o cobardía. Rajoy ha dicho rotundamente que nadie va a romper España y que no se va a celebrar una consulta ilegal. No hace falta que lo repita todos los días. ETA ha sido derrotada, nominalismos al margen. Como siempre, el PP está con las víctimas, pero no puede eludir su responsabilidad de tomar las decisiones más adecuadas al interés público. Los principios y las convicciones están ahí, porque son creencias y no simples ocurrencias. Coinciden, por cierto, con la letra y el espíritu del texto constitucional: España como sujeto constituyente único, que reconoce ampliamente el derecho a la autonomía; la Monarquía parlamentaria, esencial para nuestro éxito colectivo; la dignidad de la persona y los derechos inviolables que le son inherentes; el Estado de Derecho cono garantía frente a las inmunidades del poder; en fin, el papel de España en el mundo, jugando nuestras bazas geográficas, socioeconómicas y culturales.

«En el futuro pasarán todas las cosas», decía Borges. Mientras llega, mejor es contar en la sala de máquinas con políticos sensatos y eficaces y no con soñadores iluminados. Mejor incluso si atienden al consejo del maestro Sun-Tzu, allá por el siglo IV antes de Cristo: «El colmo de la destreza es someter al enemigo sin llegar a la guerra». Así que convicciones firmes sobre lo esencial; acuerdo sobre lo posible y rechazo de lo imposible; apertura táctica hacia buenos acuerdos en lo coyuntural; lo principal, trabajo, paciencia y perseverancia. Sentido de la responsabilidad, insisto, como exigen las buenas gentes que laboran, pasan y sueñan… La gran apuesta se llama moderación.

Benigno Pendás, director del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales.

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