Aquellos chalados en sus locos cacharros

Durante miles de años la acción militar se ha ejercido en la superficie terrestre o en la de los mares, y desde la irrupción de los submarinos también en sus profundidades; pero desde hace algo más de un siglo una nueva expresión del poder militar ha ido progresivamente consolidándose y tomando fuerza: el poder aéreo. Un poder muy diferente de las otras formas del poder militar, principalmente por la singularidad del medio físico en el que desarrolla su actividad, el aire y el espacio, que también imprime un carácter especial a los que dedican sus vidas a servir en sus filas. Sobre este carácter me viene a la memoria una frase afortunada de un antiguo jefe de Estado Mayor del Aire referente a los medios aéreos y los que los tripulan: «En el Ejército pueden parar y bajarse, en la Armada se pueden parar pero no bajarse, y en el Ejército del Aire no podemos ni parar ni bajarnos».

Inicialmente la aviación era un arma más de los ejércitos y la armada, y su función era la de prestarles apoyo desde sus propias estructuras. Los medios aéreos, rudimentarios en aquel tiempo, les servían principalmente para obtener información, para saber lo que ocurría al otro lado de las líneas enemigas. Y esto los aviones lo hacían muy bien y con una rapidez muy superior a la que proporcionaban los otros medios entonces existentes. También desde un principio, la aviación hostigaba a las fuerzas enemigas y defendía a las propias de ataques similares de la aviación contraria.

En cualquier caso, ya por entonces la aviación dejaba entrever un futuro de enorme potencial que la independizaría como estructura militar, en España el Ejército del Aire. Su lema podría haber sido desde un principio el de los juegos olímpicos, «citius, altius, fortius», ese más rápido, más alto, más fuerte que siempre ha caracterizado no solo a las máquinas aéreas sino también a la mentalidad de los aviadores que las tripulan.

Con el paso del tiempo el potencial de las fuerzas aéreas se ha ido desarrollando hasta llegar a ser un elemento fundamental no solo en los inicios de cualquier conflicto sino también a lo largo de todo su desarrollo, y gracias a los avances tecnológicos han ido aumentando su radio de acción, la variedad de sus misiones y la contundencia de sus intervenciones. El espacio aéreo en el que inicialmente desarrollaban sus cometidos, apenas unos cientos de metros por encima de la superficie, se ha ido ampliando a toda la atmósfera, y los aviones actuales, ya muy sofisticados, pueden actuar en ella de día y de noche, a grandes distancias y en todas las condiciones climatológicas.

Por el medio y la forma en que desarrollan su actividad, la fuerza aérea es la que gestiona también la alta atmósfera y el espacio exterior, que es donde actualmente operan los satélites de comunicaciones y de observación de la tierra y donde si las cosas no andan bien podrían hacerlo los misiles balísticos. Esta responsabilidad estará cada vez más presente en la planificación de las fuerzas aéreas de los países europeos, entre ellos el nuestro, que necesitarán para ello unas inversiones que actualmente salen fuera de su alcance individual, pero a las que sí podrían hacer frente cooperativamente en el marco de la Política Común de Seguridad y Defensa de la Unión Europea.

En cualquier caso, las fuerzas aéreas son un elemento vital para, desde el primer momento de un conflicto, ser imprescindibles en la defensa de nuestro territorio, el elemento de contraataque más eficaz por su rapidez y contundencia y, a nivel táctico, el mejor apoyo a las fuerzas terrestres y navales propias.

Hoy en día la importancia del poder aeroespacial se basa en su rapidez de reacción ante una agresión (puede reaccionar en muy pocos minutos con toda su intensidad), su flexibilidad y capacidad para llevar a cabo todo tipo de misiones, su enorme radio de acción, y la precisión extraordinaria de su potencia de fuego, lo que permite limitar en gran medida daños colaterales a la población civil.

Pero lo dicho hasta aquí no es todo. Es más, sería decir muy poco de lo que en tiempo de paz y en misiones que nada tienen que ver con los conflictos armados hace nuestro Ejército del Aire por la sociedad española a la que pertenece. A su dedicación a la defensa de España hay que añadir su permanente vigilancia y control de nuestro espacio aéreo, garantizando la seguridad del turismo y del comercio que acude a nuestro país, su ayuda en situaciones catastróficas dentro o fuera de nuestras fronteras (tsunami de Indonesia o huracán Mitch en Estados Unidos), la lucha contra los incendios por toda la geografía nacional, su labor contra el contrabando y el narcotráfico, la evacuación de residentes españoles en el extranjero, la vigilancia marítima y su colaboración en la localización y el salvamento de aquellos que vienen a nuestras costas en busca de un futuro mejor y se encuentran en la mar en situación desesperada, el transporte de órganos para trasplantes... y tantas cosas más.

Conscientemente he dejado para el final mencionar la fidelidad del Ejército del Aire a su compromiso con la sociedad «en la salud y en la enfermedad» como reza la promesa que se hacen los contrayentes en las bodas. En estos tiempos difíciles el Ejército del Aire se ha empeñado en la lucha contra la pandemia del Covid-19. En este campo de batalla todos sus aviones de transporte y helicópteros han participado en misiones de transporte de material o personal, y han sido certificados para la evacuación médica de pacientes enfermos del Covid-19. Durante estos meses y a cualquier hora del día y de la noche, a este y al otro lado del mundo, y sin tomar apenas descanso, sus aviones han realizado 181 salidas, totalizando 373 horas de vuelo, y han transportado 90.000 kilos de carga sanitaria. Además de estas misiones, ha instalado y atendido sus estaciones UCI en el dispositivo sanitario instalado en Ifema, ha apoyado a distintos hospitales, ha protegido infraestructuras críticas, y ha llevado a cabo otras muchas actuaciones que el espacio limitado de este artículo no permite detallar. Como una muestra, recientemente y con motivo del rebrote de la enfermedad en Aragón, el Ejército del Aire ha desplegado y puesto a disposición de las autoridades médicas autonómicas su Unidad Médica Aérea de Apoyo al Despliegue situada en la Base Aérea de Zaragoza.

En fin, el Ejército del Aire en tiempo de paz, más que un gasto, muy justificado por su contribución a la defensa de la nación, es por su trabajo día a día una inversión como una casa, que dirían los castizos, como también lo es el trabajo diario del resto de las fuerzas armadas españolas. Una inversión en seguridad, en apoyo a la acción del Estado, en nuestras relaciones exteriores, en nuestra colaboración internacional con pueblos que sufren catástrofes o injusticias, y en el servicio diario directo a nuestra sociedad. Esto es a donde han llegado con el tiempo y con su esfuerzo aquellos que inspiraron la antigua película que da título a estas líneas, película que, dicho sea de paso, su título original en ingles era «Those magnificent men in their flying machines».

Eduardo Zamarripa es Teniente General (R) del Ejército del Aire.

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