Apuestas rusas en el gran juego

Por Valentí Puig (ABC, 16/03/03):

La primera gran aparición del petróleo en la escena mundial se da cuando, antes de la Gran Guerra, la Marina Real británica opta por sustituir el carbón como combustible. Otro episodio muy posterior ya tuvo por protagonista a Sadam Husein, al Kuwait para hacerse con el control de los destinos mundiales del petróleo. Aunque la tecnología del «microchip» abarca todo un nuevo territorio, el mundo todavía depende de ese incesante bombeo que extrae oro negro de las entrañas de planeta. El petróleo -como dice Daniel Yergin en su crónica épica del crudo- está estrechamente emparejado con las estrategias nacionales, con la política global y con el poder: «El petróleo -y el gas natural- son los componentes esenciales de los fertilizadores que sostienen la agricultura mundial; el petróleo hace posible transportar los alimentos a las grandes ciudades, proporciona el plástico y las sustancias químicas que son los cimientos de la civilización contemporánea, una civilización que quedaría colapsada si los pozos petrolíferos quedasen de repente exhaustos». Rusia tardó poco en tener noticia de ese portento. A finales del siglo XIX ya existían más de doscientas refinerías en Bakú, un nuevo El Dorado a orillas del mar Caspio, aunque de explotación extranjera. Al cabo de unos años, en los sótanos de la industria petrolera de Bakú se cobijaría clandestinamente el gran germen bolchevique. Finiquitado aquel interminable experimento revolucionario, el mundo todavía sigue calculando sus días y sus noches según el precio del barril de crudo.

El petróleo es uno de los sustentos básicos de la Rusia de Vladimir Putin y no hay que ser excesivamente suspicaz para deducir que algo tiene que ver con su actitud en la actual crisis de Irak. De una parte, Moscú ha sido buen proveedor de armas para Irak -con una cuantiosa deuda por cobrar- a la vez que aspira a ejecutar sus contratos de explotación petrolífera que quedaron en suspenso con las sanciones contra el régimen de Bagdad. De otro lado, Putin necesita no dañar realmente sus relaciones con George Bush jr, precisamente para poder ir reafirmando la presencia mundial de Rusia, tan depauperada con la caída del comunismo y la desmembración de la Unión Soviética.
Esa es una constante que se remonta a los orígenes del imperio ruso y que ha seguido predestinando gran parte de la política exterior de Rusia en la larga época totalitaria. La colonización rusa sometió un entorno de pueblos levantiscos para fortalecer la Gran Rusia. Los analistas constatan sucesivos paralelos entre la Gran Rusia de los zares y el expansionismo posterior a la Revolución de Octubre. Es la brecha que Putin hoy intenta ampliar en términos de seguridad e influencia, después de asimilar a la fuerza la ampliación de la OTAN hacia el Este. La inseguridad deslegitima el poder en una Rusia que hace unos años se arrimó a la anarquía. Soljenitsin ha dicho alguna vez que el misticismo de la Iglesia Ortodoxa y el nacionalismo de la Gran Rusia eran algo más profundo que todas las doctrinas impuestas por el comunismo.

Hasta el momento, Putin ha obtenido provecho de casi todas las crisis ajenas. Ahora su abstención en el Consejo de Seguridad tiene un precio cuyo código de barras ya ha sido escaneado por los cajeros de Washington. Las enormes reservas petrolíferas de Irak están en lugar preferente de esa lista de la compra, pero un Putin cuyo único juego es el realismo sabe también que en el último instante la alternativa consiste en subirse disimuladamente al carro ganador o quedarse sin nada. Es natural que para Rusia la vieja amistad con su cliente Sadam Husein cuente mucho menos que los intereses económicos. En caso de no practicar el veto, lo que Putin quiere es cobrar la deuda de Irak, sacar beneficio de la circunstancia post-Sadam Husein y asegurarse un papel de agente más activo en los escenarios de Asia central, surcados de oleodúctos y gaseoductos. Al final Putin tal vez decida abstenerse en la ONU, si Washington garantizase una cierta consideración hacia los intereses económicos rusos en Irak.

Un informe de la cadena NBC afirma que, aparte de Irak, Rusia se juega más que ninguna otra nación en el futuro de Irak y de su petróleo. La recuperación de su papel mundial pasa por ser una superpotencia del petróleo pero ejercer su derecho a veto en el Consejo de Seguridad situaría a Moscú en las proximidades del limbo. No pocos expertos aseguran que Rusia necesita y desea el petróleo iraquí mucho más que los Estados Unidos. Es un análisis totalmente contrapuesto a una opinión pública concentrada en la simplicidad del eslógan: «!No a una guerra por petróleo!». Esa será, en realidad, una intervención por la seguridad de Norteamérica, con beneficios para la comunidad internacional en una segunda fase de la guerra declarada por el terrorismo global en el ataque del 11 de Setiembre.
En Washington no hay un claro consenso sobre la rentabilidad del petróleo iraquí si cae Sadam Husein, pero se coincide en que el propósito de una intervención militar no es copar los pozos de Irak. Según «Newsweek», incluso si Washington acaparase la industria petrolífera de la zona, los costes de guerra y de ocupación excederían de largo los beneficios de esos dos millones y medio de barriles de crudo que Irak produce al día; ni tan siquiera si repite mandato, Bush jr. tendrá tiempo para ver como la economía iraquí retoma fuerzas hasta producir los seis millones de barriles que son su plena capacidad.

Dedicada a la sojuzgación de Chechenia como China acaba con el Tibet, a la Rusia de Putin no le atañe la amenaza de los países que disponen de armas de destrucción masiva ni pierde el sueño por la seguridad colectiva. Su juego es muy distinto, entre la deslealtad y la picaresca de grandes dimensiones. Hay una empobrecida tradición de Gran Rusia en la forma de usar de su poder de veto para tener acceso a la Organización Mundial del Comercio. Aún así, Moscú practica las añagazas de la geopolítica, últimamente con vestuario más nacionalista. Sin aprecio manifiesto por los modos del multilateralismo, busca como puede que el presente sistema unipolar le haga un hueco y no tiene otro método que erosionar la hegemonía americana sin grandes estropicios. Para estos fines ha llegado a un entendimiento con China, con la consiguiente venta de armas. Muy pronto Rusia tendrá que mover ficha en el Consejo de Seguridad. Si ese movimiento responde a un precio estipulado vendrá a confirmar que -como decía Talleyrand- Rusia no es nunca tan fuerte ni tan débil como parece.

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