Aquella primavera negra en Cuba

Negra es la primavera en Cuba desde aquella del 18 de marzo de 2003, cuando 75 disidentes fueron condenados a penas de hasta 28 años de cárcel, y tres desgraciados muchachos negros fueron fusilados por intentar el secuestro de una lancha con intención de huir a Estados Unidos. Pese a todo, Fidel Castro fue magnánimo; podía haber ejecutado a todos los disidentes, como le confesó sin titubear a Ignacio Ramonet, porque «ese tipo de delito, que es traición a la patria, la hacen dentro de nuestro Código Penal acreedora, incluso, a la pena capital».

El dictador cubano no los mató, prefirió condenarlos a una muerte lenta en las prisiones cubanas. Orlando Zapata Tamayo murió por ellos, para evitar que fallezcan enterrados vivos. Ese es precisamente el título del libro de Héctor Maceda, uno de los 75, esposo de Laura Pollán, dirigente de las Damas de Blanco, la organización que agrupa a las esposas y familiares de los encarcelados en la primavera negra.

Los traidores a la patria, periodistas independientes, sindicalistas, bibliotecarios y activistas en favor de los derechos humanos, fueron procesados al amparo de la Ley 88 de 1999, conocida como Ley Mordaza, y condenados por su actividad como «mercenarios» al servicio de Estados Unidos para «conspirar contra la independencia y la integridad de Cuba».

El procesamiento del Grupo de los 75 coincidió con el juicio y ejecución de tres jóvenes que trataron de secuestrar una lancha sin provocar ninguna víctima. También ellos fueron acusados de llevar a cabo un «plan siniestro» fraguado por el «imperio» y sus aliados de la «mafia terrorista de Miami».

Ambos autos de fe, con condenas desproporcionadas para los pacíficos defensores de los derechos humanos, y la ejecución despiadada de tres jóvenes que pretendían escapar de Cuba, fueron urdidos por Fidel Castro para responder con el terror al órdago que le lanzó Oswaldo Payá con el Proyecto Varela y a los secuestros de barcos y aviones que se sucedían en esas fechas.

El Proyecto Varela golpeó al dictador cubano directamente en el mentón y lo dejó noqueado, más por la sorpresa que por la fuerza del puñetazo. Era una iniciativa del Movimiento Cristiano de Liberación, liderado por Oswaldo Payá, para exigir al Gobierno reformas políticas, basándose en el artículo 88 (g) de la Constitución cubana de 1976, que permite que los ciudadanos propongan leyes si 10.000 electores registrados presentan sus firmas a favor de la propuesta. A pesar de las presiones y las amenazas, el grupo de Payá consiguió que 11.200 ciudadanos rubricaran la iniciativa, 1.200 más del número requerido para ser considerada por la Asamblea Nacional del Poder Popular.

Sorprendido por esa iniciativa, el Gobierno, sin pensarlo mucho, tiró de manual y en un comunicado del Ministerio de Relaciones Exteriores, que entonces dirigía el hoy defenestrado Felipe Pérez Roque, denunció que la propuesta era «una burda manipulación de la Constitución y las leyes de Cuba» y un nuevo plan de subversión contra el país, «concebido, financiado y dirigido» por Estados Unidos.

Pero Fidel Castro estaba en un serio aprieto. No podía conculcar su propia legalidad con argumentos manidos sobre la maldad del «imperio». La Constitución no dejaba lugar a dudas. Tenía que hacer algo sonado. Para burlar aquella iniciativa organizó un referéndum para reformar la Constitución, y dejar sentado el carácter «permanente» del socialismo cubano. El 98,97% de los cubanos aprobó la reforma ¡faltaría más! No fue necesario que votaran los muertos. Los vivos falsificaron el sufragio.

Oswaldo Payá contraatacó con otras 14.000 firmas y presentó el documento Diálogo Nacional, un proyecto de debate para la transición en Cuba. Fidel Castro aplastó aquella iniciativa. La policía acosó y detuvo a centenares de firmantes y les obligó a anular sus rúbricas. Pero la sociedad cubana estaba despertando. Otros grupos, además del Movimiento Cristiano de Liberación, como Cambio Cubano, Arco Progresista, Todos Unidos o el Grupo de los Cuatro, con líderes como Vladimiro Roca, Elizardo Sánchez, Manuel Cuesta Morúa o Martha Beatriz Roque, luchaban abierta y pacíficamente por cambios democráticos.

Las fuertes condenas al Grupo de los 75 y las ejecuciones de los secuestradores, fueron la respuesta brutal de Fidel Castro para cortar de raíz dos problemas. El miedo a la muerte puso fin a los secuestros de barcos y aviones, pero no acabó con la lucha pacífica de los que exigen el respeto de los derechos humanos. A pesar del riesgo que corren de ser enterrados vivos.

Vicente Botín. Fue corresponsal de Televisión Española en Cuba y autor del libro Los funerales de Castro.