Apuntando a Irán

El único resultado tangible de la visita de despedida de George Bush a Europa fue la decisión de la Unión Europea (UE) de aumentar las sanciones económicas contra la República Islámica de Irán por su negativa a aceptar la conminación de la ONU para que detenga la producción de uranio enriquecido, materia prima para fabricar la bomba atómica. Por iniciativa del primer ministro británico, Gordon Brown, los europeos lanzaron una nueva reprimenda económica contra los clérigos de Teherán, mientras Javier Solana les presentaba una oferta negociadora, exhibición del palo y la zanahoria.

"Todas las opciones siguen abiertas", proclamó Bush en Berlín. "Un bombardeo israelí contra Irán sigue en el orden del día", escribe sin ambages un reputado analista de Jerusalén. En el Washington crepuscular, las últimas energías de los neoconservadores se gastan en mantener viva la hipótesis de una nueva guerra u operación quirúrgica para destruir las instalaciones nucleares iranís. El presidente norteamericano y el primer ministro israelí, Ehud Olmert, no trataron de Gaza, sino de Irán y Siria, quizá porque consideran que el estatu quo en la región es insostenible.

Para contribuir al clima prebélico, The New York Times publicó el 19 de junio un llamativo reportaje sobre un simulacro de la fuerza aérea israelí en el Mediterráneo oriental cuyo objetivo no era otro que el de ensayar un ataque contra las instalaciones iranís. El diario citaba a un funcionario del Pentágono: "Los israelís desean que nosotros lo sepamos, que los europeos y los iranís se enteren". Lo único novedoso es el empeño de los responsables políticos y del rotativo por airear en este momento una operación rutinaria de los aviones hebreos, no se sabe si para forzar la mano sancionadora de los europeos o para intimidar a los ayatolás.

La razón de estas maniobras alarmistas radica quizá en la voluntad de contrarrestar el último informe de los servicios secretos estadounidenses, de diciembre del 2007, el cual sugería que Teherán había paralizado su programa de armas nucleares. Una declaración del Ministerio de Defensa de Israel, fechada en junio de este año, insiste, por el contrario, en que Irán prosigue con su programa y que en menos de dos años cruzará el Rubicón o umbral tecnológico para fabricar el temible ingenio. En esta enmarañada situación, no es posible conocer el nivel alcanzado por la empresa iraní ni distinguirlo de la propaganda de sus alarmados antagonistas.

Los líderes israelís no están dispuestos a acomodarse con un equilibrio del terror nuclear, como hicieron EEUU y la URSS durante la guerra fría. El consenso nacional hebreo supone que está en juego la existencia de Israel y que, por lo tanto, la bomba iraní y la coexistencia son impensables por suicidas. Los precedentes de Irak y Siria confirman esa determinación. Baste recordar que el 6 de septiembre del 2007, un bombardeo de la aviación hebrea destruyó un reactor nuclear clandestino, modelo norcoreano, construido en medio del desierto sirio. Los iranís, por el contrario, recurrieron al mercado negro nuclear del ingeniero paquistaní Abdul Jan.

La proliferación nuclear, en una zona tan volátil como el Oriente Próximo, genera una pesadilla apocalíptica para la que resulta arduo hallar una salida diplomática que haga compatible el derecho a la tecnología nuclear con fines pacíficos y la proscripción internacional de las armas de destrucción masiva. El nacionalismo exacerbado, la rivalidad ancestral de la India y Pakistán, el aislamiento y la paranoia de regímenes opacos o mesiánicos, casos de Libia o Irán, incluidos en el eje del mal o sometidos a la estrategia del lazareto, contribuyen al sobresalto y justifican la prevención.

En cuanto a la capacidad de la fuerza aérea israelí para esa operación aniquiladora, discrepan los expertos militares, dado el carácter disperso de las infraestructuras iranís, muchas de ellas subterráneas.

Los aviones hebreos y sus bombas de última generación, desde luego, podrían causar daños suficientes en el complejo nuclear como para retrasar el proceso por varios años y dar nuevas oportunidades a la negociación. Y una operación conjunta de Israel con EEUU tendría efectos devastadores.

En Washington, pese al citado informe de los servicios secretos, el ataque contra Irán no desaparece de las pantallas del Pentágono ni de los cabildeos de la Casa Blanca, donde el vicepresidente Dick Cheney y sus corifeos neoconservadores consideran que la supervivencia del régimen de los ayatolás, con Mahmud Ahmadineyad como presidente, constituye una humillación y una amenaza para los intereses regionales de EEUU y de sus aliados árabes, que no pueden estar supeditados a las riñas ritualmente aireadas dentro de la clerigocracia de Teherán. La proximidad de Israel explica la doble vara de medir ante el doble desafío de Corea del Norte e Irán.

El elemento disuasorio del ataque es la situación en Irak, donde EEUU trata de establecer un pacto político y militar de largo plazo (¿99 años?) que legitime su control estratégico sobre el petróleo cuando en diciembre expire el mandato de la ONU que bendijo la ocupación. El asunto divide al Gobierno de Bagdad y suscita acusaciones de neocolonialismo en todo el mundo árabe. Pero ya se sabe que la petropolítica domina en el Oriente Próximo, al menos desde que fue formulada por el presidente Carter en 1980.

Mateo Madridejos, periodista e historiador.